La crisis del sistema
Catalu?a ha hecho saltar por los aires el pacto esencial de nuestra democracia, la unidad territorial basada en la descentralizaci¨®n y el autogobierno, y ha generado enormes dudas sobre la calidad de nuestro modelo pol¨ªtico
M¨¢s de una vez he escuchado que la ola antisistema que en la ¨²ltima d¨¦cada ha afectado a muchos pa¨ªses del mundo, en distintas expresiones de populismo, nacionalismo, xenofobia y otros fen¨®menos radicales contra el orden establecido, no hab¨ªa alcanzado sustancialmente a Espa?a, o al menos lo hab¨ªa hecho en un grado insuficiente como para sacudir de forma significativa las estructuras de poder dominante.
La ausencia de propuestas pol¨ªticas claramente antieuropeas, la inexistencia de un sentimiento de rechazo popular a los extranjeros o la debilidad de las organizaciones de extrema derecha y de extrema izquierda, nos ha llevado en ocasiones a la conclusi¨®n de que en Espa?a el sistema hab¨ªa conseguido resistir con m¨¢s vigor que en otros lugares al empuje de las fuerzas singulares surgidas originalmente de la crisis econ¨®mica de 2008.
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Nada m¨¢s lejos de la realidad. Lo cierto es que el sistema pol¨ªtico espa?ol se ha visto seriamente debilitado, sobre todo en los ¨²ltimos cuatro a?os, por el acoso de movimientos muy similares a los que hemos conocido en el resto de Europa y Estados Unidos, aunque con otro ritmo y con expresiones adaptadas a nuestra historia y nuestra tradici¨®n. Pero el resultado est¨¢ siendo tan o m¨¢s letal que el conocido en otras latitudes: en Espa?a, el modelo tradicional de partidos se resquebraja, el nacionalismo gana espacio frente a la solidaridad y la cooperaci¨®n, los sentimientos se imponen a la raz¨®n y el populismo predomina sobre la pol¨ªtica. La consecuencia es la peor crisis de toda la historia de nuestra democracia ¡ªa la par del 23-F¡ª, de la que ni una sola de sus instituciones est¨¢ en este momento a salvo.
El principal foco de esa crisis es, obviamente, Catalu?a, a lo que volver¨¦ m¨¢s adelante. Pero el problema catal¨¢n no habr¨ªa alcanzado la dimensi¨®n que posee actualmente si no hubiera coincidido con otros ingredientes determinantes: el ocaso ¡ªquiz¨¢ definitivo¡ª del Partido Popular, la autodestrucci¨®n ¡ªquiz¨¢ tambi¨¦n irreversible¡ª del Partido Socialista y su sustituci¨®n en la derecha y en la izquierda por dos partidos de distinta concepci¨®n y naturaleza pero m¨¢s inclinados hacia el populismo que hacia la pol¨ªtica, ambos con liderazgos personalistas, m¨¢s volcados en la denuncia de los problemas que en sus soluciones, m¨¢s fundamentados en la fe que en el criterio racional. Con la sacudida del escenario pol¨ªtico se ha detenido casi por completo la acci¨®n del Gobierno, se ha bloqueado la actividad legislativa en el Parlamento y se ha obligado al Poder Judicial y al Rey ¡ªen una intervenci¨®n p¨²blica determinante¡ª a ocupar espacios que les corresponden legalmente pero que comportan un enorme desgaste.
El debilitamiento institucional no ha ido, afortunadamente, paralelo a un fuerte movimiento de contestaci¨®n en la calle ¡ªlos ¨²ltimos de las mujeres y los pensionistas son muy recientes y en absoluto antisistema¡ª. Pero s¨ª ha generado un fuerte escepticismo ciudadano, una p¨¦rdida de confianza en la clase pol¨ªtica y en las instituciones, lo que, como en otros pa¨ªses, intenta compensarse con un incremento del nacionalismo.
El epicentro de la crisis institucional es claramente Catalu?a, donde se han reunido reivindicaciones legendarias y problemas silenciados durante d¨¦cadas con un nuevo brote de fanatismo patri¨®tico que en las semanas recientes ha dejado traslucir todo su contenido racista y xen¨®fobo.
El modelo tradicional de partidos se resquebraja, el nacionalismo gana espacio frente a la solidaridad
Al margen de los graves problemas de gesti¨®n de ese conflicto, Catalu?a ha hecho saltar por los aires el pacto esencial de nuestra democracia, la unidad territorial basada en la descentralizaci¨®n y el autogobierno, y ha generado enormes dudas sobre la calidad de nuestro modelo pol¨ªtico, incluso sobre la viabilidad de nuestra democracia. Las dificultades para defender la causa de Espa?a en Europa no solo tienen que ver con la incompetencia del Gobierno, sino con la falta de verdadera convicci¨®n en nuestro proyecto nacional.
La respuesta del Estado espa?ol al desaf¨ªo independentista reflej¨® desde el primer d¨ªa la carencia de ese proyecto: fue lenta, torpe, contradictoria, insegura. El Gobierno, incapaz de elaborar una pol¨ªtica persuasiva a la vez que firme en Catalu?a, acudi¨® desordenadamente a los tribunales, que hoy batallan dentro y fuera de nuestro pa¨ªs por sacar adelante causas muy complejas y de muy graves implicaciones. El Parlamento espa?ol no ha tenido a¨²n un solo debate digno de ese nombre sobre Catalu?a, y mucho menos ha elaborado una propuesta razonable para encauzar pol¨ªticamente ese conflicto. ?A¨²n no han sido capaces nuestros principales l¨ªderes pol¨ªticos de hacerse una foto juntos para ofrecer, al menos, una imagen de unidad frente a una amenaza a la propia supervivencia de Espa?a!
Esa falta de reacci¨®n consistente y ordenada ha dado lugar entre los espa?oles a un sentimiento de orfandad que, como ocurre en otros pa¨ªses, busca refugio en la identidad y en el orgullo de pertenencia. El despliegue de banderas en balcones no es, por supuesto, censurable ni alerta sobre el regreso de siniestras fuerzas del pasado. Pero no se puede negar que esas banderas son una explosi¨®n emocional nacionalista que, si no se corresponde con el orgullo por un proyecto compartido de convivencia acorde con nuestra realidad como pa¨ªs, puede conllevar riesgos. Ciudadanos, que es el partido que m¨¢s se est¨¢ beneficiando de esta situaci¨®n, debe ser consciente de ese peligro. La ¨²ltima vez que los espa?oles sacaron banderas a los balcones fue para celebrar la aprobaci¨®n de nuestra Constituci¨®n. ?Por qu¨¦ las sacan ahora? ?Qu¨¦ nos une en esta ocasi¨®n?
Es necesario releer la Constituci¨®n con la voluntad de actualizarla, ?de reformarla!
El ascenso de Ciudadanos en las encuestas, al tiempo que es una manifestaci¨®n de la crisis del sistema, representa una oportunidad de reconducirla, siempre y cuando sus dirigentes entiendan la responsabilidad que asumen y sean capaces de distinguir entre una marca de ¨¦xito que responde a la corriente de moda y una fuerza pol¨ªtica solvente que corre riesgos y establece un horizonte pol¨ªtico convincente y viable. Lo cierto es que, por el momento, produce cierta inquietud la facilidad con la que se identifican con Ciudadanos posiciones extremistas que solo buscan identidad nacional y mano dura. Emmanuel Macron, con quien tanto se compara Albert Rivera, ha hecho su proyecto nacional ¡ªliberal e incluyente¡ª inseparable del proyecto europeo. No cabe otra f¨®rmula en Espa?a.
Una de las condiciones id¨®neas para que la subida de Ciudadanos fuera m¨¢s equilibrada ser¨ªa la existencia de una alternativa de Gobierno en la izquierda. Desafortunadamente, estamos ahora lejos de que eso ocurra. La explosi¨®n populista universal se tradujo en el PSOE en un debate irracional sobre el No es No y la identidad de izquierdas que llev¨® a la secretar¨ªa general a Pedro S¨¢nchez. Hace ya un a?o de eso y las cosas no han ido a mejor. Podemos, mientras tanto, no acaba de definirse entre su voluntad de incorporarse al sistema ¡ªun cr¨¦dito hipotecario de m¨¢s de medio mill¨®n de euros parece indicar eso¡ª y su prop¨®sito original de combatirlo.
Ninguno de los s¨ªntomas de la crisis de nuestro sistema pol¨ªtico ofrece hoy por hoy signos de mejora. Algunos, como el de Catalu?a, tienden incluso al empeoramiento. Ser¨¢ necesario, en este a?o en el que se cumple el 40? aniversario de la Constituci¨®n, insistir en la necesidad de releer ese texto con la voluntad de actualizarlo, de darle vigencia, ?de reformarlo!, de recuperar en torno a ¨¦l el consenso perdido y el compromiso de las nuevas generaciones de espa?oles.
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