Batalla de imagen
Los independentistas han regalado una importante baza al espa?olismo, al colocar en la presidencia de la Generalitat a Quim Torra. Sus palabras hacen pensar a cualquier europeo culto en Marine Le Pen, Orb¨¢n o los hermanos Kaczynski
Todos somos prisioneros de nuestros fantasmas. Todos vivimos instalados en una bohardilla mental, desde la que vemos la realidad a trav¨¦s de unos prismas culturales que la deforman y nos inducen a actuar de manera err¨®nea. En democracia, el sistema de gobierno en el que la mayor¨ªa, cada cierto tiempo, decide el rumbo de la pol¨ªtica, las preferencias ¡ªtransitorias¡ª de esa mayor¨ªa dependen de la visi¨®n de la realidad que, en dura competencia entre ellas, las ¨¦lites aspirantes al poder logren vender con mayor ¨¦xito. Esa tensa rivalidad entre creadores de mundos mentales es crucial en conflictos como el independentista catal¨¢n actual. El problema, en este caso, consiste en una disputa entre ¨¦lites pol¨ªticas por la distribuci¨®n territorial de poderes y recursos. No es un conflicto banal y sencillo, pero tampoco es un odio enquistado, secular, entre comunidades como las de, pongamos, el Ulster, que no comparten barrios ni lugares de ocio ni se casan entre s¨ª. Aqu¨ª, solo si las ¨¦lites logran que sus seguidores interioricen plenamente su mundo mental, podemos acabar en enfrentamientos sociales. Por el momento, estamos lejos de eso.
Otros art¨ªculos del autor
El estereotipo independentista catal¨¢n, su visi¨®n del mundo y del problema que le obsesiona, se apoya en una serie de creencias u opiniones repetidas, impl¨ªcita o expl¨ªcitamente, mil veces:
1. El Estado espa?ol es d¨¦bil, ineficaz, fallido. No sabr¨¢ defenderse ante quien se enfrente con ¨¦l con inteligencia y decisi¨®n.
2. Ese Estado es tambi¨¦n primitivo y antidemocr¨¢tico. Cuando act¨²e, lo har¨¢ a lo bruto, como el hisp¨¢nico toro bravo al que un h¨¢bil provocador incita pero esquiva sus embestidas. Es peligroso, porque si nos pilla puede herirnos gravemente. El Gobierno espa?ol puede sacar los tanques, disparar sobre muchedumbres pac¨ªficas e inermes. Pero incluso eso perjudicar¨ªa su imagen y nos beneficiar¨ªa a nosotros, sus enemigos. Vale la pena arriesgarse.
3. El Estado espa?ol carece de prestigio y de apoyos internacionales. Despreciado por las dem¨¢s potencias, en el momento del enfrentamiento se encontrar¨¢ aislado.
4. El independentismo disfruta de un apoyo mayoritario, creciente, casi un¨¢nime ya, entre la poblaci¨®n catalana.
5. Al rev¨¦s que el espa?ol, el nacionalismo catal¨¢n es c¨ªvico, moderno, europeo y democr¨¢tico; su ¡°revoluci¨®n de las sonrisas¡± despierta grandes simpat¨ªas en el exterior.
El Estado ha demostrado su fuerza con el 155 y al respetar la divisi¨®n de poderes
Si comprendieran la batalla en estos t¨¦rminos, los defensores de la identidad espa?ola y del Estado en su configuraci¨®n actual se esforzar¨ªan por rebatir, punto por punto, este esquema. Es decir, tendr¨ªan que demostrar:
1. La fortaleza del Estado. O sea, su capacidad de imponer y hacer respetar sus leyes y decisiones.
2. La existencia de una democracia, con divisi¨®n de poderes y respeto a las libertades individuales. Lo que significa que si usa la fuerza no puede hacerlo de manera brutal o arbitraria ni incluyendo torturas o represi¨®n indiscriminada.
3. El apoyo internacional del que goza, especialmente dentro de la Uni¨®n Europea. Pues es esa instancia internacional la que, probablemente, acabar¨¢ decidiendo este conflicto.
4. El car¨¢cter minoritario del independentismo dentro de la sociedad catalana.
5. Los rasgos anticuados, ¨¦tnicos, antidemocr¨¢ticos, supremacistas, del catalanismo radical.
Durante mucho tiempo, la pasividad del Gobierno central ha podido hacer creer que los independentistas ten¨ªan raz¨®n en el primero de los puntos en liza. El Estado no respond¨ªa porque era d¨¦bil. Pero el Gobierno ha demostrado su fuerza en los ¨²ltimos meses, al aplicar el art¨ªculo 155 de la Constituci¨®n y procesar e incluso encarcelar preventivamente a algunos de los que le retaban, sin que se hundiera el mundo. Al no excederse en ese uso de la fuerza y respetar la divisi¨®n de poderes, tambi¨¦n pareci¨® que probaba el segundo punto en cuesti¨®n; pero lleg¨® el 1 de octubre, y ah¨ª perdi¨® la batalla de imagen; lo que el mundo vio fue un pueblo pac¨ªfico que intentaba votar frente a violentas actuaciones policiales. Este segundo aspecto sigue, pues, en tablas.
Los secesionistas han perdido todas las elecciones convocadas como ¡°plebiscitarias¡±
En cuanto al tercero, el independentismo ten¨ªa en principio todo en contra, pues la Uni¨®n Europea no gusta de rectificaciones de fronteras o subdivisiones de Estados. Los jueces espa?oles, sin embargo, dominados por los fantasmas que en ellos despertaba el separatismo, definieron lo ocurrido como rebeli¨®n, como una sublevaci¨®n armada equivalente a la de Mil¨¢ns del Bosch y Tejero. Aplicar tipos delictivos desmesurados les est¨¢ llevando a sufrir algunos reveses ante las instancias judiciales europeas. Batalla, pues, indecisa en este momento, en la que el poder judicial espa?ol, si quiere triunfar, deber¨¢ desplegar mayor mesura y habilidad.
Por lo que respecta al cuarto, los independentistas siguen sin ser mayoritarios en Catalu?a. Han perdido todas las elecciones convocadas como ¡°plebiscitarias¡±. Pero los catalanes no independentistas no terminan de salir de su pasividad; pese a ser mayor¨ªa, seg¨²n las estad¨ªsticas, los P¨¦rez o Garc¨ªa apenas se atreven a proclamar que existen, a enviar representantes al Parlament y a salir a la calle con sus dos banderas, lo contrario de lo que hace la muy ruidosa y visible opini¨®n independentista. Si se a?ade a eso la distorsi¨®n del voto en favor de las zonas rurales y el apoyo de los antisistema de la CUP, el resultado es una apretada mayor¨ªa parlamentaria a favor de los indepes. La voz del ¡°pueblo de Catalu?a¡± es, pues, interpretada por cada uno de los dos bandos seg¨²n le conviene.
En el quinto punto es donde los independentistas acaban de regalar una importante baza al espa?olismo, al colocar en la presidencia de la Generalitat a un personaje como Quim Torra. Este se?or ha escrito que los espa?oles son ¡°bestias¡± que ¡°beben odio¡±, que ¡°solo saben expoliar¡± e ignoran lo que es ¡°verg¨¹enza¡± y ¡°democracia¡±; que no es ¡°natural¡± hablar castellano en Catalu?a y los catalanes no deben mirar al sur sino al norte, ¡°donde la gente es limpia, noble, libre y culta¡±. Son opiniones notorias, de las que no se ha retractado, rest¨¢ndoles importancia como producto de ¡°la intensidad que demanda el periodismo¡± y declarando, beat¨ªficamente, que con ellas no pretend¨ªa ofender a nadie. No, se equivoca. No son explosiones disculpables, sino creencias profundas. Son muy ofensivas para todos los espa?oles y para la mitad de la poblaci¨®n catalana, algo poco importante desde su bohardilla mental. Pero lo que deber¨ªa importarle, desde el punto de vista de la batalla de imagen, son los temibles ecos que esas palabras despiertan ante la opini¨®n internacional. Porque cualquier europeo culto y distanciado del problema al que le traduzcan sus palabras piensa en Marine Le Pen, Victor Orb¨¢n o los hermanos Kaczynski. Y siente escalofr¨ªos ante un nacionalismo que describe al enemigo de manera tan degradante, primer paso en la brutalizaci¨®n de la pol¨ªtica que en los a?os treinta condujo a la liquidaci¨®n f¨ªsica de conciudadanos despojados previamente de humanidad.
Esperemos, pues, el pr¨®ximo movimiento de la partida.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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