Hartazgo
Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs del ¨¢mbito civilizado en el que un pol¨ªtico convoca a las masas para que decidan si debe comprarse un 'ferrari', adoptar un perro o dejar de fumar
Cualquiera que haya tenido la oportunidad de vivir un tiempo en alg¨²n pa¨ªs europeo, incluido Italia, habr¨¢ observado que los pol¨ªticos profesionales tienen un estatuto social parecido al de los cirujanos, ingenieros o gem¨®logos. Rara vez se habla de ellos y su figura f¨ªsica es casi desconocida excepto en las m¨¢s altas instancias, jefe del Estado, presidente, primer ministro, alcaldes de las metr¨®polis y poca cosa m¨¢s. Cuando un pol¨ªtico de segunda categor¨ªa, lo que incluye a los ministros, aparece en la tele o en los diarios, es porque est¨¢ lidiando con algo excepcional, sea la explosi¨®n de una central nuclear, una invasi¨®n de langostas o un juicio por pederastia. Nosotros tenemos la enorme dicha de soportar diecisiete presidentes, una monta?a de ministros e infinitos pol¨ªticos sin la menor relevancia, pero presentes en todos los informativos y, cosa sorprendente, en las revistas de peluquer¨ªa.
Ese gigantesco ej¨¦rcito de pasiones, codicias, narcisismos, ambiciones, frustraciones, vanidades, envidias, conspiraciones, cainismos, jactancias, delincuencias y majader¨ªas hace imposible tomarse la sopa sin antes sacar con la cuchara dos concejales, tres secretarios, una vicepresidenta y cinco miembros de la oposici¨®n pataleando. En Espa?a los pol¨ªticos gozan de un entusiasmo popular solo comparable al de los futbolistas y sus se?oras, ahora que los toreros son un objeto de lujo. Es el ¨²nico pa¨ªs del ¨¢mbito civilizado en el que un pol¨ªtico convoca a las masas para que decidan si debe comprarse un ferrari, adoptar un perro o dejar de fumar. El ansia de protagonismo de los pol¨ªticos, su megaloman¨ªa, es tan desaforada que ni siquiera se percatan del espantoso rid¨ªculo que har¨ªan en cualquier pa¨ªs civilizado. Los belgas ya se van dando cuenta.
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