La experiencia feroz y atroz de la ¨®pera
El montaje de "Die Soldaten" expone a los espectadores a un estremecedor bombardeo con la inteligencia de Calixto Bieito y la mediaci¨®n musical de Heras Casado
Aporta muchas dudas el verbo ejecutar cuando se trata de aludir al fen¨®meno de una interpretaci¨®n musical. Es verdad que algunos solistas ejecutan la m¨²sica en el sentido de que la perpetran a quemarropa, pero la ejecuci¨®n de una obra arrastra implicaciones belicosas. Y se distancia demasiado del verbo y del contenido sem¨¢ntico con que otros idiomas perfilan el sentido l¨²dico, desinhibido, de la m¨²sica: to play, en franc¨¦s, jouer en franc¨¦s, vinculan conceptualmente la interpretaci¨®n a una experiencia placentera, ¡°juguetona¡±.
En cambio, la partitura de Die Soldaten?solo puede ejecutarse. Es una m¨²sica feroz y patibularia, un estruendo militar al que Calixto Bieito ha dado categor¨ªa de pelot¨®n de fusilamiento. Ha vestido de soldados a los profesores del Teatro Real. Y ha aceptado Heras Casado uniformarse no de director de orquesta, sino con la ropa de camuflaje que requiere una misi¨®n en las cloacas de la humanidad, desentra?ando con lucidez y valent¨ªa el pavoroso itinerario que recorre la ¨®pera de Bernd Alois Zimmermann, la guerra de todas las guerras, el desgarro de todos los cuerpos, la profanaci¨®n de todas las almas.
Hubo espectadores que se marcharon de la ¡°experiencia¡± del teatro -una fuga- como ha habido quienes se niegan a entrar, pero unas y otras reacciones defensivas obedecen a un ejercicio de candor y de ingenuidad que aspira a renegar del espejo distorsionado que Zimmermann nos pone delante. Y cuyos abismos provienen de un texto teatral de Jakob Lenz (1776) que permaneci¨® dormido un siglo hasta que result¨® imposible neutralizarlo. Hab¨ªa sucedido algo similar con el Woyzeck de B¨¹chner (1836). No ya por el retrato de la depravaci¨®n y de la alienaci¨®n humanas en el contexto de la claustrofobia militar, sino por el trance de resurrecci¨®n que le proporcion¨® la ¨®pera de Alban Berg. No existe mejor conexi¨®n entre una y otra ¨®pera que el personaje central y com¨²n de Marie. Y la contrafigura del soldado humillado y pisoteado que deambula como un marioneta de los oprimidos. Zimmermann ¡°transcribe¡± la obra de Lenz. Y la m¨²sica no suena, m¨¢s bien repta, percute, acongoja, agrede y traslada una angustia que despedaza a martillzos la cuarta pared. En sentido f¨ªsico, porque la escena y la platea est¨¢n comunicadas con la dramaturgia expansiva de Bieito. Y en sentido conceptual, porque el fango, el alcohol y la sangre que anegan a los protagonistas interpelan al espectador en los tab¨²es m¨¢s inquietantes: el incesto, la violaci¨®n, la tortura, muchas veces como trasunto de la sumisi¨®n de la mujer y del eterno machismo arcaico.
La dial¨¦ctica del opresor y del oprimido explora un espacio esc¨¦nico de imponentes andamiajes, una fortaleza militar cuyo esqueleto met¨¢lico aloja a los m¨²sicos de la orquesta y los convierte en francotiradores. Calixto Bieito los ha sacado del foso, de la trinchera, para colocarlos en la posici¨®n de agresi¨®n y de tiran¨ªa. No tocan. Ejecutan. Y disparan a discreci¨®n a los personajes. Sepultan a los espectadores con la munici¨®n de Zimmermann. Y terminan provocando un estruendo de viento y de percusi¨®n que evoca un bombardeo sin escapatoria.
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