Robar a un ladr¨®n
Siempre hab¨ªan sido sobres. Hasta que un d¨ªa su jefe le entreg¨® una bolsa de deportes y una advertencia: ten cuidado, llevas cien millones de pesetas.
YA NO HAY ning¨²n banco en ese tramo de acera de la calle de Serrano, pero ¨¦l nunca lo ha olvidado, y todav¨ªa recuerda la bolsa de deportes que coloc¨® en el suelo, entre sus pies, antes de sentarse.
Ocurri¨® en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo pasado. Era muy joven y tan espabilado que, aunque no ten¨ªa formaci¨®n universitaria, hab¨ªa encontrado un empleo modesto, con contrato indefinido, en la oficina del asesor fiscal m¨¢s famoso de Madrid, consejero de inversiones de ricos y famosos. Su trabajo consist¨ªa en reunir la documentaci¨®n precisa para formar sociedades, muchas, much¨ªsimas, un mont¨®n de sociedades an¨®nimas y limitadas que le obligaban a pasarse la vida entre su despacho y media docena de notar¨ªas. Pero de vez en cuando recib¨ªa otra clase de encargos.
Hasta entonces, siempre hab¨ªan sido sobres m¨¢s o menos abultados, llenos de billetes de 5.000. Deb¨ªa llevarlos a un banco pr¨®ximo y entreg¨¢rselos a un se?or que ya sab¨ªa lo que ten¨ªa que hacer con ellos. En aquella ¨¦poca, el Tesoro P¨²blico ofrec¨ªa un producto ideal para lavar dinero, que se pod¨ªa comprar en efectivo sin justificar su origen. Su jefe era muy partidario de esa inversi¨®n, y deb¨ªa de recomendarla con tanta insistencia a sus clientes que aquel d¨ªa le entreg¨® una bolsa de deportes y una advertencia: ten cuidado, que ah¨ª llevas cien millones de pesetas.
Comprob¨® que su jefe no hab¨ªa mandado a nadie para vigilarle y se fij¨® en aquel banco, el lugar ideal para sentarse a pensar
Aquella cifra le mare¨®, pero aguant¨® el tipo. Como si no estuviera impresionado, cogi¨® la bolsa, sali¨® a la calle y recorri¨® la mitad del trayecto a paso firme, sin vacilar ni llamar la atenci¨®n. Comprob¨® que su jefe no hab¨ªa mandado a nadie para vigilarle y se fij¨® en aquel banco, uno cualquiera, de hierro y madera, el lugar ideal para sentarse a pensar. Y eso hizo, pensar, durante 10 minutos. Ni uno m¨¢s, ni uno menos.
No hab¨ªa ido a la universidad, pero sab¨ªa de sobra que lo que llevaba en la bolsa era dinero negro, que los robos de dinero negro no se denuncian, que su jefe jam¨¢s recurrir¨ªa a la polic¨ªa. As¨ª que sigui¨® pensando. Podr¨ªa ir en metro hasta su casa, coger su pasaporte, ning¨²n otro equipaje, e irse directamente a la estaci¨®n del Norte, comprar un billete a Lugo y estar pl¨¢cidamente sentado en su asiento antes de que en su oficina tuvieran la certeza de que hab¨ªa robado los cien millones. Despu¨¦s, en un par de coches de l¨ªnea, llegar¨ªa a un pueblo desde el que resultaba muy f¨¢cil cruzar a Portugal por el monte. ?l sab¨ªa el camino, lo hab¨ªa hecho otras veces. En un par de d¨ªas, calcul¨®, podr¨ªa estar en un barco, camino de Brasil, y a ¨¦l no le iban a pillar, como al tonto del Dioni, porque iba a dedicarse a vivir bien, simplemente, sin juergas, sin ostentaci¨®n y sin mulatas. Quien roba a un ladr¨®n, se dijo, tiene cien a?os de perd¨®n. De eso se trataba.
Todo eso pens¨® antes de pensar en sus padres, en sus hermanas, en sus amigos, en toda la gente a la que quer¨ªa y a la que no podr¨ªa volver a ver jam¨¢s en su vida. Pens¨® en el sicario que los due?os del dinero mandar¨ªan a su casa si no le encontraban, en el da?o que podr¨ªan hacerle a su familia, en la horrible culpa que arrastrar¨ªa durante toda su vida incluso si nadie sufr¨ªa por su culpa, porque nunca llegar¨ªa a saber con certeza si estaban a salvo o no. Pens¨® que era una l¨¢stima tener padres, y hermanas, y amigos, porque de lo contrario se llevar¨ªa el bot¨ªn sin vacilar, pero enseguida pens¨® que estaba pensando mal, y que era mejor tener gente a la que querer, y que te quisiera, que cien millones de pesetas. Entonces, tom¨® una decisi¨®n. Mir¨® la bolsa por ¨²ltima vez, agarr¨® sus asas con fuerza, se levant¨®, ech¨® a andar, entr¨® en el banco y se desprendi¨® de ella con una punzada de amargura.
Dej¨® de sentirla muy pronto. Volvi¨® al trabajo y enseguida lo dej¨®. Como era muy listo, muy espabilado, se le ocurri¨® pedir una licencia al Ayuntamiento para montar un quiosco de helados en la Feria del Libro. Luego fueron dos, tres, y una churrer¨ªa, y otra, y otra¡ Cuando el Ayuntamiento prohibi¨® las salidas de humos en El Retiro, ya se hab¨ªa comprado una licencia de taxi. Y le ha ido muy bien, pero nunca olvid¨® aquellos cien millones de pesetas.
Por eso pudo regalarme esta historia tan estupenda la ¨²ltima vez que me trajo a casa desde el aeropuerto.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.