El alijo
Los pol¨ªticos son los protagonistas de esta pel¨ªcula mala en la que los actores cambian, a su beneficio, la idea original del guion democr¨¢tico
Da la impresi¨®n de que hemos dejado que los pol¨ªticos abusen del espacio p¨²blico que les corresponde, una omnipresencia que retrata una Espa?a de opereta, con personajes oscuros, muy poco edificantes. Llenan las pantallas, los diarios, y, lo que es peor, nuestras mentes. Bailamos al ritmo de sus ocurrencias y disparates, como si la vida p¨²blica no fuera m¨¢s que la de ellos en lugar de, sin ir m¨¢s lejos, la nuestra: m¨¦dicos, obreros, profesores, comerciantes, dependientes¡ fil¨®sofos, que tan bien hay alguno. Pero los pol¨ªticos son los protagonistas de esta pel¨ªcula mala en la que los actores cambian, a su beneficio, la idea original del guion democr¨¢tico.
Si la democracia existe para el bien com¨²n, muchos la entuban para su bien particular. Y aunque no todos se comportan as¨ª (hay miles de pol¨ªticos que se dejan la piel en su trabajo) hoy en Espa?a resplandecen los m¨¢s irresponsables, muchas veces no elegidos por el pueblo, sino por camarillas intrigantes que comercian con lingotes de poder. Ah¨ª tenemos a Torra, reci¨¦n llegado por las bambalinas, empe?ado en representar un papel de energ¨²meno xen¨®fobo, en lugar de usar el privilegio reci¨¦n adquirido para tratar de conciliar la pluralidad de Catalu?a. Quiz¨¢ porque ha llegado por una puerta que los ciudadanos no son capaces de prever. Quiz¨¢ porque el sistema de acceso est¨¢ mal dise?ado. ?Un gobierno de los mejores? Al menos, no de los peores.
Estamos malacostumbrados a aceptar ciertas man¨ªas como hechos consumados. Por ejemplo, esa insistencia en que las lenguas sirven para separar en lugar de para unir. No es cierto, por mucho que se empe?en Torra y los torrantes. Las lenguas son instrumentos de comunicaci¨®n, antes que un carn¨¦ de identidad. Pretender, en el siglo XXI, que un idioma sirva para aglutinar a sus hablantes en un fort¨ªn de autocomunicaci¨®n y autocomplacencia, es definitivamente tribal. O en cualquier caso no representa ning¨²n valor del que se pueda presumir.
"Si la democracia existe para el bien com¨²n, muchos la entuban para su bien particular"
Tambi¨¦n el fracaso de la pol¨ªtica de Pablo Iglesias parece de una pel¨ªcula de Berlanga. Casi lo podemos ver: pasea por la polis criticando en los dem¨¢s lo mismo que ¨¦l va guardando en su mochila. Lo ha conseguido. Ha triunfado a fuerza de escisi¨®n. Y encima tiene el morro de pedir a sus militantes que borren su hipocres¨ªa con los votos. Como si una ¨¦tica particular pudiera justificarse con la aquiescencia de quienes sustentan el poder de una persona: un sistema parecido al que usaban los emperadores en el coliseo para perdonar o salvar las vidas seg¨²n el clamor del p¨²blico.
En otro episodio de la pel¨ªcula esperp¨¦ntica, Cifuentes ha sido defenestrada por un video guardado minuciosamente por sus socios enemigos, en el que vemos a la otrora brillante presidenta convertida en la ni?a que no pudo dejar de ser. Y, en el pen¨²ltimo episodio, despu¨¦s de m¨²ltiples vericuetos ¡ªGarz¨®n y Zapatero defienden al Ub¨² Maduro, Ciudadanos sale del armario socialdem¨®crata bajo una banda sonora cantada por Marta S¨¢nchez, mientras Pedro S¨¢nchez no sabe qu¨¦ cantar¡ª, al fin Zaplana es apresado por la polic¨ªa, como si los espectadores no hubieran adivinado desde el principio qui¨¦n era el malo de la pel¨ªcula. Al igual que ha ocurrido con B¨¢rcenas y la trama G¨¹rtel. Pues Espa?a sab¨ªa que, en el fondo, esa trama era la misma que la otra, y que el PP era culpable antes de que lo dijeran los jueces, lo mismo que lo sabe de Pujol y su partido, y del PSOE, en sus casos de corrupci¨®n, m¨¢s cercanos o lejanos en el tiempo. Porque, aunque sigamos permitiendo que los pol¨ªticos abusen del espacio p¨²blico, la sociedad est¨¢ condenando clamorosamente que los pol¨ªticos abusen del espacio oculto.
"Espa?a sab¨ªa que, en el fondo, esa trama era la misma que la otra, y que el PP era culpable antes de que lo dijeran los jueces"
No nos vamos a escandalizar, por tanto, al descubrir lo que hemos ignorado adrede, cuando el director de esta pel¨ªcula que se llama Espa?a ha decidido por fin fijarse en Algeciras, ciudad que, junto a La L¨ªnea de la Concepci¨®n llevan conformando, desde hace d¨¦cadas, una de las fronteras m¨¢s desahuciadas de Europa. Ciudades sin empleo, descascarilladas, cuyas calles, a veces, parec¨ªan bombardeadas. All¨ª una parte de sus pobladores se invent¨® un sistema paralelo para vivir. Ilegal, delictivo. Pod¨ªan haberse hecho budistas o yoguis o misioneros, pero prefirieron continuar la tradici¨®n del contrabando, arraigada en aquella parte del mundo. Algunos j¨®venes lo explicaban de una manera muy sencilla: no hab¨ªa mucho m¨¢s donde elegir. Esto lo sab¨ªamos hace 30 a?os. Hoy aquella tarea es una industria que alimenta (violentamente) a muchas familias. En lugar de unirlas al resto de la sociedad, en su momento permitimos que se separaran. Que construyeran su madriguera rentable. Una madriguera econ¨®mica, en lugar de ideol¨®gica.
Si reducimos el comportamiento de todos los personajes a un esquema b¨¢sico, el m¨®vil de todos ellos se parece bastante. Un grupo se separa de otro, obcecado en sus propios intereses. Busca la separaci¨®n, en lugar de la armon¨ªa con el resto de la sociedad ¡ªde la que, sin embargo, se beneficia cuanto puede¡ª. Y alguien se queda el alijo.
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