M¨¦telos en tu casa
Hay gente que tiene el deber de gestionar su casa y otra que tiene el derecho, con un sentido patrimonial envidiable, de gestionar Espa?a
En los ¨²ltimos veinte a?os, cada vez que he escrito de inmigraci¨®n, ya sea en forma de reportaje, entrevista, columna o por se?as, he obtenido de muchos lectores una respuesta famosa: tengo que meter a los inmigrantes en mi casa. Antes incluso de irme a vivir solo ya se propon¨ªa mi casa como soluci¨®n pol¨ªtica, y a¨²n ahora, que puedo pasar d¨ªas sin pisarla, se me reclama que entren all¨ª los inmigrantes, ya me dir¨¢s t¨² con qu¨¦ llaves. Es una respuesta habitual dirigida a aquellos que, cuando vemos desembarcar a decenas de personas desesperadas, deseamos instintivamente que se queden, frente a los que prefieren expulsarlos cuanto antes.
El lepeniano m¨¦telos en tu casa, variante del ¡°espa?oles primero¡±, tiene un importante componente psicol¨®gico. Con ¨¦l se reclama la participaci¨®n directa del ciudadano en pol¨ªtica no como elector, sino como Estado propio: el discurso ultra, el de los Estados fuertes y naciones imperiales, exige de repente disolver su burocracia en comunidades de vecinos. Choca con otras reacciones tremendas, ya sea el matrimonio entre personas del mismo sexo o el aborto, por citar dos de las que m¨¢s ira levantaron, cuando la respuesta no era: ¡°C¨¢sate t¨² que tanto quieres hacerlo", o "que aborten tus hijas si tantas ganas tienen¡±. Entonces lo que se reclamaba era que no lo pudiese hacer nadie, o sea invadir la intimidad ajena; ahora se trata de que cada uno la explote de acuerdo a su pol¨ªtica humanitaria.
Todo esto es muy curioso, pero no todo es tan leve. M¨¦telos en tu casa viene a significar, b¨¢sicamente, que limpies la calle. Obs¨¦rvese la connotaci¨®n pest¨ªfera de la expresi¨®n, que elude el sujeto, y la deshumanizaci¨®n que se deduce de ella. No es un discurso nuevo pero s¨ª que, en este siglo, se reproduzca con tanta naturalidad desde el poder. De tal manera que ¨¦ste, v¨ªa Orban, Trump o Salvini, o nuestro Albiol, es a¨²n m¨¢s duro que muchos de sus votantes, m¨¢s acostumbrados a introducir cl¨¢usulas, adversativas y dem¨¢s ingenier¨ªa ling¨¹¨ªstica para arrojar el mismo mensaje: que aqu¨ª no cabemos todos y que antes de meter a gente nueva hay que procurar el bienestar de los nuestros, siendo ¡®los nuestros¡¯ una forma de racismo sutil. Si el racismo, como la muerte, pudiese calibrarse.
¡°El problema es a largo plazo¡±, suele ser el discurso m¨¢s moderado. Un espa?ol puede tolerar los males propios durante d¨¦cadas, pero el bienestar ajeno es escrupulosamente cronometrado. La conclusi¨®n es que hay gente que tiene el deber de gestionar su casa y otra que tiene el derecho, con un sentido patrimonial envidiable, de gestionar Espa?a, la gobierne o no. Con derecho a pedir fianza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.