Ni pan para hoy
El 155 cambi¨® el guion nacionalista. Ganar no era la ¨²nica opci¨®n
Los humanos, como los fluidos, avanzamos ¡ªes un decir¡ª por la l¨ªnea de menor resistencia. Para evitar tensiones escamoteamos los problemas. O nos mentimos. Esa disposici¨®n, generalizada, a la miop¨ªa de los votantes explica muchos problemas de la democracia. Ante el cambio clim¨¢tico, la deuda, las pensiones, optamos por el pan para hoy. Preferimos ir tirando, evitar las decisiones dif¨ªciles. O aplazarlas, hasta que ya es tarde y nadie nos espera.
La racionalidad es otra cosa. Busca el mejor resultado aunque, a corto plazo, ello imponga malos tragos o decisiones ingratas. Los estudiantes emplean a?os y afanes en su formaci¨®n, los deportistas en sus entrenos y las parejas agotadas asumen dolorosas separaciones. Todos ellos transitan por sus particulares desiertos en nombre de sus intereses o sus querencias, de la felicidad o del simple respeto a s¨ª mismos.
La tercera v¨ªa ha sido siempre un ejemplo de irracionalidad. Ante los chantajes, el pan para hoy. Con la amenaza de la independencia el nacionalismo avanzaba paso a paso. Siempre ganaba. Montaba el l¨ªo y pasaba el cepillo. El problema catal¨¢n nunca pod¨ªa encontrar ¡°soluci¨®n¡±. La ¡°soluci¨®n¡± nacionalista consist¨ªa en cebar el problema: la independencia o algo a cambio, que era un paso hacia la independencia.
El 155 cambi¨® el guion nacionalista. Ganar no era la ¨²nica opci¨®n. Se desandaba camino y, si acaso, el objetivo ser¨ªa recuperar lo perdido. Pero se aplic¨® mal, con plazo y sin criterio, sin condicionarlo al cumplimiento de requisitos de calidad democr¨¢tica. El mecanismo, para ser eficaz, deb¨ªa automatizarse: el 155 se mantendr¨ªa mientras no se cumplieran los requisitos o se aplicar¨ªa en el momento en que se incumplieran. A las pocas semanas estaban en lo mismo, crecidos, y, adem¨¢s, a la espera de volver. Pod¨ªan seguir salt¨¢ndose la ley impunemente. Y se lanzaron a fondo, con una impudicia que ni siquiera mostr¨® Puigdemont: los huidos de la justicia en TV3; la simbolog¨ªa del delito en las instituciones; los espacios p¨²blicos vetados al constitucionalismo; los CDR en actos institucionales.
El resultado no puede ser peor. Parece asumirse que, mientras no se vuelva al refer¨¦ndum o se proclame la independencia, todo est¨¢ permitido. Se normaliza la violaci¨®n cotidiana de derechos y libertades: la degradaci¨®n democr¨¢tica como nueva tercera v¨ªa. Para ¡°no provocar¡± se acepta que el color del delito ocupe el espacio de todos. O peor: vamos a retribuir a quienes nos condujeron al drama con el Estatuto inconstitucional.
El trasfondo mental es sencillo: la independencia se entiende (erradamente) como un salto cu¨¢ntico, no como un proceso continuo. Nada nuevo. Se acuerdan del ¡°Espa?a se rompe¡±. ¡°Tenemos un nuevo Estatuto y no se ha roto Espa?a¡±, nos dec¨ªan aquellos que ten¨ªan en su programa quebrar nuestra comunidad. Y los tontos re¨ªan la gracia. La trampa mental consist¨ªa en pensar en la ruptura de un vaso, en un instante. Pero tambi¨¦n se rompen las cuerdas, por desgaste. Y en esa estamos: deshilachando la convivencia. Ya ni pan para hoy.
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