?Me dejas tu tractor?
No s¨®lo de compartir veh¨ªculos y casas vive la econom¨ªa colaborativa. En India, una aplicaci¨®n impulsa la peque?a agricultura.
Dicen que as¨ª va a ser casi todo en unas d¨¦cadas y lo llaman, a falta de mejor nombre, econom¨ªa colaborativa. Pero no siempre supone colaboraci¨®n sino, m¨¢s bien, un cambio radical en la relaci¨®n de las personas con las cosas: que no necesiten poseerlas para usarlas.
Cualquier origen es un cuento de colores, pero parece que esto empez¨® con aquellas canciones y pel¨ªculas: de pronto, para que otro tuviera las que yo ten¨ªa yo no ten¨ªa que dejar de tenerlas. Despu¨¦s del trabalenguas, la cuesti¨®n era clara: si presto un libro ya no tendr¨¦ libro, si comparto mi plato de lentejas comer¨¦ medio plato de lentejas; si quiero repartir mi mp3 lo seguir¨¦ teniendo entero. De all¨ª sali¨® un modelo que desafiaba los principios de nuestra sociedad: dar no es entregar, compartir no es perder. La generosidad dej¨® de ser un sacrificio.
Y el modelo se extendi¨® a cosas menos repartibles, bajo forma de tiempo. No puedo dar la mitad de mi casa o mi coche, pero si no los uso tres d¨ªas o tres horas puedo entregar esas horas o d¨ªas. As¨ª aparecieron los airbnb y ¨¹ber y dem¨¢s formas novedosas ¨Cque r¨¢pidamente se arruinaron bajo el acoso de los capitalistas habituales.
Pero el modelo resiste y busca sus maneras. Uno de sus argumentos es que es la mejor forma de reducir el despilfarro: que alguien precise desplazar 1000 kilos de metales y pl¨¢sticos para ir al mercado es un fracaso de la civilizaci¨®n; si, adem¨¢s, los tiene guardados el 90 por ciento del tiempo el fracaso se ahonda. Si los coches se compartieran, dice un estudio reciente, en lugar de las 1.000 millones de m¨¢quinas que hay en el mundo alcanzar¨ªa con que hubiera 50 ¨Cy la Tierra agradecida, y los terrenos m¨¢s.
Aunque sigue habiendo un orden: los m¨¢s ricos podremos compartir lo ¨Crelativamente¨C superfluo; los m¨¢s pobres compartir¨ªan lo ¨Cabsolutamente¨C indispensable. El modelo, que para nosotros es casi una coqueter¨ªa o una apuesta a largo plazo, para otros puede ser cuesti¨®n de vida o muerte ya. Sobre todo cuando falta la comida. La India es un desmentido brutal a ese lugar com¨²n de la lucha contra el hambre que pretende que, para combatirlo, nada mejor que la democracia y el desarrollo. La mayor democracia del mundo, una econom¨ªa que se ha desarrollado como pocas en las ¨²ltimas d¨¦cadas, sigue teniendo m¨¢s hambrientos que todos los dem¨¢s: unos 250 millones de personas.
La causa m¨¢s visible de la pobreza es la pobreza: en la India s¨®lo un tercio de la explotaci¨®n agr¨ªcola est¨¢ mecanizada ¨Cporque los campesinos pobres no tienen dinero para comprar tractores. En Estados Unidos una hect¨¢rea mejorada e irrigada rinde 10 toneladas de grano y cada campesino motorizado puede trabajar en promedio unas 200: produce unas 2.000 toneladas. En la India una hect¨¢rea rinde unos tres toneladas de grano y el campesino promedio posee y trabaja menos de una hect¨¢rea: con suerte produce dos toneladas. Por eso, por supuesto, nunca llega a la m¨¢quina que cambiar¨ªa su vida y sigue arando con su b¨²falo o buey: un tractor labra una hect¨¢rea de arroz en cinco o seis horas, un arado animal en 120.
Puede haber soluciones. En la India, el invento m¨¢s reciente se llama Trringo y es una aplicaci¨®n para tel¨¦fono inteligente que permite compartir tractores: cuando un campesino rico no usa el suyo se lo deja a un vecino m¨¢s pobre por unos 5 euros la hora. Lo lanz¨® en 2016 un fabricante de tractores, Mahindra & Mahindra, que espera que este a?o lo usen un mill¨®n de agricultores.
Si funcionara, cambiar¨ªa muchas vidas. Aunque todav¨ªa hay clases ¨Cy castas¨C en la India: s¨®lo un 9 por ciento de los campesinos tiene un tel¨¦fono inteligente. El c¨ªrculo sigue siendo tan vicioso.
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