Pisc¨ªfilo
No hay hoteles para peces, as¨ª que no s¨¦ qu¨¦ ser¨¢ de Gotita cuando yo deba irme
Entramos en el mes de julio y en la di¨¢spora, as¨ª que me voy a permitir darle un tono vacacional a estas sesudas columnas con el fin de ayudarles a soportar el ocio. Y empezar¨¦ con una de hondo contenido animalista.
Cuando mi mujer y yo llevamos a la ni?a al espectacular Oceanogr¨¢fico de Valencia, poco pudimos imaginar que aquello cambiar¨ªa nuestras vidas. La ni?a, como todo cachorro, est¨¢ muy cerca de los animales y los entiende mejor que los adultos. Son, por as¨ª decirlo, sus primos. Cuando vio volar sobre su cabeza a los tiburones nos pregunt¨® con entusiasmo si pod¨ªamos comprarle un tibur¨®n como mascota. No quisimos parecer antiguos padres autoritarios as¨ª que negociamos una alternativa. De vuelta en Madrid compramos una pecera con oxigenador y algas, m¨¢s un pez rojo del tama?o de mi dedo ¨ªndice bautizado de inmediato como Gotita. No la decepcion¨® porque es muy lista y comprendi¨® de inmediato la buena aunque torpe intenci¨®n de sus padres, pero, claro, no provoc¨® su euforia. De Gotita nos hemos ido cuidando los mayores.
?ltimamente he descubierto que el pez se agita y ejecuta bailes provocadores y un tanto hist¨¦ricos. Yo lo atribu¨ªa a que ten¨ªa hambre. ?Est¨²pido de m¨ª! El pobre bicho se alegra de vernos y salta como un delf¨ªn. Est¨¢ comprobado: aunque acabe de comer, si aparecemos en su proximidad inicia unas piruetas y convulsiones como de Beyonc¨¦. Y es por afecto.
Las chicas se han ido de vacaciones huyendo del horno madrile?o y nos hemos quedado a solas Gotita y yo. Paso algunos momentos hablando con ella. No hay hoteles para peces, as¨ª que no s¨¦ qu¨¦ ser¨¢ de Gotita cuando yo deba irme. Abrumado, esta ma?ana me he descubierto pregunt¨¢ndole con tiento si conoc¨ªa la crueldad de la vida. Creo que me ha contestado. Resignada.
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