Discuta, por favor
Seguimos a la mayor¨ªa por miedo a ser rechazados o por no ofender a nadie. La disconformidad nos produce m¨¢s estr¨¦s. Pero si no cuestionamos al grupo, no evolucionaremos como especie
PARA VIVIR en sociedad se necesita consenso, pero no deber¨ªamos abstenernos de discrepar por miedo a ofender o a ser rechazados. A veces caemos en la autocensura: renunciamos a decir lo que los dem¨¢s no quieren o¨ªr, porque nos reconforta sentir que remamos en la misma direcci¨®n que todos. Al fin y al cabo, casi nadie desea que los otros lo perciban como la nota discordante. Pero sin disensi¨®n llegar¨ªamos a un punto de estancamiento.
Galileo contradijo a la Iglesia al defender que la Tierra giraba alrededor del sol. Las sufragistas conquistaron el voto de la mujer en una sociedad machista y patriarcal. Marcel Duchamp convirti¨® un urinario en una de las obras de arte m¨¢s significativas del siglo XX. Estos hitos de la ciencia, de los derechos civiles y del arte, distanciados cronol¨®gicamente entre s¨ª, tienen un denominador com¨²n: sus impulsores se atrevieron a llevar la contraria y pagaron un precio, mayor o menor, por ello. Voltaire escribi¨® en Diccionario filos¨®fico que ¡°la especie humana est¨¢ hecha de tal manera que los que andan por el camino trillado tiran piedras a los que ense?an uno nuevo¡±.
Cuando disentimos, la am¨ªgdala del cerebro relacionada con el procesamiento de las emociones y el miedo, aumenta su actividad
Expresar en voz alta una opini¨®n que contradice lo com¨²nmente aceptado requiere valent¨ªa. El ser humano no es gregario como las abejas ni individualista como el lobo estepario. Tiende a un punto medio. El grupo mayoritario suele imponer su criterio no siempre con razones de peso, sino por la fuerza psicol¨®gica que le otorga su superioridad num¨¦rica. A este respecto el fil¨®sofo John Stuart Mill advirti¨® en Sobre la libertad que la presi¨®n de las mayor¨ªas pod¨ªa ser tanto o m¨¢s opresiva que la de un gobierno autoritario, pues no s¨®lo amenaza las libertades individuales, sino que ¡°tiende a encadenar el alma¡±.
En 1951, el psic¨®logo estadounidense Solomon Asch realiz¨® una serie de experimentos que demostraron el poder de la conformidad en los grupos: un 37% de los participantes prefer¨ªa sumarse a la respuesta mayoritaria, aunque la percibiera como err¨®nea. Los estudios que han venido despu¨¦s han alcanzado la misma conclusi¨®n: la mayor¨ªa, por el mero hecho de serlo, influye en nuestras decisiones. Pesa en ello el miedo a la exclusi¨®n, al rid¨ªculo o a la indiferencia. Tambi¨¦n el instinto de conservaci¨®n, la herencia at¨¢vica de cuando la supervivencia del individuo estaba supeditada a la vida en grupo. Siguiendo la estela de Asch, el neuroeconomista Gregory Berns investig¨® con t¨¦cnicas de neuroimagen para saber qu¨¦ pasa en nuestro cerebro cuando estamos en desacuerdo con el juicio de los dem¨¢s. Berns constat¨® que la disconformidad iba acompa?ada de un aumento de la actividad de la am¨ªgdala, relacionada con el procesamiento de las emociones y el miedo, mientras que, en el caso contrario, los niveles de estr¨¦s se reduc¨ªan. Por eso no es tan extra?o sentirse m¨¢s seguro equivocado con el grupo que a solas con la verdad.
El accidente del vuelo 173 de United Airlines, que acab¨® estrell¨¢ndose, puso en evidencia la falta de disensi¨®n, de comunicaci¨®n, entre la tripulaci¨®n y el capit¨¢n.?
Las deliberaciones de los jurados en la justicia han proporcionado un interesante campo de estudio sobre la importancia de disentir. La mera presencia del debate beneficia la calidad de las argumentaciones, como han demostrado los estudios de Charlan Nemeth, investigadora de la Universidad de Berkeley y pionera en este ¨¢mbito. Tanto en experimentos controlados como en la observaci¨®n de jurados reales, se comprob¨® que los veredictos estaban mejor argumentados si al menos un componente discrepaba: se estudiaban m¨¢s alternativas, se buscaba informaci¨®n que no s¨®lo confirmase la opini¨®n dominante y se constru¨ªan razonamientos m¨¢s s¨®lidos. Pero no nos enga?emos: lo de Henry Fonda en la pel¨ªcula Doce hombres sin piedad (dirigida en 1957 por Sidney Lumet) no es lo com¨²n.
La historia trata sobre un jurado que delibera a puerta cerrada si un joven es culpable de haber matado a su padre. Aunque las pruebas parecen concluyentes, la primera votaci¨®n revela la falta de acuerdo: el personaje de Fonda disiente del resto. Los dem¨¢s se impacientan, quieren cumplir el tr¨¢mite y volver a casa, pero el compa?ero d¨ªscolo les convence de que cada cual argumente su postura. La duda va creciendo y al final la balanza se decanta por la inocencia del acusado. La cinta muestra un caso que en la vida real es una excepci¨®n: s¨®lo en un 5% de las ocasiones el veredicto de los juzgados estadounidenses coincide con el que defend¨ªa la minor¨ªa tras la primera deliberaci¨®n.
Es mucho lo que se pierde si no hay margen para disentir. Veamos un caso extremo. El accidente de 1978 del vuelo 173 de United Airlines, que cubr¨ªa la ruta de Nueva York- Portland. Esta tragedia ha pasado a los anales de la aeron¨¢utica porque, desde entonces, se implant¨® un protocolo con el fin de fomentar la buena comunicaci¨®n en la cabina. Un problema con el tren de aterrizaje oblig¨® a la tripulaci¨®n a abortar el descenso. Toda la atenci¨®n del capit¨¢n se centr¨® en averiguar la causa del problema. Lo mismo hicieron sus ayudantes, que no fueron capaces de transmitir adecuadamente al primero su preocupaci¨®n por el bajo nivel de combustible, que se agot¨® en pleno vuelo y acab¨® provocando que el avi¨®n se estrellara. El miedo a expresar una inquietud a la m¨¢xima autoridad produjo un fallo comunicativo. Desde aquel desastre se anima a cuestionar al superior cuando se cree que toma una decisi¨®n err¨®nea y a que este acepte las opiniones de sus subordinados. As¨ª que no dude en disentir. Como dijo el fil¨®sofo Eric Hoffer, el principio del pensamiento se halla en el desacuerdo no solo con los dem¨¢s, sino tambi¨¦n con nosotros mismos. No se trata tanto de provocar el debate como que, cuando surja, lo aceptemos. A la larga, todos salimos ganando.
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