Feminismo sin ruido
Estamos ante una batalla pol¨ªtica y, en nuestro tiempo, las batallas pol¨ªticas comienzan por socavar los territorios comunes
La guerra de las ideas se disputa en factor¨ªas de palabras. Algo nuevo. Los revolucionarios cl¨¢sicos acud¨ªan a la sencilla dignidad de palabras de familia gastadas tibiamente. Si acaso, volv¨ªan la mirada atr¨¢s, a griegos, romanos o, m¨¢s tarde, a la Francia revolucionaria. Ahora es distinto. Ha sucedido, superlativamente, con el feminismo m¨¢s reciente y su impresionante capacidad para despachar nuevos sintagmas: microagresiones, mansplaining, bropropriating, manterruption, etc. Se trata de un l¨¦xico, casi siempre autorreferencial, que inunda los debates y, no pocas veces, deja con el pie cambiado a los interlocutores, incapaces de saber de qu¨¦ se habla. No se trata tanto de hechos nuevos sino de designaciones nuevas de hechos antiguos que, por lo mismo, cabe pensar, se podr¨ªan haber denunciado con las palabras de todos. Pero estamos ante una batalla pol¨ªtica y, en nuestro tiempo, las batallas pol¨ªticas comienzan por socavar los territorios comunes, que es algo bien distinto a discutirlos.
Ese despliegue l¨¦xico con frecuencia superpone, sin distinguir, varios registros: el normativo y el positivo, el c¨®mo son las cosas y el c¨®mo nos parecen, bien o mal, con la biolog¨ªa como sospechosa habitual; el acad¨¦mico-t¨¦cnico y el com¨²n, el uso preciso y expl¨ªcito y las palabras comunes de la tribu, como se ha visto con las decisiones judiciales; los actos locutivos y los ilocutivos, cuando los adjetivos, abandonada su funci¨®n clarificadora, se usan para acallar discrepancias o desatar emociones.
Esa superposici¨®n tiene insanas consecuencias para el necesario debate de las causas justas. Primero, propicia la ambig¨¹edad, el mejor modo de no entenderse. El nuevo l¨¦xico crea una ilusi¨®n de precisi¨®n (Lilienfeld, Microaggressions: Strong Claims, Inadequate Evidence) y acaba por encanallar los debates. Parafraseando a Russell se podr¨ªa decir que ¡°las controversias son m¨¢s salvajes cuando no hay precisi¨®n. La persecuci¨®n se utiliza en la teolog¨ªa, no en la aritm¨¦tica¡±. Por otra parte, la discusi¨®n se empantana por las malas maneras argumentales: hechos que se confunden con valores (falacias naturalistas y moralistas), t¨¦cnicas estad¨ªsticas maltratadas y omnipresencia de la falacia ad hominem (¡°t¨², hombre, no lo puedes entender¡±). Tercero, no se sabe muy bien si se discuten teor¨ªas acad¨¦micas o propuestas pol¨ªticas. La cr¨ªtica a ciertas teor¨ªas se considera una descalificaci¨®n del movimiento emancipador, como si criticar la teor¨ªa del valor trabajo descalificara al socialismo. Dudar de ciertas tesis se entiende, sin m¨¢s tr¨¢mite, como un acto de opresi¨®n. Y no: discutir la calidad epist¨¦mica de la ¡°perspectiva de g¨¦nero¡± no es defender la violaci¨®n.
Pero lo peor de todo es que la resistencia a matizar puede arramblar con las mejores propuestas. La discriminaci¨®n positiva, justificada en determinadas circunstancias, puede ser la primera v¨ªctima, cuando se convierte en incondicional y se defiende con pobres argumentos. El af¨¢n de decorar con (mala) teor¨ªa propuestas sensatas y la insistencia en tomar la cr¨ªtica a la primera como una descalificaci¨®n de las segundas, es un modo seguro de allanar el camino al triunfo de las peores ideas. No ser¨ªa la primera vez.
A ver qu¨¦ pasa.
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