El futuro de la Corona
Cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil de justificar las aportaciones de valor de una instituci¨®n salpicada de esc¨¢ndalos, conductas inapropiadas e indicios veros¨ªmiles
La abdicaci¨®n del rey Juan Carlos puede explicarse, como todas las grandes operaciones de Estado, a partir de una doble dimensi¨®n en la que lo real se mezcla con lo simulado. As¨ª, la verdadera raz¨®n de un proceso de renuncia al trono, hasta entonces in¨¦dito, hab¨ªa que buscarla en la aceptaci¨®n del irreversible desgaste de imagen sufrido por su titular. Con el acuerdo en el diagn¨®stico, la soluci¨®n pasaba por garantizar la viabilidad de la Corona a trav¨¦s de la renuncia de los derechos de su titular en la persona del leg¨ªtimo heredero. La operaci¨®n de comunicaci¨®n pol¨ªtica consisti¨®, a continuaci¨®n, en presentar como un relevo generacional acorde con los tiempos lo que fue, m¨¢s bien, la f¨®rmula imaginativa encontrada para hacer responsable de sus actos a quien la Constituci¨®n le exime de ello. El pretendido ¨¦xito de una intervenci¨®n sobre la monarqu¨ªa desde la l¨®gica democr¨¢tica de la depuraci¨®n de responsabilidades pol¨ªticas quedaba fiado, empero, a que la narrativa explicativa de la abdicaci¨®n no quedara desmontada con el tiempo. Algo que, obviamente, parece que ya ha ocurrido.
La reciente revelaci¨®n del contenido de una serie de conversaciones en las que se relaciona a don Juan Carlos con comportamientos poco acomodados a los est¨¢ndares que se debe exigir a un Jefe de Estado, o directamente incompatibles con la ley, pone en cuesti¨®n el pretendido ¨¦xito de la operaci¨®n abdicaci¨®n e impide que se consolide el relato de ¡°una monarqu¨ªa renovada para un tiempo nuevo¡±. De hecho, para hacer frente ahora a las consecuencias del comportamiento de quien fuera el titular de la Corona apenas quedan ya mecanismos capaces de mitigar los da?os sobre el Rey, que no pasen por sugerir a su padre un exilio voluntario y discreto. M¨¢s dif¨ªcil soluci¨®n tiene todav¨ªa el tratamiento de aquellas pr¨¢cticas conocidas y que, de probarse ciertas, vulneran la ley. Aunque la Constituci¨®n protege al Rey em¨¦rito frente a cualquier actuaci¨®n de los tribunales por los actos cometidos mientras ejerci¨® las funciones de Jefe de Estado, parece obvio que no ayudar¨¢ a la Corona tener que recurrir, en ¨²ltimo extremo, al privilegio de la inviolabilidad.
M¨¢s all¨¢ de si prospera cualquier petici¨®n de comisi¨®n de investigaci¨®n parlamentaria o del resultado al que d¨¦ lugar la pieza separada abierta en los tribunales, a nadie se le escapa que asistimos a un proceso de deterioro continuado de la Corona que erosiona de manera ?irreversible? sus anclajes dentro del sistema pol¨ªtico. Cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil de justificar las aportaciones de valor de una instituci¨®n salpicada de esc¨¢ndalos, conductas inapropiadas e indicios veros¨ªmiles, cuando no certezas judiciales, de comportamientos contrarios a la ley. Quienes imaginaron la abdicaci¨®n como un parteaguas hoy saben que la operaci¨®n no ha mitigado los da?os en una instituci¨®n de corte hereditario. Felipe VI va a necesitar m¨¢s determinaci¨®n para afrontar un incierto futuro para la Corona lastrado por una herencia en la que sobran ¡°activos t¨®xicos¡±. Ha llegado el momento de ver c¨®mo administra su propia iniciativa.
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