Elogio del adversario
El combate de las ideas debe librarse en el tablero democr¨¢tico que compartimos
El d¨ªa del fallecimiento del senador McCain circul¨® un v¨ªdeo de campa?a en el que una mujer lo interpelaba se?alando que no pod¨ªa confiar en Obama. ¡°He le¨ªdo sobre ¨¦l y es un ¨¢rabe¡±, dec¨ªa. Respetuosamente, pero sin dudarlo, McCain cogi¨® el micr¨®fono y contest¨® lo que sigue: ¡°No, se?ora. Es un hombre de familia decente, un ciudadano con quien simplemente sucede que discrepo en asuntos fundamentales¡±, y a?adi¨® que de eso era de lo que iba, en definitiva, la campa?a. En ese momento, el senador McCain, consciente de su responsabilidad, eludi¨® explotar pol¨ªticamente un elemento incendiario: el miedo. Se?alaba as¨ª que el motor de la pol¨ªtica no deb¨ªan ser las emociones primarias, sino las normales discrepancias dentro del respeto mutuo.
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En el d¨ªa del fallecimiento de McCain, Obama evocar¨ªa a su vez una premisa que parece haberse olvidado en la era Trump, se?alando que, a pesar de pertenecer a diferentes generaciones y sostener posiciones pol¨ªticas antag¨®nicas, ambos compart¨ªan su ¡°fidelidad a algo superior, los ideales por los que generaciones de americanos e inmigrantes han luchado, desfilado y se han sacrificado¡±. A pesar de su rivalidad, les un¨ªa la misma idea de democracia, aquella que considera que los actores deben corresponsabilizarse del cuidado de sus instituciones. Debemos recordar demasiado a menudo que la batalla pol¨ªtica se rige por normas y debe admitir espacios comunes, aunque solo sean aquellos que hacen posible la necesaria confrontaci¨®n de ideas, pues es all¨ª donde surge la posibilidad de una comunidad pol¨ªtica. Frente a Trump, esta concepci¨®n de la pol¨ªtica democr¨¢tica niega la idea de la pol¨ªtica como una guerra total. En democracia hablamos de adversarios pol¨ªticos, nunca de enemigos, y es en ese reconocimiento donde est¨¢ nuestra base legitimadora. Debemos confrontar nuestras ideas con ellos, pero no cuestionar su derecho a defenderlas si la discusi¨®n se produce dentro del tablero democr¨¢tico que compartimos. Y conviene repetirlo: ese espacio com¨²n es lo que permite la existencia de una comunidad pol¨ªtica, de la misma forma que convertir al adversario pol¨ªtico en enemigo es lo que la destruye.
Trump, Obama y McCain no representan lo mismo. El actual presidente se sirve de las instituciones para instrumentalizarlas, incluso parasitarlas; McCain y Obama trabajaban para ellas como servidores p¨²blicos. Les un¨ªa su concepci¨®n de la batalla pol¨ªtica como un marco de discusi¨®n, y era as¨ª como entend¨ªa McCain su patriotismo. Aunque cometi¨® muchos errores, para ¨¦l fue m¨¢s importante defender una comunidad pol¨ªtica compartida que su propia adscripci¨®n partidista. Sab¨ªa, y as¨ª lo demostr¨® con fiereza, que estas profundas convicciones no le hac¨ªan m¨¢s d¨¦bil, intentando articular un republicanismo que fuese m¨¢s all¨¢ del faccionalismo, vincul¨¢ndolo de nuevo con la idea de servicio p¨²blico. Lo hizo, adem¨¢s, sin aparecer como un traidor. Quiz¨¢s fue su experiencia en la guerra lo que le facult¨® para ello, pero resulta excesivo y peligroso que, en una democracia, solo un h¨¦roe de guerra condecorado pueda apelar al consenso sin parecer desleal.
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