La victoria de la ciencia sobre los atajos del cerebro
Pr¨®logo de las memorias de Edzard Ernst, 'Un cient¨ªfico en el Pa¨ªs de las Maravillas', reci¨¦n publicadas en espa?ol por Next Door

Vivimos tiempos extra?os, tiempos en los que la verdad se ha puesto de moda, pero para llevarle la contraria, para ponerle apellidos y prefijos. Los prejuicios personales han logrado imponerse demasiadas veces a los hechos. Los datos siempre pueden ser discutidos, pero usando elementos contrastables y, sobre todo, aportando pruebas. Todo eso parece haberse roto. Si t¨² dices que eso es una mesa, yo digo que son treinta millones de unicornios... y los dos tenemos derecho a que sea atendida nuestra versi¨®n y adem¨¢s en igualdad de condiciones. Los medios y las redes abruman de tal forma a los ciudadanos que cada uno puede ba?arse en el tsunami de infoxicaci¨®n que m¨¢s le interese y disfrutar de su burbuja sin molestas disonancias. No hablo solo de pol¨ªtica. En la salud est¨¢n funcionando los mismos mecanismos, tan absurdos como terribles, que han perturbado algunos procesos democr¨¢ticos. El cuestionamiento de toda autoridad (m¨¦dica), la deslegitimaci¨®n de los expertos (en favor de los charlatanes), la b¨²squeda de esquemas personales que sirvan para explicar el mundo (al margen de la ciencia), el ombliguismo antisocial (como el caso de los antivacunas), los relatos falsos, las fake news, las informaciones inventadas a las que la ¨²nica credibilidad que se les reclama es que encajen con nuestros prejuicios. El mundo de la salud, la medicina y el bienestar se ha convertido en un campo de batalla permanente en el que, de pronto, las creencias personales desempe?an un papel fundamental e inesperado. El amimefuncionismo (?a m¨ª me funciona? tal o cual tratamiento sin aval cient¨ªfico) es el trumpismo sanitario. Da igual que mi organismo se vaya al garete, que mi pa¨ªs se desmorone, lo importante es mantener mi visi¨®n de las cosas. Lo que necesito es que el pol¨ªtico de turno me diga que la culpa es de los inmigrantes y que sin ellos se solucionar¨¢n mis desdichas laborales; que el falso m¨¦dico me diga que puedo curarme un c¨¢ncer con remedios sencillos, sin sacrificios, arrinconando un problema emocional o tomando vitaminas.
"La medicina alternativa siempre estuvo ah¨ª. Y me sent¨ªa perfectamente c¨®modo con ella", dice Ernst. Entr¨® en un hospital homeop¨¢tico nada m¨¢s acabar su formaci¨®n en medicina
La homeopat¨ªa es solo una de las ciento cuarenta pseudoterapias que tiene catalogadas el Ministerio de Sanidad espa?ol, una m¨¢s de las docenas de t¨¦cnicas y pr¨¢cticas que se atribuyen capacidades curativas que no han sido capaces de demostrar. Es m¨¢s, la homeopat¨ªa no solo no ha probado que pueda curar: es que ni siquiera ha mostrado c¨®mo podr¨ªa hacerlo. Sus defensores no han podido explicar qu¨¦ inaudito sendero medicinal llevar¨ªa a esas bolitas de az¨²car a curar enfermedades. La homeopat¨ªa se ha convertido en el tablero de juego de muchas de estas partidas dial¨¦cticas de las que habl¨¢bamos m¨¢s arriba: los hechos y las percepciones, los datos y las voluntades, la ciencia y la creencia. Pero hubo un tiempo en que ni se planteaba este debate, en que nadie pon¨ªa sus fichas en el tablero para enfrentarlas a las bolitas de az¨²car.
El caso de Edzard Ernst es quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s interesante que uno se pueda encontrar en la historia reciente de alguien que logra superar un sesgo tan personal, tan ¨ªntimo como el sistema de creencias que una madre puede inculcarle a un hijo. Porque Ernst, al que conocemos por haber sido durante muchos a?os el azote solitario de las pseudociencias, fue educado en las bondades de la homeopat¨ªa. Le pusieron el nombre de un curandero del que su madre era devota. ?La medicina alternativa siempre estuvo ah¨ª, a mi alrededor. Y me sent¨ªa perfectamente c¨®modo con ella?, dice Ernst al comienzo de sus ejemplares memorias. Siguiendo la estela de su madre y de su padre, m¨¦dico, terminar¨ªa en un hospital homeop¨¢tico nada m¨¢s acabar su formaci¨®n en medicina. ?Bas¨¢ndome en esta temprana experiencia personal, yo ten¨ªa la impresi¨®n de que a menudo la homeopat¨ªa era eficaz?, escribe. Su trabajo en ese hospital le permitir¨ªa dar respuesta a la siguiente paradoja: ?c¨®mo pueden funcionar estos remedios homeop¨¢ticos si en las clases de farmacolog¨ªa de la facultad explican que los principios de la homeopat¨ªa son un completo disparate? El joven Ernst se hac¨ªa preguntas. Ser¨ªa el primero en responderlas con firmeza.
En los ¨²ltimos a?os han cosechado una gran popularidad la psicolog¨ªa conductual y algunos de sus pioneros, como el Nobel Daniel Kahneman. En sus trabajos, estos psic¨®logos nos han mostrado c¨®mo funciona el cerebro humano al tomar decisiones. Y resulta que muchas de las decisiones ya han sido tomadas de antemano: nuestro cerebro est¨¢ predispuesto a rechazar todo aquello que ?discuta? su sistema de creencias. Si recibe un nuevo dato, el cerebro se encarga de hacerlo encajar en su esquema mental, con calzador si es necesario, o bien lo rechaza negando su veracidad. Es lo que se conoce como sesgos cognitivos: mecanismos que usamos para engrasar la masa gris, evitando que el roce con la realidad haga que salten chispas en nuestras neuronas. Esto provoca que incluso llegue a ser contraproducente usar datos contrastados para intentar sacar a alguien de su error. En muchas ocasiones se desencadena el efecto backfire (?tiro por la culata?) provocando que el sujeto se encierre todav¨ªa m¨¢s en su discurso al rechazar la informaci¨®n que desmonta su manera de pensar.
El caso de Edzard Ernst es quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s interesante que uno se pueda encontrar de alguien que logra superar un sesgo tan ¨ªntimo como el sistema de creencias que una madre puede inculcarle a un hijo
Ernst, que no ten¨ªa ni idea de lo emocional y politizado ¡ªahora dir¨ªamos polarizado¡ª que estaba el debate en torno a la medicina alternativa, se hizo con un puesto precisamente para estudiarla. Fue cuando comprendi¨® que la ciencia debe ser ?cr¨ªtica? a pesar de lo que opinaban sus colegas en el mundo de la medicina alternativa, que no sent¨ªan la necesidad de cuestionar ni comprobar sus tradiciones, ideas y postulados. Ah¨ª este investigador novato se encontr¨® con el primero de sus problemas: c¨®mo poner a prueba una pseudoterapia. Uno de los pasajes m¨¢s divertidos del libro es la narraci¨®n que hace el propio Ernst de c¨®mo fue dise?ando los ensayos cl¨ªnicos para que fueran homologables, con doble ciego, con grupo de control, etc. Con una pastilla es f¨¢cil medir el efecto placebo d¨¢ndoles a los pacientes una p¨ªldora falsa que no contenga ning¨²n medicamento. Pero ?c¨®mo medir el efecto placebo con tipos que aseguran curar mediante imposici¨®n de manos? Cuando Ernst empez¨® a atinar en el dise?o de sus estudios, encontr¨® el segundo (y mayor) de sus problemas: la resistencia, primero, y la radical oposici¨®n, despu¨¦s, de los propios curanderos y pseudoterapeutas a quienes quer¨ªa estudiar. Estos personajes ?jugaban? a la ciencia y a la medicina, hasta que Ernst descubri¨® que sus planteamientos y actitudes eran m¨¢s propios de las religiones: el dogma del Pa¨ªs de las Maravillas no se pone en duda.
Y as¨ª, pr¨¢cticamente solo, contra viento y marea, sin conocimientos previos sobre c¨®mo plantear estos ensayos cl¨ªnicos, Ernst fue construyendo un corpus cient¨ªfico que iba desmontando poco a poco las mentiras de la pseudociencia. Y lo que quiz¨¢ es a¨²n m¨¢s interesante, fue tumbando con su propio trabajo las creencias que su madre le hab¨ªa inculcado. Pas¨® de ser un joven m¨¦dico home¨®pata al mayor azote de esa falsa medicina. As¨ª, Ernst logr¨® quiz¨¢ el ¨¦xito m¨¢s poderoso: que un cerebro cambiara por completo su sistema de creencias a la luz de las evidencias que iba recopilando. Si un cerebro humano pudo, todos podemos. Hay esperanza.
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