M¨¢steres del absurdo

Visto con perspectiva, la obsesi¨®n de nuestros pol¨ªticos patrios con sus m¨¢steres y sus tesis es absurda. El problema de la clase pol¨ªtica, no s¨®lo espa?ola sino en general de todo Occidente, no es su falta de preparaci¨®n acad¨¦mica, sino todo lo contrario. En relaci¨®n a la media de la poblaci¨®n, los pol¨ªticos est¨¢n sobrecualificados. Y eso puede tener algunos efectos positivos, pero tambi¨¦n ensancha el problema de representaci¨®n que sufren nuestras democracias: la creciente desconfianza de los gobernados hacia sus gobernantes.

Es una de las principales razones del ascenso de la derecha populista. En EE?UU, desde George W. Bush a Trump, muchos candidatos republicanos a todo tipo de elecciones han ganado porque su forma de hablar y de comportarse se asemejaba m¨¢s a la del americano de a pie que la de los educados y estirados dem¨®cratas, con sus impecables credenciales acad¨¦micas. El votante ya no quiere que le den lecciones desde un p¨²lpito. Prefiere al candidato con el que puede tomarse una cerveza.

Y, en el coraz¨®n del Estado de bienestar europeo, la ultraderecha les roba votos a los partidos tradicionales no a pesar de, sino gracias a la falta de nivel acad¨¦mico de sus l¨ªderes. Los partidos socialdem¨®cratas o excomunistas apenas cuentan ya con obreros sindicados, o con candidatos con amplia experiencia laboral fuera de los aparatos del partido. Los partidos democristianos o conservadores tampoco tienen los hombres y mujeres hechos a s¨ª mismos de anta?o. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, han optado por pol¨ªticos m¨¢s prefabricados: j¨®venes y con una formaci¨®n acad¨¦mica reglada: licenciatura y, a poder ser, uno o dos m¨¢steres. Pol¨ªticos con acreditaci¨®n universitaria m¨¢s que social. As¨ª, los populistas, de la Lega en Italia a los Dem¨®cratas Suecos, se han aprovechado del acantilado que separa a una ¨¦lite pol¨ªtica muy acad¨¦mica de una poblaci¨®n que se mueve en registros ling¨¹¨ªsticos y culturales m¨¢s mundanos.

En Espa?a no tenemos, de momento, ultraderecha. Pero s¨ª una fuerte crisis de representaci¨®n. Nueve de cada diez ministros y diputados tiene estudios universitarios, un porcentaje m¨¢s elevado que en otros pa¨ªses europeos. Y, sin embargo, como subraya el soci¨®logo Xavier Coller, s¨®lo uno de cada cuatro espa?oles posee un t¨ªtulo universitario. M¨¢s que hacia Europa, convergemos hacia un modelo latinoamericano de democracia: ministros con doctorados en Harvard. Cargados de buenas intenciones, pero alejados del votante medio.

Queremos que nuestros pol¨ªticos est¨¦n preparados. Y una buena formaci¨®n universitaria es una se?al, aunque no la ¨²nica, de competencia. Independientemente de los conocimientos adquiridos, la principal val¨ªa de la educaci¨®n universitaria es premiar a los que m¨¢s se esfuerzan. Es por eso que t¨ªtulos como los m¨¢steres VIP de la Universidad Rey Juan Carlos son doblemente in¨²tiles: contribuyen a la espiral de ¡°titulitis¡± y no son resultado del esfuerzo sino de la vagancia y el conchabeo.