La era de la abundancia
La historia sugiere que cuando las noticias nos abruman, acabamos culpando al mensajero
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ABIEKMB3HP2QCO4GMWF5CM4CEA.jpg?auth=a1ee8e8920820976a12b324599a2e1615f1c0d661b6b3cec5c0f1734eb77a83b&width=414)
Hace unos a?os, no tantos, los peri¨®dicos vend¨ªan toneladas de papel. El negocio sol¨ªa atravesar un bache durante las vacaciones veraniegas y cada empresa trataba de adaptarse como pod¨ªa a la contracci¨®n de agosto: se reduc¨ªan p¨¢ginas, se introduc¨ªan suplementos de tono ligero y se aplicaba alg¨²n instrumento promocional: peque?os regalos, ofertas de ollas, ese tipo de cosas. Un d¨ªa, charlando con uno de los principales directores de la ¨¦poca, sali¨® la cuesti¨®n de agosto. Aquel director me coment¨® que ese a?o se iba a ahorrar las promociones: pensaba mantener las ventas en un nivel aceptable llevando a portada cada d¨ªa el ¡°genocidio ling¨¹¨ªstico¡± en Catalu?a. Incluso la licencia po¨¦tica (los genocidios solo se cometen sobre personas) resultaba exagerada, pero la idea funcion¨®. Solemos tolerar exageraciones cuando percibimos que un problema es real. Somos as¨ª.
La prensa existe para difundir informaci¨®n. Idealmente, lo que llamamos noticias. Y la noticia se sustenta en la anomal¨ªa, la irregularidad, el fen¨®meno excepcional. La prensa, por tanto, ofrece un retrato deformado de la sociedad: la pinta peor de lo que es. Los avances tecnol¨®gicos no han supuesto ning¨²n cambio en ese sentido. Simplemente han permitido que la industria de la informaci¨®n se adapte al hipercapitalismo (en el sentido de la hiperproducci¨®n e incluso de los hiperbeneficios, absorbidos por los grandes distribuidores digitales) y proponga al consumidor una oferta tan abundante como continua. Es natural. Vivimos en la era de la abundancia. Bendita abundancia: eso lo sabe cualquiera que padezca la escasez. Quiz¨¢ inevitablemente, la abundancia implica excesos y adicciones.
Por ce?irnos al caso espa?ol, unos pocos miles de personas, los que producen informaci¨®n y los que la jalean o patean (las redes sociales integran el proceso completo, desde la primera emisi¨®n hasta la ¨²ltima reacci¨®n del usuario), conforman un mecanismo de difusi¨®n acelerada y masiva. No s¨¦ c¨®mo sobrellevan ustedes el clamor informativo. A m¨ª, y me dedico a esto, me pone un poco nervioso. Me cuesta reconocer el pa¨ªs real en ese torrente de problemas y desgracias.
La realidad es compleja. ?Hay que vender bombas a un r¨¦gimen tir¨¢nico y en guerra como el saud¨ª para mantener el empleo en un astillero? Tengo mi opini¨®n (no), pero entiendo el dilema. Cuanto m¨¢s leo sobre el asunto, mejor entiendo el dilema. Y menos preparado me siento para afrontar diariamente conflictos ¨¦ticos como ese, uno de tantos. Ahora constatamos que muchos pol¨ªticos mienten en su curr¨ªculo y obtienen titulaciones por v¨ªas vergonzantes. Que el poder miente ya lo sab¨ªamos; que los pol¨ªticos recurran a la falsificaci¨®n de t¨ªtulos para medrar en el oficio (nada que ver con los electores, que no suelen votar seg¨²n el expediente acad¨¦mico) revela una cierta podredumbre end¨¦mica. ?Qu¨¦ hacemos? ?Abominamos del sistema? ?Nos lo cargamos?
La historia sugiere que cuando las noticias nos abruman, acabamos culpando al mensajero. No es extra?a la impopularidad de la prensa en la sociedad de la abundancia. No es extra?o el ascenso de los aut¨®cratas populistas enfrentados a la prensa: ellos mienten, pero el p¨²blico percibe que la industria de la informaci¨®n, enganchada al conflicto y a la contradicci¨®n, tambi¨¦n lo hace. No nos reconocemos en ella.
El progreso implica complejidad. La prensa es a la vez necesaria y da?ina. Habr¨¢ que hacerse a la idea.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.