El valor de la contenci¨®n
La intenci¨®n de negociar se verifica con hechos, no con palabras. Por eso no prosperan las declaraciones a favor del di¨¢logo
Afirman Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su reci¨¦n publicado C¨®mo mueren las democracias, que una de las fortalezas de la democracia de Estados Unidos radica en unas normas no escritas que apuntalan su Constituci¨®n. La primera de ellas es la tolerancia entre los partidos rivales, de la cual deriva la segunda, que es la contenci¨®n, es decir, la idea de que ¡°los pol¨ªticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales¡±. Ambas normas evitan la lucha partidista a muerte tan habitual en todas las democracias. Y disparates como la victoria de Trump. Sin contenci¨®n, la polarizaci¨®n partidista y la pol¨ªtica de confrontaci¨®n est¨¢n servidas. Un ejemplo inequ¨ªvoco de que es as¨ª lo tenemos en el conflicto catal¨¢n. Los partidos independentistas, de un lado, y Ciudadanos y PP, de otro, ni se toleran ni se contienen, instalados uno y otro en el escenario de una democracia declarativa que solo se preocupa de disparar contra el rival. Se agradece la actitud sostenida del Gobierno de Pedro S¨¢nchez, que no entra al trapo y procura templar gaitas a fin de mantener una m¨ªnima expectativa de que es posible empezar a negociar algo.
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No es raro que nuestra joven democracia adolezca de esas normas no escritas que sostienen el funcionamiento democr¨¢tico. La falta de contenci¨®n lleva a ver al opositor como un enemigo al que hay que vencer como sea. La contenci¨®n, en cambio, tiene una funci¨®n tranquilizante y moderadora porque, cuando se posee esa virtud, no solo se aplica en la relaci¨®n con el adversario, sino con uno mismo. Que los dos extremos de la contienda no ejercen sobre s¨ª mismos ning¨²n control se pone de manifiesto en que se nutren de puros principios, convicciones, actos de fe. El derecho a la autodeterminaci¨®n que esgrimen los independentistas es una ¡°verdad¡± que no admite interpretaciones ni matices. Lo mismo les ocurre a los ¡°constitucionalistas¡± con el dogma de la unidad de Espa?a, tan indisoluble que no cabe considerar una formulaci¨®n compatible con el reconocimiento de singularidades territoriales diversas. Ortega escribi¨® que las ideas se tienen, mientras en las creencias se est¨¢. Puesto que se est¨¢ en ellas no se perciben como algo opinable y dudoso. Se toman por la realidad. Las creencias firmes no son suelo propicio para la tolerancia; lo son para el fanatismo.
Ser¨ªa bueno recordar el criterio que Max Weber estableci¨® como caracter¨ªstico del buen pol¨ªtico. Es un buen pol¨ªtico el que no solo tiene principios sino que se hace responsable de las consecuencias de sus acciones y decisiones. Cuando uno se agarra a los principios con vehemencia, deja de considerar lo que pueda derivar de mantenerlos a toda costa. Se ignoran las consecuencias. La estrategia independentista fracas¨® estrepitosamente porque no contrast¨® su proyecto con la realidad. No se quiso atender no solo a consecuencias externas, como la fuga de empresas o la creciente divisi¨®n pol¨ªtica y social, sino tampoco a consecuencias negativas para el propio movimiento soberanista que se ha quedado sin estrategia y sin programa que fije sus objetivos. Pero las convicciones firmes de los contrarios a la independencia han sido asimismo un obst¨¢culo insalvable hasta ahora para intentar un posible pacto. El ¡°s¨ª¡± de unos y el ¡°no¡± de los otros solo pueden llevar a una correlaci¨®n de fuerzas, en este caso desiguales, no a nada parecido a la negociaci¨®n.
Esta virtud es como el subproducto de un comportamiento que busca convencer m¨¢s que pelearse con un adversario enemigo
La contenci¨®n, como todas las virtudes, se aprende practic¨¢ndola. Es como el subproducto de un comportamiento que busca convencer m¨¢s que pelearse con un adversario enemigo. Es l¨®gico que, a pesar del fracaso de su programa, el independentismo no quiera renunciar a sus ideales y est¨¦ dispuesto a seguir defendi¨¦ndolos como prioritarios. Lo cual no es contradictorio con adoptar una actitud de contenci¨®n que, en lugar de encastillarse en la demanda de un refer¨¦ndum, se dedique a conseguir que sus propuestas tengan una aceptaci¨®n m¨¢s amplia entre los catalanes. Ampliar las bases ha sido un prop¨®sito que no ha dado resultados hasta ahora. Pero si el independentismo alcanzara cotas realmente altas, que hablaran de una amplia mayor¨ªa y no del apenas 50% que tiene ahora, su capacidad de hacerse oir ser¨ªa mucho m¨¢s efectiva.
Lo mismo hay que pedirle a la otra parte. Hay que convencer a los catalanes ¡°autonomistas¡±, que quieren una mejora visible, m¨¢s federal, del autogobierno, que las reformas son posibles. En este caso, bastar¨¢n unas cuantas acciones que corrijan las reclamaciones tantas veces repetidas: mejor financiaci¨®n, m¨¢s infraestructuras, un reconocimiento m¨¢s palpable de las diferencias catalanas. Apuesto a que una buena porci¨®n de independentistas frustrados se dejar¨ªa ganar f¨¢cilmente si constataran voluntad real de cambio por parte del Gobierno espa?ol.
La contenci¨®n tiene que ver con la actuaci¨®n discreta. La intenci¨®n de negociar se verifica con hechos, no con palabras. Por eso no prosperan las declaraciones a favor del di¨¢logo. El mejor instrumento para persuadir de la credibilidad de un proyecto pol¨ªtico es la acci¨®n de gobierno.
Victoria Camps es fil¨®sofa.
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