Por un liberalismo cr¨ªtico
Debemos volver a ser cr¨ªticos y forzar debates intelectuales que combatan los dogmas totalizantes que persiguen aplastar la heterodoxia y la pluralidad de las formas de vida personales
Los liberales no podemos resignarnos a ver c¨®mo Hobbes se impone pol¨ªticamente a Locke todos los d¨ªas. No podemos aceptar que el miedo venza a la libertad; que el orden y la seguridad desplacen al pluralismo y la tolerancia; que la democracia liberal mute hacia la democracia populista; que las multitudes y los oligopolios digitales arrollen a la persona; que el sentimiento silencie a la raz¨®n; que el nacionalismo ¡ªgrande o peque?o, ¨¦tnico, ling¨¹¨ªstico o jacobino¡ª suplante al cosmopolitismo; que el cesarismo se lleve por delante la institucionalidad, y, sobre todo, que la radicalidad fan¨¢tica de los principios asfixie la moderaci¨®n dialogante de los acuerdos.
El liberalismo naci¨® como una lucha contra el miedo al comienzo de la modernidad. Fue un empe?o civilizador. De la mano de la Ilustraci¨®n, desarroll¨® un compromiso universal con la dignidad del hombre, la raz¨®n, el gobierno limitado, la apertura de los mercados y la fe en el progreso humano a trav¨¦s de la democracia deliberativa y el reformismo. Gracias al liberalismo, la democracia se ha configurado como un sumatorio de procedimientos que permiten la paz social entre diferentes que son iguales ante la ley. Un sumatorio institucional que, sin embargo, soporta en estos momentos una fatiga de materiales que amenaza su continuidad. Si no se renueva a s¨ª mismo corre el riesgo de colapsar debido a la presi¨®n de un c¨²mulo de malestares colectivos que hacen inviable su vigencia.
El liberalismo est¨¢ en retirada, sin duda, pero no est¨¢ derrotado. Sufre el asedio de una posmodernidad que se ha convertido en una experiencia colectiva para la que no estaba preparado y que le ha sorprendido sin respuestas. La crisis de seguridad iniciada en 2001 y la econ¨®mica de 2008 han provocado un tsunami de miedo y desilusi¨®n que ha roto las costuras de la institucionalidad y la confianza en el progreso. La democracia liberal vive desbordada y sin capacidad de respuesta. Los fen¨®menos pol¨ªticos, sociales, culturales y econ¨®micos que la asedian debilitan su cosmovisi¨®n racional y su capacidad de gesti¨®n reformista. Su estrategia de m¨ªnimos y consensos, su din¨¢mica de control de da?os y su l¨®gica de equilibrios, donde todos pierden a corto plazo para ganar con el paso del tiempo, ha colapsado ante la irrupci¨®n de una ola de sentimientos colectivos que exige m¨¢ximos en tiempo real, que rechaza cualquier negociaci¨®n y que busca negar del contrario por principio. Y ello dentro de sociedades que han implosionado en su coherencia y normalidad para mostrarse hiperfragmentadas y en constante excepcionalidad.
El manifiesto liberal que invocaba hace unos d¨ªas The Economist evidencia que las ideas liberales siguen vivas aunque apenas tienen pulso. Necesitan repensarse y revisitarse a partir de las experiencias de un mundo que est¨¢ liberando unos vectores de cambio que quieren marginarlas abiertamente y olvidarse de ellas. Un mundo de intolerancia, utop¨ªa populista, delirios nacionalistas, mutaciones digitales de las identidades y arrogancia cesarista. Un mundo que est¨¢ urdiendo en la intimidad del inconsciente colectivo un desplazamiento del eje de legitimidad de la democracia desde la libertad a su negaci¨®n.
El ruido y la simpleza intelectuales infeccionan los relatos partidistas como un griter¨ªo insustancial
La urgencia de reanimar el liberalismo es mayor que nunca en las tres ¨²ltimas d¨¦cadas. Tiene que recobrar protagonismo si la democracia quiere sobrevivir a ella misma. ?Habr¨ªa democracia sin una mentalidad liberal que centre los debates colectivos introduciendo en ellos racionalidad cr¨ªtica y capacidad para dialogar desde la empat¨ªa hacia al otro y el respeto a las reglas de juego? En este sentido, el vac¨ªo que deja a sus contrarios y el espacio abandonado son tan grandes que la centralidad pol¨ªtica est¨¢ hu¨¦rfana. El centro en las democracias occidentales ya no tiene voces y, con ¨¦l, la moderaci¨®n compleja que representa.
El ruido y la simpleza intelectuales infeccionan los relatos partidistas de Europa y EE?UU bajo la forma de un griter¨ªo insustancial que dispara contra cualquier actitud moderada y racional a partir de su caricaturizaci¨®n. Un griter¨ªo que transforma la din¨¢mica de los partidos en algo tribal y donde la l¨®gica amigo-enemigo justifica pagar el precio de cualquier indignidad con tal de progresar unos palmos electorales. La proliferaci¨®n de Gobiernos atrapados por din¨¢micas populistas, xen¨®fobas o nacionalistas no parece tener fin. La n¨®mina crece y la de quienes aspiran a gobernar contra el liberalismo o sin el liberalismo.
Si las ideas liberales quieren recuperar su vigencia y dar la batalla a los populismos, deben ofrecer un relato que responda a los miedos que pesan sobre nuestro tiempo. Eso significa, antes que nada, restaurar una filosof¨ªa de la libertad para el siglo XXI. Una filosof¨ªa al servicio de pol¨ªticas basadas en una ¨¦tica que reconozcan el valor per se de la persona, nacional o no, que vean en ella un homo moralis que tiene el derecho a ser alguien sin interferencias patriarcales y a no a ser algo, cosificado y desechable. Eso pasa por reconstruir la tolerancia como un principio sist¨¦mico desde el que reconocer la alteridad y empatizar con la realidad de los otros si queremos restablecer una relaci¨®n cooperativa con ellos y de, paso, de cuidado con la democracia misma. Para lograr un entorno tolerante hay que liberar a la democracia de dogmas y principios irrefutables mediante un racionalismo cr¨ªtico que combata la tendencia monista a sustituir las ideas por dogmas y a defender que estos pueden dar respuesta a los problemas humanos. Hay que devolver al liberalismo su capacidad cr¨ªtica de la autoridad, su defensa del pluralismo axiol¨®gico y su antideterminismo.
Para lograr un entorno tolerante hay que liberar a la democracia de dogmas y principios irrefutables
El liberalismo del siglo XXI tiene que ser un liberalismo cr¨ªtico. Un liberalismo que reivindique una metodolog¨ªa de gobierno basada en indicadores de falseabilidad que relativicen la arrogancia de soluciones definitivas y absolutas. Una metodolog¨ªa cr¨ªtica que cuestione democr¨¢ticamente la arbitrariedad del poder all¨ª donde esta irrumpa y sea cual sea la naturaleza de su formulaci¨®n. Y aqu¨ª, la cr¨ªtica a la desmaterializaci¨®n de la identidad humana que propicia la revoluci¨®n digital impulsada por el oligopolio de las corporaciones tecnol¨®gicas y la proliferaci¨®n de multitudes digitales, exige un empoderamiento liberal de las sociedades. Un empoderamiento que, por un lado, impida ¨¦ticamente el salto disruptivo que los algoritmos est¨¢n a punto de propiciar hacia un futuro deshumanizado y dist¨®pico, y que, por otro, exija cr¨ªticamente un futuro distinto a este que acabo de mencionar, basado en derechos digitales, propiedad sobre los datos y una estructura de deberes que anteponga a la realidad aumentada monetizable, la dignidad aumentada de la humanidad.
Estas y otras reflexiones deben ser invocadas por el liberalismo para volver a ser relevante en las sociedades democr¨¢ticas. Si los liberales queremos devolver a la centralidad su protagonismo, debemos volver a ser cr¨ªticos y forzar debates intelectuales que combatan los dogmas totalizantes que persiguen aplastar la heterodoxia, la pluralidad de las formas de vida personales y esa rep¨²blica interior que habita en el pecho moral de cada ser humano y que le hace due?o de s¨ª mismo mediante su independencia de juicio y su racionalidad. Y aqu¨ª la cultura como resorte cr¨ªtico puede ser fundamental, pues, de igual manera que desestructur¨® el marxismo y lo transform¨® gracias a la Escuela de Fr¨¢ncfort, podr¨ªa desestructurar el liberalismo y hacerlo cr¨ªtico y b¨¢sicamente cultural. En fin, empe?os de renovaci¨®n para un tiempo nuevo que exige un liberalismo tambi¨¦n nuevo.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es ensayista y fue secretario de Estado de Cultura y Agenda Digital.
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