Democracia ante el abismo
La cuesti¨®n es si debemos comenzar a trazar una l¨ªnea que nos permita identificar el juego democr¨¢tico frente a la autocracia
A las dosis diarias de ruido y furia medi¨¢tica se ha sumado esta semana el estupor por el ascenso al poder, en Brasil y Estados Unidos, de dos hombres de sombr¨ªo perfil y que cuentan con unos apoyos a¨²n m¨¢s inquietantes y con un soporte popular impensable hace no mucho tiempo. Todo ello viene enmarcado en el proyecto, ahora s¨ª expl¨ªcito, de formar una entente internacional de signo antidemocr¨¢tico encabezada por los pol¨ªticos Salvini y Le Pen.
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En estos d¨ªas se respira una atm¨®sfera de perplejidad y desesperaci¨®n que recuerda a lo que John Dos Passos escribi¨® en su Viajes de entreguerras como horrorizado testigo de los nubarrones previos al diluvio asesino de la II Guerra Mundial: ¡°?C¨®mo pueden ganar?, pensaba yo. ?C¨®mo puede el nuevo mundo, lleno de confusi¨®n y desencuentros e ilusiones y deslumbrado por el espejismo de las frases idealistas, derrotar a la f¨¦rrea combinaci¨®n de hombres acostumbrados a mandar, a quienes une solo una idea: aferrarse a lo que tienen?¡±.
La irrupci¨®n de esos ¡°hombres acostumbrados a mandar¡±, esto es, a concebir y a ejercer formas de poder desp¨®tico, nos empuja a reformular la pregunta de Dos Passos, ¡°?c¨®mo pueden ganar?¡± y a darle una respuesta vac¨ªa tan solo en apariencia: ¡°Porque pueden¡±. ?Y por qu¨¦ pueden? Ese ¡°porque pueden¡± implica un cuestionamiento m¨¢s profundo y m¨¢s inc¨®modo de las condiciones en las que su ascenso es posible. Conduce a la reflexionada cuesti¨®n de la fragilidad de la democracia, siempre en riesgo de ser invertida bajo postulados y procesos aparentemente democr¨¢ticos.
Los ¡°hombres acostumbrados a mandar¡± son especialistas en condensar y desplazar agravios hasta darles un contenido autoritario
Esos ¡°hombres acostumbrados a mandar¡±, vinculados con grupos olig¨¢rquicos, en el fondo saben perfectamente que necesitan de mucha gente para hacerlo. Para ello han construido la parad¨®jica situaci¨®n de arrogarse la representaci¨®n del malestar de unas mayor¨ªas, parasitando la voz del ¡°pueblo¡± supuestamente traicionado por las promesas incumplidas de la democracia liberal y que en teor¨ªa vivir¨ªa bajo el dictado de la correcci¨®n pol¨ªtica insensible a las necesidades cotidianas del ciudadano com¨²n.
Estos personajes son especialistas en condensar y desplazar agravios y demandas que en principio no son de signo autoritario hasta darles un contenido que s¨ª lo es, entreverando en el abanico de reivindicaciones sus propias obsesiones autocr¨¢ticas. Modelan los malestares generales a trav¨¦s de sus objetivos particulares, con el fin de conseguir un consenso o cheque en blanco para ¡°poner orden¡±, claro est¨¢, en la interpretaci¨®n del ¡°orden¡± que a ellos les interesa. Si, como sosten¨ªa Bobbio, la eliminaci¨®n de ¡°poderes invisibles¡± que no responden ante nadie fue el objetivo originario y central de la forma democr¨¢tica, hoy los mismos que subvierten la democracia en su nombre, declaran sin empacho, como el clan Le Pen, que su plan es formar ¡°gobiernos en la sombra¡± hasta acceder al poder a plena luz del d¨ªa.
Hay que preguntarse si basta con certificar la fragilidad de la democracia o si es necesario buscar la fortaleza democr¨¢tica. Si debemos comenzar a trazar en primer lugar una l¨ªnea de demarcaci¨®n que nos permita identificar la democracia frente a la autocracia disfrazada de tal y, en segundo lugar, una l¨ªnea de defensa contra lo que ya no es homonimia sino usurpaci¨®n. Lo que aqu¨ª se sugiere es un razonamiento de m¨ªnimos y un plan de acci¨®n de m¨¢ximos, en situaci¨®n l¨ªmite.
En lo primero, nos ayudar¨ªa recordar la definici¨®n m¨ªnima de democracia que ofreci¨® Bobbio, con su certero an¨¢lisis de las reglas procedimentales del juego democr¨¢tico necesarias para que podamos hablar de democracia. La inteligencia del pensador italiano estriba en evitar la formulaci¨®n de grandes ideales, para especificar, en cambio, que la base de ese juego, los derechos inviolables de los individuos y el Derecho mismo frente al poder, no son reglas del juego democr¨¢tico sino el presupuesto necesario para que este pueda desplegarse. Jugar a un juego con el objeto de destruirlo es ser un enemigo del juego.
Por lo que respecta al razonamiento de m¨¢ximos, las circunstancias actuales nos acercan al recuerdo de la ¡°paradoja de la tolerancia¡± planteada por Karl Popper y reconocida, con matizaciones, por otros autores como Rawls. Plantea el peligro de que una excesiva tolerancia con quienes no respetan la tolerancia pueda terminar por amenazar la supervivencia de sociedades basadas en ella. Popper reclama abiertamente, en nombre de la supervivencia de tales sociedades, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Habr¨ªa que pensar hasta qu¨¦ punto el contrapoder de esos ¡°hombres acostumbrados a mandar¡±, que construyen sus objetivos autocr¨¢ticos en los flancos abiertos por las paradojas de la democracia, se encuentra en una acci¨®n pol¨ªtica parad¨®jica como la se?alada por Popper. Pero no se puede abandonar esta propuesta de un remedio tan extremo sin acompa?arla de la advertencia de Nietzsche: ¡°Quien con monstruos luche cuide de convertirse a su vez en monstruo¡±.
Alicia Garc¨ªa Ruiz es profesora de Filosof¨ªa en la Universidad Carlos III de Madrid.
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