Bomberos pir¨®manos
Satanizar al adversario hasta el punto de desear excluirlo del propio juego pol¨ªtico es el camino m¨¢s r¨¢pido para acabar con el pluralismo pol¨ªtico
En nuestros d¨ªas, la tarea del columnista pol¨ªtico es de lo m¨¢s desagradecida. Al haberse convertido toda la esfera de la pol¨ªtica en puro campo de batalla, no hay forma de que sus opiniones no puedan leerse tambi¨¦n como armas dirigidas a alg¨²n adversario. Siempre habr¨¢ alg¨²n enjambre en la red que se sienta ofendido y acuda, raudo y col¨¦rico, a vituperarte y a se?alarte como enemigo. O, desde el lado contrario, a ensalzarte y jalearte como uno de los ¡°nuestros¡±. Cuando se es cauto y se busca el matiz, o cuando uno entra en esa her¨¦tica categor¨ªa del equidistante, ya solo impera el silencio, la indiferencia m¨¢s total. La columna pasa a carecer de impacto.
Eso que ocurre a nivel micro es todav¨ªa m¨¢s perceptible en el nivel macro, en las discusiones de los verdaderos actores, los pol¨ªticos. Lo que ven¨ªa siendo el ideal liberal del respeto por las opiniones que no compartimos y la libre y pausada discusi¨®n racional entre ellas ha pasado a la historia. Solo merecen respeto nuestras opiniones, las de los contrarios deben ser exorcizadas p¨²blicamente como anatema y perseguidas con inquina por las nuevas hordas inquisitoriales que proliferan en las redes y, ay, tambi¨¦n en la misma prensa. No es de extra?ar as¨ª que hayamos entrado en una escalada insoportable de descalificaciones y ostentosas salidas de tono por parte de muchos responsables pol¨ªticos. El incentivo reside precisamente en esto.
Hay quienes responsabilizan de esta deriva al populismo, los maestros en el arte de jugar con las grandes confrontaciones, pero la pregunta que deber¨ªamos hacernos es si no se hab¨ªan encontrado ya con un terreno m¨¢s que propicio. O, lo que es lo mismo, que de forma imperceptible hab¨ªamos dejado ya de ser sociedades liberales y tolerantes, y bastaba con que alguien echara una cerilla para que la pira de los antagonismos ardiera con fragor.
A lo que ahora estamos asistiendo es al curioso espect¨¢culo de que aquellos que deber¨ªan mitigar esta deriva, los pol¨ªticos, se est¨¢n convirtiendo en los mayores pir¨®manos. Un buen ejemplo son las declaraciones de Pablo Casado el otro d¨ªa en el Congreso llamando golpista al presidente del Gobierno. Pero podemos encontrar muchas otras, quiz¨¢ no tan graves, en otros bandos. El s¨ªndrome en casi todos los casos es siempre el mismo, la descalificaci¨®n moral absoluta del adversario, el presentarlo como indigno de ser elegido. O sea, que no es que nosotros seamos mejores y ellos peores, que ser¨ªa la l¨®gica postura de confrontaci¨®n democr¨¢tica, sino que el otro ni siquiera merecer¨ªa mantener el estatus de contrincante o competidor pol¨ªtico.
El riesgo de este tipo de posturas es que el pol¨ªtico que as¨ª procede se arroga la capacidad de suplantar lo que al final corresponde decidir al ciudadano y solo a ¨¦l, si desea votar por unos u otros. Satanizar al adversario hasta el punto de desear excluirlo del propio juego pol¨ªtico es el camino m¨¢s r¨¢pido para acabar con el pluralismo pol¨ªtico. Estamos, en efecto, jugando con fuego.
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