Villarejo-leaks
La pautada revelaci¨®n de declaraciones privadas no tiene como finalidad mejorar la democracia, sino para emborronarla, denigrarla y chantajearla
Puede un malo ser bueno? ?Debemos medir la aceptabilidad de las conductas por las consecuencias que producen? Estas cuestiones, ciertamente maquiavelianas, son las que deber¨ªamos suscitar ante la continua y pautada aparici¨®n de las Villarejo-leaks, que est¨¢n sacando a la luz todo un conjunto de declaraciones privadas. Destruyen ¡ªo casi¡ª a los que las emitieron, pero, aunque nos duela reconocerlo, sirven para que cobremos conciencia de las torticeras maniobras de algunos de nuestros actores pol¨ªticos. En otras palabras, son buenaspara la democracia porque nos proveen de mayor transparencia y de elementos de cognici¨®n que favorecen un mejor rendimiento de cuentas.
Y, sin embargo, el medio empleado es repugnante; y el fin de quien las desvela refleja justamente lo contrario de lo dicho: no se hace para mejorar la democracia, sino para emborronarla, denigrarla y chantajearla. En esto se diferencian claramente de las Wikileaks, dirigidas en principio a descubrir algunos arcanos de la democracia con el objetivo de hacerla m¨¢s transparente, aunque al final nos confirmara algo que ya sab¨ªamos, la inmensa hipocres¨ªa que acompa?a a la acci¨®n del poder. El caso de Snowden es m¨¢s interesante porque al menos nos puso ante los ojos los mecanismos de supervisi¨®n que planeaba la NSA estadounidense.
Entre estas leaks y las de Villarejo hay, sin embargo, otra diferencia sustancial. Las primeras encontraron la inmediata simpat¨ªa popular y la censura de los gobiernos afectados; las segundas, a parte del morbo inicial, solo generan asco. Excepto, y esto es lo interesante, por parte de quienes cre¨ªan extraer de ellas beneficios pol¨ªticos. Quiz¨¢ sea excesivo decir que se vieran como buenas, pero s¨ª al menos como convenientes para la lucha partidista. Y han servido para que nos confirmemos en el principio de que todo vale con tal de debilitar al adversario.
Es obvio que en pol¨ªtica no rigen los constre?imientos propios de los procesos judiciales. Una vez que algo sale a la luz produce autom¨¢ticamente efectos pol¨ªticos; aqu¨ª, el saber de algo es tir¨¢nico, no hay forma de activar el olvido. O, lo que es lo mismo, el da?o producido por Villarejo, y el que vendr¨¢, ya son inevitables. Pero s¨ª es exigible la responsabilidad que recae sobre quienes propiciaron que aparecieran estos personajes siniestros, y la necesidad de intervenir los poderes opacos al supuesto servicio de la raz¨®n de Estado. Estos, al final, lejos de propiciar la defensa de la democracia, acaban favoreciendo lo contrario.
Porque el verdadero disolvente de la democracia es la sospecha, la ruptura de la confianza, algo que va siempre en aumento. Y esto lo experimentamos no solo respecto de las instituciones. Con eso de las fake, ahora recelamos tambi¨¦n de las noticias; e incluso del uso que pueda darse a nuestras actividades en la red. Y, despu¨¦s de Villarejo, ya ni siquiera podemos fiarnos de las apariencias, ni, seg¨²n el puesto que ocupemos, de si alguien nos est¨¢ grabando. No se puede vivir ante la sospecha del enga?o y la supervisi¨®n generalizada. Actuemos.
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