Lejos de la corte
El tren pol¨ªtico abusa de la locomotora judicial para obtener sus fines
Muy simple hay que ser para pretender que el poder Judicial pueda despolitizarse. Pero s¨ª nos basta atender al modelo de televisi¨®n p¨²blica, siempre pendiente de los vaivenes electorales, para comprender que la pol¨ªtica es un pulpo que entinta todo. En todas las democracias, la elecci¨®n de jueces en tribunales superiores se hace con arreglo a los equilibrios electorales. La diferencia estriba en que los debates son p¨²blicos y la independencia de los elegidos es sagrada. Desde hace tiempo venimos reclamando que el Tribunal Constitucional espa?ol adopte un peque?o detalle diferencial del que disfruta en Alemania, por ejemplo. All¨ª, ese alto tribunal se encuentra situado en Karlsruhe, una ciudad m¨¢s cercana a la frontera francesa que a los centros de poder pol¨ªticos de la Rep¨²blica a la que representa y defiende. Basta escuchar algunas grabaciones filtradas de manera interesada y delincuencial para entender que uno de los problemas judiciales espa?oles tiene que ver con la concentraci¨®n del poder en apenas dos manzanas de la capital. A tiro de caf¨¦, es dif¨ªcil lograr la independencia. Lo mismo sirve para el periodismo. Hacerlo bien requiere un sacrificio de separaci¨®n, casi automarginaci¨®n.
La llegada del oto?o trae una desnudez inesperada. Tambi¨¦n a las instituciones del Estado podr¨ªa llegarles una temporada de p¨¦rdida de hoja arrobadora. Aunque, para muchos, estos temblores de las estructuras de la naci¨®n son causa de enorme preocupaci¨®n, la realidad es que merece la pena pasar por estas crisis si el resultado es una transformaci¨®n eficaz. La regeneraci¨®n necesaria precisa de valor y no de miedos. P¨®nganse a sumar y les faltar¨¢n dedos para contar episodios que delatan el mal funcionamiento de instituciones imprescindibles. El mayor peligro de la democracia es que quien obtiene el poder de modo leg¨ªtimo en las urnas trate de acaparar su representaci¨®n en cada una de las altas instancias que precisamente velan por limitar sus tentaciones absolutistas.
Los mayores reparos contra el poder Judicial no vienen planteados por la ciudadan¨ªa, sino por los propios jueces. Hay tribunales que discrepan con contundencia del proceder de otros tribunales. Por no hablar del varapalo reciente de Estrasburgo al proceder err¨®neo en Espa?a en la causa contra Otegui. Varapalo, por cierto, recibido con enorme cinismo. En lugar de deprimirnos podr¨ªamos entusiasmarnos con la posibilidad de que de todo esto salga una discusi¨®n ciudadana por conseguir liberar en cierta medida a las carreras judiciales del designio pol¨ªtico. Detr¨¢s de la sentencia corregida del Tribunal Supremo hay demasiados nombramientos obtusos y ejercicios de poder pol¨ªticos en filigrana fea.
Aqu¨ª, lo que vamos contemplando en cada uno de estos episodios malsanos es que el tren pol¨ªtico abusa de la locomotora judicial para obtener sus fines. Eso le obliga a dominaciones groseras de las instituciones. Que no se admite el debate, que no se quiere razonar cuando tienes la fuerza. En un ambiente viciado, lo mejor que puede pasar es abrir las ventanas. Los ojos que no ven, mucho me temo que acaban por destrozar los corazones que no sienten, aunque sea en plazos de pago m¨¢s c¨®modos. Es cierto que vemos y escuchamos cosas espantosas. ?Pero ser¨ªa mejor no o¨ªrlo? ?Ser¨ªa mejor quedarse sin saber nada de lo que ocurre? ?Ser¨ªa mejor seguir pensando que todo est¨¢ bien porque nada se agita? El oto?o institucional consiste en poder ver tanto parche, tanta suciedad empujada debajo de las alfombras. A lo mejor no hace falta irse a Karlsruhe, pero s¨ª alejarse de la corte.
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