Defensa de la tolerancia
La idea de un Ej¨¦rcito europeo es sensata, pero no si tapa otras necesidades
La canciller alemana Angela Merkel plante¨® esta semana en el Parlamento de Estrasburgo la creaci¨®n de un Ej¨¦rcito europeo, una propuesta razonable en el actual contexto de declive del orden liberal en el mundo, siempre y cuando no suponga menoscabo alguno del hist¨®rico papel de la Uni¨®n como agente transformador de la globalizaci¨®n. La capacidad militar y el uso de la fuerza de un futuro Ej¨¦rcito europeo s¨®lo podr¨ªa justificarse en defensa de la l¨®gica de la multilateralidad que ha definido hasta la fecha la pol¨ªtica exterior europea: la apuesta por un mundo basado en la cooperaci¨®n, el imperio de la ley democr¨¢tica y el di¨¢logo entre pares. La leg¨ªtima propuesta de Merkel, siguiendo a su hom¨®logo franc¨¦s, no deber¨ªa servir, sin embargo, para atenuar la imperiosa necesidad de otras reformas igualmente urgentes: completar la zona euro, desarrollar por fin su dimensi¨®n social y crear normas solidarias en materia de migraci¨®n y asilo. Solo as¨ª puede cobrar sentido hablar, como hizo Merkel, de la solidaridad como n¨²cleo de nuestra fortaleza y de lo que la canciller calific¨® como ¡°el alma de Europa¡±.
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Ovacionada como pocos l¨ªderes a su entrada en el Parlamento, la ya emblem¨¢tica canciller alemana ha sabido ganarse el respeto de sus m¨¢s en¨¦rgicos adversarios. Sin embargo, su legado a¨²n est¨¢ por escribir, y la propia Merkel sabe que el relato de su larga estancia en el poder puede depender en cierta medida de lo que sea capaz de lograr a partir de ahora. Es por eso que se reivindic¨® como l¨ªder moral y garante de la estabilidad de la Uni¨®n, apelando al principio de tolerancia como el fundamento del esp¨ªritu europeo, pero tambi¨¦n de la necesidad de un sistema de fuerza coercitiva ahora que la hist¨®rica protecci¨®n norteamericana no parece garantizada. En sus propias palabras, en un mundo definido por sus fulgurantes cambios, s¨®lo la tolerancia nos permite ¡°entender los intereses y necesidades del otro tan bien como los propios¡±. Fue as¨ª c¨®mo conjug¨® dos l¨®gicas aparentemente enfrentadas: la de la fuerza en defensa de la tolerancia. Ambos impulsos, la posibilidad de coerci¨®n y los valores cosmopolitas de la democracia, modular¨ªan as¨ª el proyecto de la Uni¨®n frente a un mundo que se parece cada vez menos a lo que Europa representa. En un orden dominado por el realismo pol¨ªtico, apostar por un marco de seguridad com¨²n sin olvidar los principios constitutivos de la Uni¨®n parece el camino a transitar para poder avanzar en la integraci¨®n europea.
Se trata, en todo caso, de una senda conocida. Los intentos por construir un Ej¨¦rcito europeo formaban parte del horizonte de integraci¨®n en materia de defensa desde los lejanos tiempos de la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero, y no deja de ser parad¨®jico que una iniciativa que fue frenada entonces por un De Gaulle que caminaba hacia el mito, haya sido rescatada por Macron, quien busca indisimuladamente igualarse con el viejo general franc¨¦s mientras sigue el camino trazado en el Tratado de Lisboa y el sistema de Cooperaci¨®n Estructurada Permanente en materia de seguridad y defensa (PESCO).
Todo ello, unido a un contexto en el que el Brexit y la elecci¨®n de Trump han profundizado la divisi¨®n entre atlantistas y europe¨ªstas y ha ido imponiendo progresivamente una nueva visi¨®n de la integraci¨®n basada en la autonom¨ªa estrat¨¦gica. La feroz competencia entre las grandes potencias parece imponer una l¨®gica de poder duro en las relaciones geopol¨ªticas, algo que exige de la Uni¨®n una respuesta homologable, pero sin olvidar que su verdadera autoridad procede del llamado ¡°poder blando¡±: el lenguaje de la diplomacia, el comercio y la cooperaci¨®n.
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