La rebeli¨®n clim¨¢tica
El calentamiento global amenaza con romper las rutinas de las naturaleza, que marcan la pauta de nuestras sociedades
Visitar un museo egipcio es una experiencia extra?a para alguien que no sepa mucho de esta civilizaci¨®n milenaria porque la posibilidad de perderse con sus faraones, sus ritos funerarios, sus dinast¨ªas y sus dioses es muy elevada, por no hablar de la inquietud que produce el Libro de los muertos a todos aquellos que lo m¨¢s parecido a un curso de egiptolog¨ªa que han cursado es haber visto diferentes versiones de La momia. Sin embargo, existen pocas inmersiones tan emocionantes. El museo egipcio de Tur¨ªn, uno de los m¨¢s importantes del mundo, expone todos los objetos de la tumba de Kha y su esposa Merit, uno de los grandes descubrimientos de la egiptolog¨ªa. No solo ofrece los sarc¨®fagos y las bell¨ªsimas m¨¢scaras mortuorias de esta pareja de nobles, sino que alberga todo tipo de cosas que parece imposible que hayan llegado hasta nosotros: desde el pan y las semillas hasta los vestidos y las telas de lino. El clima ¨¢rido de Egipto ha permitido su conservaci¨®n durante miles de a?os.
Una civilizaci¨®n as¨ª pudo surgir en el desierto gracias al Nilo, cuyas crecidas tra¨ªan el limo, la agricultura y la vida con una solemne regularidad. Cualquier cambio en su ritmo provocaba desastres y hambrunas. Desde la construcci¨®n de la presa de Asu¨¢n han desaparecido, pero sin ellas no se puede entender el poder de los faraones. Todas las sociedades agr¨ªcolas en las que vivimos se basan en esas rutinas de la naturaleza, que nos dictan cu¨¢ndo sembrar, barbechar o recolectar. Sin ellas la civilizaci¨®n humana no hubiese llegado hasta aqu¨ª. Sin embargo, estos biorritmos de la naturaleza son los que el cambio clim¨¢tico est¨¢ transformando, tal vez de manera irreversible.
Los mort¨ªferos y devastadores incendios de California, que amenazaron Los ?ngeles, una de las ciudades m¨¢s grandes del mundo, son el producto de este desconcierto. California siempre ha padecido incendios y sequ¨ªas, pero no como los actuales. La imprevisibilidad se traduce en tremendas ¨¦pocas ¨¢ridas seguidas por lluvias que llegan cuando no toca y en que los rotundos vientos de Santa Ana se abaten, a veces a 100 kil¨®metros por hora, sobre la tierra seca. Hemos sido tan insensatos como para romper el ritmo de la naturaleza: eso deber¨ªa darnos mucho m¨¢s miedo que el Libro de los muertos.
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