Nos complace esta ficci¨®n
Demasiada gente ha decidido abrazar el cuento que le gusta, como los ni?os, independientemente de que sea o no verdadero
DADA LA PROGRESIVA infantilizaci¨®n del mundo, que va durando por lo menos tres d¨¦cadas, quiz¨¢ no sea tan extra?o lo que est¨¢ pasando con la verdad, la ficci¨®n y la mentira. Nos llama la atenci¨®n que la primera cuente cada vez menos para gran n¨²mero de personas, y que ¨¦stas abracen la segunda o la tercera acr¨ªticamente, si es que no con gran entusiasmo. Se empez¨® por mentir en cosas menores, como los r¨®tulos de los cuadros expuestos en los museos: se censuraron, se adulteraron para que nadie se sintiera ofendido (y es imposible que hoy no haya alguien que se sienta ofendido por cualquier cosa), o incluso para negar lo que las im¨¢genes mostraban, por ejemplo ¡°S¨¢tiros retozando con ninfas¡±, que ya no recuerdo si se cambi¨® por ¡°Encuentro campestre¡± o por ¡°Acoso a menores¡±. Despu¨¦s se pas¨® a tergiversar el pasado, o, lo que es peor, a juzgarlo con ojos contempor¨¢neos imbuidos de rectitud y de supuesta superioridad, es decir, se lleg¨® a la r¨¢pida conclusi¨®n de que todos nuestros antepasados hab¨ªan sido gente errada, injusta, salvaje, colonialista, racista y machista. Se decidi¨® que la historia entera del mundo hab¨ªa sido s¨®lo una sucesi¨®n de horrores, de la que nada m¨¢s se salvaban ¡ªcontradictoriamente¡ª las incontables v¨ªctimas. Se produjo entonces una loca carrera para adquirir la condici¨®n de v¨ªctima, por raza, nacionalidad, religi¨®n, sexo o clase. Hoy no hay nadie que no ans¨ªe serlo, la palabra se ha revestido de un ins¨®lito prestigio. La carrera y el af¨¢n son tan locos que hasta Trump y sus partidarios se presentan as¨ª, como v¨ªctimas perseguidas, lo mismo que Le Pen, Salvini, Orb¨¢n, Bolsonaro, Torra y dem¨¢s ultraderechistas planetarios. La conclusi¨®n que parece haberse alcanzado es que nadie puede ganar elecciones y tener ¨¦xito si no presume de haber sido agraviado y maltratado. Ellos o sus ancestros, tanto da, habl¨¦ hace poco del triunfo de la idea del pecado original, s¨®lo que ahora no nos sacudimos nunca sus suced¨¢neos, cargamos con ellos desde la cuna hasta la tumba.
Si yo fuera historiador vivir¨ªa desesperado, porque la labor de ¨¦stos jam¨¢s hab¨ªa ca¨ªdo tanto en saco roto. El historiador investiga y se documenta, dedica a?os al estudio, cuenta honradamente lo que averigua (bueno, los que son honrados, porque tambi¨¦n proliferan los deshonestos a sueldo de pol¨ªticos sin escr¨²pulos, los que mienten a conciencia), matiza y sit¨²a los hechos en su contexto. Nada de esto sirve para la mayor¨ªa. Tienen mucha m¨¢s difusi¨®n y eficacia unos cuantos tuits falaces y simplistas, y lo m¨¢s grave es que casi todo el mundo se achanta ante los aluviones de falsedades. Hace poco un deportista estadounidense se pleg¨® a disculparse por haber citado en las redes una frase inocua de Churchill: ¡°En la victoria, magnanimidad¡±. El problema no era la cita, sino su procedencia: ?c¨®mo se le ocurre suscribir nada de ese racista imperialista? M¨¢s o menos como si hubiera citado a Hitler, del cual estamos libres sobre todo gracias a Churchill. Tambi¨¦n se ha salido con la suya un concejal o similar de Los ?ngeles, de apellido inequ¨ªvocamente irland¨¦s (luego europeo), O¡¯Farrell. El tal O¡¯Farrell, sin embargo, aduce tener sangre iroquesa o wyandot y ha retirado una estatua de Col¨®n entre aplausos, tras decretar que el Almirante fue un genocida, que debi¨® quedarse en casa sin surcar el oc¨¦ano, porque con su est¨²pido viaje inici¨® un monstruoso da?o a las tribus y culturas ind¨ªgenas de lo que luego se llam¨® Am¨¦rica. No cabe duda de que para los ind¨ªgenas del siglo XV la aparici¨®n de los europeos fue un desastre y el t¨¦rmino de su modo de vida, que tampoco era ejemplar ni compasivo. Pero no tiene sentido que hoy se identifiquen con ellos individuos que se llaman O¡¯Farrell, Jensen, Schulz, Smith, Grabowski, Esterhazy, Qualen, Occhipinti, Beauregard, Tamiroff o Morales, y que est¨¢n en su pa¨ªs gracias a Col¨®n precisamente. Pocos quedan que se apelliden Hawkeye (Ojo de Halc¨®n) o cosas por el estilo.
Demasiada gente ha decidido abrazar el cuento que le gusta, como los ni?os, independientemente de que sea o no verdadero. El historiador actual se desga?ita: ¡°Pero ?oigan, que esto no fue as¨ª, que esta versi¨®n es falsa, que nada hay que la sostenga¡±. Y la respuesta es cada vez m¨¢s: ¡°Eso nos trae sin cuidado. Nos conviene este relato, nos complace esta ficci¨®n, y es la que mejor se adec¨²a a nuestros prop¨®sitos. Es el espejo en que nos vemos m¨¢s favorecidos, a saber, como v¨ªctimas y ofendidos, como sojuzgados y humillados, como m¨¢rtires y esclavos. Sin esos agravios a los nuestros, no vamos a ninguna parte ni podemos vengarnos. Y de eso se trata, de vengarnos¡±. Otro d¨ªa hablar¨¦ tal vez del fomento del resentimiento. Pero lo cierto es que, como he dicho, hasta Trump y sus votantes aspiran hoy a eso, a resarcirse y vengarse, a recuperar el pa¨ªs que seg¨²n ellos se les ha arrebatado. Cuando los opresores palmarios se reclaman tambi¨¦n oprimidos, y con ellos el planeta entero, algo est¨¢ funcionando muy mal en las cabezas pensantes. Quiz¨¢ es que grandes porciones de la humanidad ya no alcanzan el uso de raz¨®n, como se llamaba antes, que nos sobreven¨ªa m¨¢s o menos a los siete a?os.?
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