La democracia est¨¢ desnuda
Siempre ocurri¨®. La diferencia es que hoy nos hemos cargado a los que convencionalmente hab¨ªamos designado con la autoridad suficiente para volver a poner la realidad en su sitio
Ahora que est¨¢ de moda hablar de la crisis de la democracia, y s¨ªntomas no faltan, creo que la mayor amenaza de todas es la m¨¢s invisible. Podemos identificarla como el desvanecimiento de la auctoritas. Para que entiendan a qu¨¦ me estoy refiriendo empezar¨¦ con un clarificador ejemplo de mi propia vida profesional. Cada vez viene siendo m¨¢s habitual que haya alg¨²n alumno de los que tengo en la universidad que corrige mis explicaciones porque no coinciden con algo que en ese momento est¨¢ mirando en Internet. Y como dan por bueno todo lo que all¨ª se encuentra, acaban viendo al profesor desprovisto de su tradicional autoridad. Como ocurr¨ªa con el emperador en el cuento de Andersen, al final el profesor est¨¢ desnudo. Esto mismo o algo parecido les pasa a los m¨¦dicos, que ahora tienen que negociar sus diagn¨®sticos con los pacientes, a diversos grupos de expertos y a los propios medios de comunicaci¨®n. Por no hablar de los pol¨ªticos, claro; o, y esto empieza ya a ser peligroso, de los jueces, cuyas sentencias son puestas a caldo porque hemos le¨ªdo en un tuit que son un disparate. O sea, que a todos nos pueden acabar viendo desnudos.
He preferido llamarlo auctoritas en vez de autoridad, porque ese t¨¦rmino alude mejor a su naturaleza de bien intangible, que conecta tambi¨¦n con ese otro intangible que llamamos confianza. Estos bienes ten¨ªan la capacidad de reducir la complejidad que habitualmente nos abruma en el mundo social, eran inmejorables medios de orientaci¨®n. Y no se otorgaban porque s¨ª, sino que respond¨ªan a criterios o pruebas procedimentales bien objetivables. Nos cre¨ªamos una noticia, por ejemplo, porque pod¨ªamos presumir que el medio que la transmit¨ªa hab¨ªa seguido los procedimientos estipulados para confirmarla. Igual que el m¨¦dico hasta llegar a serlo. O el juez. Esto no quiere decir que no puedan ser objeto de cr¨ªtica, ojo. Cualquiera puede ser desautorizado por buenas razones. El problema es que lo son, y este es el punto, por meras opiniones. Opiniones que se adquieren adem¨¢s a partir de prejuicios, del seguidismo mec¨¢nico a aquellos con los que tenemos un v¨ªnculo emocional, por frivolidad e indiferencia hacia la verdad u otras causas. La principal, sin embargo, al menos en lo que se refiere a la pol¨ªtica, es el inter¨¦s de parte. El acto pol¨ªtico m¨¢s eficaz es la desautorizaci¨®n de todo lo que no coincida con los propios intereses pol¨ªticos. Por eso estamos dispuestos a convertir la realidad en pura plastilina a la que lib¨¦rrimamente dotamos de la forma que mejor se ajusta a nuestros fines.
Siempre ocurri¨®. La diferencia es que hoy nos hemos cargado a los que convencionalmente hab¨ªamos designado con la autoridad suficiente para volver a poner la realidad en su sitio. Sin verdad judicial, sin prensa de prestigio, sin intelectuales, sin, en definitiva, aquellos que hacen la diferencia, quien est¨¢ desnuda al final es la propia democracia.
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