Por qu¨¦ Vox es un partido de ultraderecha
El proyecto de Abascal enfatiza el populismo, el nacionalismo y el discurso identitario excluyente
Marine Le Pen se congratul¨® con el colega Santiago Abascal antes incluso de trascender la victoria de Vox. Era una felicitaci¨®n preventiva, una premonici¨®n que adquiri¨® vuelo con la proeza de los 12 diputados y que simbolizaba la bienvenida al club de la extrema derecha europea. No porque Vox fuera un partido ajeno al magma ultramontano y ultraderechista, sino porque ten¨ªa pendiente homologarse en el espacio sagrado de un Parlamento: Vox ya tiene voz.
No cabe argumento m¨¢s elocuente respecto a la afinidad ideol¨®gica y pol¨ªtica del partido de Abascal, pero llama la atenci¨®n la iracundia con que el l¨ªder y los simpatizantes de Vox rechazan la etiqueta de la extrema derecha, cuando no hacen otra cosa que definirla con la palabra y con la obra.
Vox es un partido de extrema derecha, en efecto, porque su idiosincrasia se abastece de un modelo nacionalista-confesional que apunta a la supremac¨ªa y que se recrea en la ret¨®rica identitaria. La discusi¨®n del modelo auton¨®mico no obedece tanto a un planteamiento conceptual ¡ªel centralismo jacobino frente a la descentralizaci¨®n¡ª como al cuestionamiento de la Constituci¨®n y a la evocaci¨®n de un eje gravitatorio, Madrid, desde el que se vertebra en sentido nuclear la evocaci¨®n de una Espa?a grande y libre, con destellos de autoridad y de ambiciones moralizantes. Abascal y sus costaleros proscriben el aborto y el matrimonio gay, abominan del feminismo y se entrometen en las libertades individuales desde un paternalismo que huele a incienso y cuartel: Dios, patria y familia.
Recela Vox por a?adidura de la prensa, cuando no la censura o la expulsa a semejanza de la discriminaci¨®n de Beppe Grillo. Es un partido que ha logrado apropiarse de la bandera itinerante, provisional, de la indignaci¨®n, pero las buenas intenciones de sus votantes en el rechazo al sistema y en la frustraci¨®n a la pol¨ªtica convencional no contradicen el ¨¦nfasis de la ret¨®rica lepenista respecto a la nostalgia de la Espa?a pulqu¨¦rrima de anta?o y precomunitaria. Una percepci¨®n eur¨®foba y antiglobalizadora que se recrea en los miedos ¡ªla inmigraci¨®n, la media luna musulmana¡ª, en los instintos y en las supersticiones hist¨®ricas, de forma que Vox se instala en un discurso onanista y antiilustrado cuya inercia sintoniza con la xenofobia excluyente de Salvini (Italia) y con el cristianismo militante de Viktor Orb¨¢n (Hungr¨ªa). Se llama extrema derecha.
La r¨¦plica par¨®dica de ¡°Espa?a primero¡±, o los espa?oles primero, establece una conexi¨®n inequ¨ªvoca con los movimientos populistas en boga, de Trump a Bolsonaro, de Marine Le Pen a Geert Wilder. Abascal carece del carisma y de la telegenia de todos ellos, pero imita su perfil altanero y justiciero en nombre de una exacerbaci¨®n patri¨®tica, emocional, entre cuyas ocurrencias mim¨¦ticas ha prevalecido incluso la promesa de un muro impenetrable en Ceuta y Melilla.
Es verdad que el modelo econ¨®mico de Vox antepone el liberalismo al proteccionismo. Y es cierto que Vox ha aprovechado el recurso espec¨ªfico de la reacci¨®n al soberanismo y hasta la exhumaci¨®n estrafalaria de los restos de Franco, pero las peculiaridades del partido espa?ol no discrepan del h¨¢bitat ultraderechista, sino que establecen una variedad en la fauna y flora del oscurantismo que aspira a transformar Espa?a y a desfigurar Europa.
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