Se trata de democracia
Quienes normalicen a Vox estar¨¢n mostrando la pobre lectura que han hecho de lo que significa nuestra Constituci¨®n y el poco valor que le dan a los significados b¨¢sicos de nuestro sistema
Se puede o no se puede pactar con una fuerza pol¨ªtica de extrema derecha apadrinada por Steve Bannon y aplaudida por Le Pen y por l¨ªderes del Ku Klux Klan? La entrada de este partido en el Parlamento de Andaluc¨ªa tras el ¨²ltimo proceso electoral ha dado impulso a este debate. Quienes defienden que s¨ª se puede son diferentes l¨ªderes del centro derecha o de la derecha espa?ola, adem¨¢s de algunos medios de comunicaci¨®n. Al hacerlo, se basan principalmente en un argumento sencillo. Vox, dicen, defiende la integridad territorial espa?ola y, en consecuencia, la Constituci¨®n. Son, por tanto, una fuerza constitucionalista con la que se puede pactar en condiciones de normalidad dentro del ¨¢mbito institucional.
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No deja de sorprender la utilizaci¨®n recurrente de este razonamiento. En primer lugar, porque al usarlo est¨¢n reduciendo la Constituci¨®n Espa?ola a una ¨²nica cuesti¨®n, la territorial. Y s¨ª, nuestra Constituci¨®n contempla la integridad territorial de nuestro pa¨ªs, es cierto. Pero define tambi¨¦n un Estado social y de derecho que no solo no discrimina por or¨ªgenes de raza, religi¨®n, ideas pol¨ªticas o sentimientos identitarios, sino que integra toda esa pluralidad en el mismo ejercicio constituyente. Parte de ¨¦l. Se inicia en ¨¦l. Su primer paso es precisamente ese, dar cabida a una sociedad compleja, plural y abierta integrada dentro de una Constituci¨®n en la que caben distintas opciones pol¨ªticas, planteamientos e ideolog¨ªas. Caben incluso aquellas que puedan llegar a cuestionar los propios contenidos exactos del articulado del texto. La condici¨®n, para ser constitucionalista, no es ver grabado en inamovible m¨¢rmol el t¨ªtulo VIII, sino comprender y defender los valores democr¨¢ticos que impregnan nuestra Constituci¨®n y el modelo de sociedad que nace de ¨¦l.
En segundo lugar, porque si la condici¨®n fuera considerar dogma de fe lo que la Constituci¨®n dice sobre nuestro modelo territorial, Vox quedar¨ªa fuera del adjetivo de fuerza constitucionalista. Nuestra Constituci¨®n refuerza la presencia del Estado en el conjunto del territorio a trav¨¦s de un modelo auton¨®mico que descentraliza el poder pol¨ªtico y acerca a las autonom¨ªas el proceso de toma de decisiones en no pocas competencias descentralizadas. Lo hace a trav¨¦s de Estatutos de Autonom¨ªa que forman parte del cuerpo constitucional del Estado. Y sin embargo, Vox cuestiona ese modelo auton¨®mico. Siguiendo el razonamiento de los defensores del constitucionalismo de Vox, esto les dejar¨ªa fuera. Pero ni siquiera. La forma democr¨¢tica de la que la sociedad espa?ola se dot¨®, hace ahora 40 a?os, lleva dentro de s¨ª la posibilidad de defender todas las opciones pol¨ªticas ¡ªautonomismo, federalismo, confederalismo, recentralizaci¨®n, independencias¡ª siempre que se haga con arreglo a la ley y por v¨ªas pac¨ªficas y democr¨¢ticas. Esa es precisamente su grandeza, la que es evidente que algunos comprenden mal.
La Constituci¨®n espa?ola se inspira, reconoce y protege nuestra pluralidad y nuestra diversidad
Transcurridas cuatro d¨¦cadas desde la culminaci¨®n de nuestro proceso constituyente, no deber¨ªa ser tan dif¨ªcil comprender la base de este. La Constituci¨®n Espa?ola se inspira, reconoce y protege nuestra pluralidad y nuestra diversidad. Hace nacer desde ella el ejercicio soberano que dota a un espacio p¨²blico compartido de un sistema democr¨¢tico de inspiraci¨®n liberal que tiene caracter¨ªsticas muy similares a las de los pa¨ªses de nuestro entorno europeo. Y dentro de ¨¦l, tanto cabe defender el federalismo como pretender la recentralizaci¨®n de competencias, ser mon¨¢rquico o ser republicano, tener la piel de color blanco o tenerla de color negro, ser cat¨®lico o agn¨®stico, sentirse homosexual o heterosexual, pensarse vasco o espa?ol, gallego o andaluz, ser de izquierdas o de derechas, nacionalista catal¨¢n o nacionalista espa?ol. Ese es el tama?o de ese viejo texto tan criticado y tan incomprendido y que sit¨²a a nuestra democracia ¡ªaunque no lo sepamos¡ª entre los sistemas m¨¢s avanzados del mundo. Resulta desalentador que lo olviden tan r¨¢pido algunos de los que siempre se erigen en examinadores constitucionales de los dem¨¢s.
Si ser constitucionalista fuera no poder salirse de la literalidad de los articulados de la Constituci¨®n, no cabr¨ªa pluralidad posible de opciones ni habr¨ªa margen para el sistema mismo de partidos. Por eso ah¨ª reside lo ¨²nico sagrado del texto; la protecci¨®n de nuestra pluralidad y de nuestras libertades fundamentales. De ah¨ª parte todo. Si no fuera as¨ª, el texto no definir¨ªa una democracia. Establecer¨ªa los perfiles exactos de una dictadura.
A pesar de todo, algunos l¨ªderes pol¨ªticos lo olvidan pronto. Y siguen reservando el adjetivo de constitucionalista para aquellas formaciones que defienden, exclusivamente, la literalidad del texto en lo que a la definici¨®n territorial del Estado se refiere.
Y no, no es tan sencillo. El debate nos espera en otro lado, all¨ª donde se discute sobre qu¨¦ significa nuestra democracia y en qu¨¦ modelo civilizatorio se enmarca.
Es precisamente ah¨ª donde reside la raz¨®n que desaconseja la normalizaci¨®n pol¨ªtica de fuerzas cuyos planteamientos destacan por su incompatibilidad plena con nuestra pluralidad, con los derechos humanos y con nuestro modelo civilizatorio.
La condici¨®n, para ser constitucionalista, no es ver grabado en inamovible m¨¢rmol el t¨ªtulo VIII
Pongamos algunos ejemplos de las pretensiones pol¨ªticas que tiene esa fuerza que algunos parece que est¨¢n dispuestos a normalizar. En primer lugar, promueven el racismo y la xenofobia al vincular la concesi¨®n de la carta de ciudadan¨ªa a condicionamientos de car¨¢cter racial. Y al hacerlo, se sit¨²an fuera del marco de los derechos humanos y de los valores que inspiran este modelo de sociedad. En segundo lugar, establecen criterios un¨ªvocos sobre los sentimientos de pertenencia y niegan las libertades de pensamiento, sentimiento y definici¨®n identitaria sin las que no se comprende la base misma de nuestro sistema democr¨¢tico. Pretenden, adem¨¢s, un monopolio sobre la idea de Dios para negar la libertad religiosa que est¨¢ en el coraz¨®n mismo de nuestra democracia. Desprecian la igualdad ¡ªvalor inherente a nuestro ejercicio constituyente¡ª cuando de las mujeres se trata, la mitad de la sociedad espa?ola, hasta el l¨ªmite extremo de restar toda importancia al asesinato de estas a manos de sus parejas o exparejas.
Hay muchos m¨¢s ejemplos, pero tan solo con esos ya se ve clara la naturaleza del fen¨®meno ante el que estamos. Un fen¨®meno que pretende elevar a categor¨ªa de total la visi¨®n particular que tiene sobre c¨®mo debe ser la vida. Un movimiento que, atacando los fundamentos de nuestro modelo civilizatorio, busca sacar del espacio p¨²blico y expulsar del campo del derecho a millones de ciudadanas y ciudadanos en nuestro pa¨ªs.
La conclusi¨®n es a la vez tan sencilla como desoladora. Quienes los normalicen estar¨¢n mostrando la pobre lectura que han hecho de lo que significa nuestra Constituci¨®n y el poco valor que le dan a los significados b¨¢sicos de nuestra democracia. Pero, en el fondo, nos estar¨¢n dejando ver algo peor; su duda sobre el papel que jugar¨¢n en la defensa de nuestros modelos de democracia y de nuestro marco civilizatorio, la m¨¢s importante batalla pol¨ªtica de nuestro tiempo.
Eduardo Madina es director de KREAB Research Unit, unidad de an¨¢lisis y estudios de la consultora KREAB en su divisi¨®n en Espa?a.
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