Esparta
Los yihadistas sue?an con una sociedad virtuosa y cerrada
En una carta que le escribi¨® el 26 de mayo de 1742, Voltaire le dec¨ªa a Federico de Prusia: ¡°No me gustan los h¨¦roes: arman demasiado estr¨¦pito¡±. Por eso mismo, el gran philosophe no hubiera sentido la menor simpat¨ªa por Ch¨¦rif Chekatt, el joven de 29 a?os que, al parecer, es el responsable de atacar con un arma de fuego y un cuchillo a la gente que tranquilamente visitaba un mercadillo de Navidad en el centro de Estrasburgo. El resultado del estr¨¦pito de este nuevo h¨¦roe es desolador: asesin¨® a dos personas, dej¨® en muerte cerebral a una tercera y su furia alcanz¨® a otros doce que tienen heridas de diversa gravedad. Hay testimonios que sostienen que grit¨® Allahu akbar (Al¨¢ es grande) antes de embarcarse en su prop¨®sito letal.
En Francia han vuelto estas ¨²ltimas semanas a concatenarse en una espiral diab¨®lica algunas contradicciones que arrastra la modernidad desde sus inicios. Emmanuel Macron, a la manera de los ilustrados del siglo XVIII, anda desde hace tiempo reclamando enfrentarse con la raz¨®n, y no con las emociones y el miedo, a los problemas que afectan no solo a Francia sino a Europa, y posiblemente al mundo entero. Por eso mismo ha hecho de la lucha contra el cambio clim¨¢tico una de sus banderas (no hay otra, si pretendemos sobrevivir) y aplic¨® hace un tiempo la pol¨¦mica ecotasa que ha provocado una reacci¨®n incendiaria, la de los chalecos amarillos (ya son seis muertos los que hay que apuntarle a esa revuelta que no se supo prever y, por lo que se ha visto, resulta bastante incontrolable).
En su ensayo La edad de la ira, subtitulado Una historia del presente, el escritor indio Pankaj Mishra recoge una frase de Memorias del subsuelo, de Fiodor Dostoievski, que resume en dos trazos una actitud que resuena como un chirrido de fondo cuando se asiste al gran despliegue de conquistas y dominio que ha hecho el mundo occidental desde que se produjeron la revoluci¨®n industrial y la Revoluci¨®n Francesa. El escritor ruso escribe: ¡°Evidentemente, no podr¨¦ romper ese muro con la cabeza, pero me niego a humillarme ante ese obst¨¢culo por la ¨²nica raz¨®n de que sea un muro de piedra y yo no tenga fuerzas¡±. Ese muro es el del progreso y la actitud que encarna Dostoievski es la de los que se han quedado fuera, marginados: se les prometieron grandes avances ¡ªa los habitantes de las colonias, a los de los pa¨ªses de la periferia y de las zonas rurales, a los j¨®venes¡ª y no alcanzaron gran cosa. As¨ª que muchos est¨¢n llenos de c¨®lera.
Justo cuando Voltaire y los ilustrados brindaban por el triunfo de las luces, uno de los suyos se?alaba sus oscuridades y convert¨ªa el resentimiento en uno de los motores que desde entonces agitan el mundo. Era Rousseau. Frente a las costumbres disolutas de Par¨ªs, convirti¨® a Esparta en su modelo de referencia: ¡°Peque?a, severa y autosuficiente, fieramente patri¨®tica e insolentemente no cosmopolita y no comercial¡±, apunta Mishra. Tambi¨¦n observa que la Esparta de Rousseau se parece mucho al califato que proyectan las islamistas radicales.
En su Emilio, Rousseau escribi¨®: ¡°Lo esencial es ser bueno con las gentes con quienes se vive. Los espartanos eran ambiciosos, avaros e inicuos, pero el desinter¨¦s, la equidad y la concordia reinaban dentro de sus muros. Desconfiad de los cosmopolitas que van lejos a buscar en sus libros obligaciones que no se dignan cumplir en su entorno¡±. Estaba apuntando directamente al coraz¨®n del proyecto de gentes como Voltaire. Y lo inquietante es que esa Esparta, cerrada y virtuosa, no es solo el sue?o de unos cuantos islamistas radicales.
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