¡®The end¡¯
Con el cierre de La Escondida, la miner¨ªa del carb¨®n en Le¨®n ha pasado a la historia. Pronto lo har¨¢ tambi¨¦n en Espa?a
Se acab¨®. Despu¨¦s de d¨¦cadas anunci¨¢ndose, de recortes de plantillas y cierre de explotaciones, de manifestaciones y huelgas cada vez m¨¢s minoritarias, de promesas y soluciones incumplidas, la miner¨ªa del carb¨®n en Le¨®n ha pasado a la historia. Con el cierre ayer de la mina La?Escondida, la ¨²ltima que quedaba abierta, en el valle de Laciana, la miner¨ªa del carb¨®n en Le¨®n ha pasado a la historia. Pronto lo har¨¢ tambi¨¦n en Espa?a, cuando cierren las cuatro minas que quedan, todas con fecha de caducidad ya pr¨®xima.
Termina as¨ª una historia de siglo y medio que es imposible resumir, pues es mucho m¨¢s que la historia de un mineral y su producci¨®n. Es tambi¨¦n la historia de una cultura, de una manera de vivir, de millares y millares de peque?as historias cotidianas, de millones de vidas rotas o felices, pero vidas todas ellas manchadas y alimentadas por el carb¨®n. En su relato hay pasajes ¨¦picos, de grandeza y de miseria, de revoluciones y guerras civiles, de momentos de esplendor y de declive. La historia de la miner¨ªa del carb¨®n es la historia en negro de este pa¨ªs en el ¨²ltimo siglo y medio, un siglo y medio que ha visto de todo y en el que los espa?oles hemos pasado de la Edad Media a la industrializaci¨®n. Por el camino quedan relatos de todo tipo, desde el de los campesinos que mudaron su oficio ancestral por el de mineros al de los que comenzaron a picar carb¨®n antes de la mayor¨ªa edad, desde los que consumieron su vida bajando al pozo d¨ªa tras d¨ªa hasta su vejez a los que con 35 a?os estaban ya retirados a causa de la silicosis, esa enfermedad terrible que convierte los pulmones en piedra y hace morir a quien la sufre asfixiado. Hubo espa?oles y extranjeros, nativos de las comarcas mineras y personas llegadas de otras culturas y religiones, gente an¨®nima y popular, cobardes y h¨¦roes, como en cualquier otra profesi¨®n.
Durante siglo y medio, no obstante, la vida de los mineros fue una gran desconocida para el resto de sus conciudadanos. Fuera de las im¨¢genes t¨®picas y de la mitificaci¨®n simplista y distante, la miner¨ªa del carb¨®n cumpli¨® su historia ajena a la del pa¨ªs, incluso de las regiones que, como Le¨®n o Asturias, tuvieron en ella su principal pilar econ¨®mico. Los mineros como c¨ªclopes que emerg¨ªan de la tierra o como revolucionarios y comunistas fueron clich¨¦s habituales y lo mismo suced¨ªa con la mina, cuya realidad pocos se interesaron por conocer, ni cuando estaba en pleno apogeo, ni, en los ¨²ltimos a?os, cuando empezaba a desaparecer. De hecho, ayer se puso el punto final a un siglo y medio de miner¨ªa en Le¨®n, una provincia en la que lleg¨® a haber hasta 40.000 mineros, y la noticia apenas s¨ª ha aparecido en la prensa.
As¨ª que tendremos que ser nosotros, los descendientes de los mineros y los que convivimos con ellos algunos a?os de nuestra vida por circunstancias, los que reivindiquemos la historia de una actividad que nunca fue lo suficientemente valorada por el resto de los espa?oles, como tampoco lo fue su dureza, y a la que ¨²ltimamente incluso se la ha culpado de los males de un planeta que se consume a s¨ª mismo.
Tendremos que ser nosotros, los descendientes de los mineros y los que conocimos y compartimos su vida por circunstancias, los que reclamemos al resto el respeto que merecen unos hombres y mujeres a cuya historia se pone fin como en aquellas pel¨ªculas que yo ve¨ªa en el cine del poblado minero en el que transcurri¨® mi infancia con dos palabras escuetas: The End.
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