Estado de alerta
Con las redes sociales es m¨¢s f¨¢cil movilizar y conectar a los tuyos
Toda tarea, y mucho m¨¢s las que procuran transformar un pa¨ªs, necesita de un margen de tiempo para poder desarrollarse. Hace falta pensar cada proyecto, planificarlo, calcular sus costes y encontrar la manera de dotarlo de fondos, discutirlo, ponerlo en pie, y revisarlo despu¨¦s, valorar si cumpli¨® sus cometidos, modificarlo si hace falta. Por eso, los pa¨ªses democr¨¢ticos establecen un plazo ¡ªmayor o menor¡ª entre cada cita electoral para que el partido que se impuso en las urnas pueda poner en marcha su programa. Ese margen de confianza que, inevitablemente, los ciudadanos deben otorgar a la fuerza ganadora no significa necesariamente que le den un cheque en blanco. La democracia tiene instituciones que est¨¢n pendientes de vigilar cualquier tropiezo; para eso est¨¢ el equilibrio de poderes, para frenar los excesos del Ejecutivo. Y existe tambi¨¦n, claro, el llamado cuarto poder. La tarea de los periodistas es justo esa: informar, contar c¨®mo se est¨¢n haciendo las cosas, explicar lo que pasa, colocar los asuntos importantes en el espacio p¨²blico para que se conozcan, se discutan, se critiquen. Y, evidentemente, para que puedan modificarse.
Es esta manera de hacer las cosas la que hoy est¨¢ siendo severamente cuestionada. La devastadora crisis que se inici¨® en 2018 y el impulso globalizador, que un poco antes contribuy¨® a modificar las din¨¢micas econ¨®micas entre los distintos pa¨ªses, han sacudido las reglas de juego y por doquier se ha terminado imponiendo una sospecha, la de que los pol¨ªticos (y tambi¨¦n los periodistas) no sirven para nada. No solo es que sean unos in¨²tiles e incompetentes (y no representen a nadie), es que adem¨¢s son corruptos y se pliegan a las consignas de unas ¨¦lites poderosas que se est¨¢n poniendo las botas. Ante ese panorama desolador, toca darle la voz al pueblo. Pero no para que elija a sus gobernantes en unas elecciones, sino m¨¢s bien para que est¨¦ pronunci¨¢ndose todo el rato e intervenga sin cesar.
La consigna es estar alerta. Su consecuencia inmediata, la politizaci¨®n permanente de la vida cotidiana. Hoy ya no queda casi tiempo para trivialidades, lo que importa es estar conectado, listo para formar filas, con el dedo en el gatillo. Este entusiasmo por estar en el frente era el que reclamaban los partidos fascistas en los a?os treinta. El pueblo ten¨ªa que movilizarse contra esos pol¨ªticos debiluchos que se extenuaban discutiendo en los Parlamentos. La vida est¨¢ en la calle y transformar el mundo est¨¢ en tus manos, propon¨ªan. De lo que se trataba al cabo era de servir a una causa redentora con un l¨ªder poderoso al frente. Al que se apuntaba se le garantizaba ese sentimiento de pertenencia que tanto refuerza la autoestima.
Las cosas han cambiado, pero algunas teclas que se pulsan estos d¨ªas son las que se pulsaban entonces. En la imponente biograf¨ªa que el historiador Ian Kershaw dedic¨® a Hitler explica que en las ¨¦pocas en las que se bat¨ªa por conseguir el poder encontr¨® una llave maestra, la de ¡°hablar en un lenguaje que cada vez entend¨ªan m¨¢s alemanes, el lenguaje de las implacables protestas contra un sistema desacreditado, el lenguaje del resurgimiento y el renacimiento nacional¡±. En esas andan muchos de los actuales jefes de la ultraderecha. Tienen una indudable ventaja. En aquellas ¨¦pocas remotas costaba lo suyo sacar al pueblo a la calle una y otra vez para debilitar la democracia. Hoy resulta mucho m¨¢s f¨¢cil seducir a los descontentos en las redes sociales e invitarlos a apretar el gatillo del m¨®vil. Esas balas no matan a nadie, pero est¨¢n destruyendo los viejos partidos democristianos, liberales y socialdem¨®cratas, y ganan elecciones.
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