El ritual de los buenos prop¨®sitos
En un buen n¨²mero de pa¨ªses dominan los simuladores de lo popular que se presentan como pol¨ªticos del nuevo comienzo. Quieren un retroceso a una situaci¨®n de orden autoritario
Los buenos prop¨®sitos forman parte del ritual del A?o Nuevo. Queremos mejorar alguna pr¨¢ctica licenciosa o alguna costumbre acomodada. Tomamos la determinaci¨®n de dejar esto o hacer aquello. La mayor¨ªa de las veces, en la decisi¨®n ya tenemos en cuenta que no tardaremos en fracasar. Con ello, la idea del comienzo pierde vigor y queda reducida a una minucia privada y secreta sobre la que merece la pena preguntarse cu¨¢l es el significado profundo, cu¨¢l es la gracia inherente a la posibilidad de comenzar.
¡°Dado que todo ser humano, por el hecho de nacer, es un initium, un comienzo, un reci¨¦n llegado, los seres humanos son capaces de emprender iniciativas¡±, se?ala la fil¨®sofa Hannah Arendt en La condici¨®n humana, a lo que a?ade la posibilidad de ¡°convertirse en iniciadores y poner en marcha algo nuevo¡±. En este sentido, el comienzo no pertenece solamente a las fechas especiales o a los cambios de ciclo como el final del a?o, sino que puede manifestarse en cualquier actividad humana, en cualquier ocupaci¨®n que se sustraiga al c¨¢lculo y a la previsibilidad. Sin embargo, emprender una iniciativa, empezar algo, significa tambi¨¦n, como se?ala Arendt, ¡°convertirse en principiante¡±. Quien empieza algo nuevo no puede confiarse a s¨ª mismo, a su experiencia o a su situaci¨®n anterior. Las personas que tienen que recuperarse de una enfermedad o de una p¨¦rdida, que cambian de trabajo o se han vuelto a enamorar, lo saben. Quien empieza de nuevo se adentra en lo desconocido e inestable, y no le queda otro remedio que pensar y actuar sin apoyos, lo cual asusta tanto como inspira.
Pero la posibilidad de poner rumbo hacia lo nuevo nos enfrenta tambi¨¦n con la experiencia social y pol¨ªtica del abandono de lo viejo. La capacidad de poner en marcha un proyecto, de iniciarlo, puede ser igualmente un acto colectivo. Aunque a menudo lo olvidemos, las festividades religiosas nos traen el recuerdo de antiguas tradiciones repletas de historias en las que el comienzo no solo se anuncia, sino que se lleva o se hace posible a un individuo o una comunidad. Frente a la idea de la optimizaci¨®n permanente de uno mismo, caracter¨ªstica del esp¨ªritu de nuestra ¨¦poca, cuyo principal sentido es la adaptaci¨®n forzosa a la competitividad, las antiguas historias nos remiten a la idea del comienzo disidente; nos hablan de la huida colectiva de la falta de libertad o de la b¨²squeda com¨²n de otro lugar, de otra forma de vida; relatan el valor de la multitud para resistir o la reflexi¨®n autocr¨ªtica del individuo.
Quiz¨¢ la raz¨®n de que esas viejas historias sigan conmovi¨¦ndonos sea que alimentan permanentemente la esperanza de podernos liberar de lo que nos ha lastrado o limitado; de aquello que nos hace que seamos m¨¢s peque?os, m¨¢s pobres o m¨¢s cobardes de lo que podr¨ªamos ser. Tal vez conserven tambi¨¦n esa fuerza intacta porque nos dicen c¨®mo dejar algo atr¨¢s, lo que un d¨ªa fuimos o lo que nos ha deformado; c¨®mo evitar vernos obligados a ser prisioneros de nuestra historia o nuestros or¨ªgenes; c¨®mo ser capaces de rebelarnos contra una vida alienada, contra la privaci¨®n de derechos. En eso reside la milagrosa promesa de estas historias de comienzo. Vivir con el mismo gozo que tantos personajes de ficci¨®n en la literatura, el teatro o el cine cuando se aventuran en lo abierto, a¨²n incierto, y nos muestran la alternativa del valor o la libertad para ser.
?ltimamente, en un buen n¨²mero de pa¨ªses de todo el mundo dominan los personajes o los movimientos pol¨ªticos que quieren limitar y reprimir esa posibilidad de comenzar. Ya sea Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, los simuladores de lo popular se presentan como pol¨ªticos del nuevo comienzo. Sin embargo, el contenido de sus programas pone en evidencia lo contrario. Lo que quieren es restringir la diversidad social, que es justamente la manifestaci¨®n de la posibilidad de toda persona, sea hombre o mujer, de desarrollarse sin cortapisas. No quieren saltos hacia mundos m¨¢s libres, sino un retroceso ficticio a una situaci¨®n de orden autoritario regido por la promesa no de igualdad, sino de jerarquizaci¨®n. Por eso escenifican su pol¨ªtica de la regresi¨®n como si la demolici¨®n de los derechos humanos y civiles o la negaci¨®n de la diversidad de la propia sociedad fuesen beneficiosas. Se declaran reformadores, y lo ¨²nico que quieren decir es que van a ablandar las leyes y disposiciones que protegen a las minor¨ªas y los espacios de libertad. La brutalidad del lenguaje, la barbarie sin complejos con que Trump se refiere a los emigrantes de M¨¦xico, o Bolsonaro a los homosexuales, o ambos a las mujeres, son s¨ªntoma de una ideolog¨ªa inhumana cuyo objetivo es la represi¨®n.
En consecuencia, si queremos hacernos un prop¨®sito para el nuevo a?o, que sea el de volver a fortalecer la verdadera idea del comienzo en nuestras democracias; el de confiar en nuestra capacidad de alumbrar otras formas de convivencia m¨¢s abiertas, y no m¨¢s restrictivas; m¨¢s libres, y no m¨¢s jer¨¢rquicas; m¨¢s democr¨¢ticas, y no m¨¢s autoritarias. Porque en eso consiste una democracia abierta y plural: en proteger los espacios y los derechos que permiten a las personas desarrollarse; en no rezagarlas o coartarlas por su origen o sus creencias; en permitirles que cambien, que sue?en con la felicidad individual o colectiva, y que esa felicidad pueda ser diferente de la de sus padres o sus vecinos.
Que las comunidades ind¨ªgenas hayan sido marginadas y expoliadas durante siglos no significa que haya que seguir haci¨¦ndolo; que, hist¨®ricamente, las mujeres hayan sido tratadas con condescendencia y reducidas a la condici¨®n de objeto, que su palabra valiese menos ante los tribunales, no es raz¨®n para perpetuar la tradici¨®n de violencia contra ellas. De la duraci¨®n de una injusticia no se puede deducir su legitimidad. Que algo haya sido siempre as¨ª no significa que sea bueno.
Esta es la promesa del comienzo: la posibilidad de revisar nuestra herencia social o cultural; de seguir utilizando y transmitiendo lo bueno y de interrumpir y cambiar lo que nos ha perjudicado o limitado. Porque la democracia consiste en experimentar como sociedad; en preguntarnos si nuestras pr¨¢cticas y nuestras costumbres son lo bastante buenas, si nos hacen m¨¢s libres, si son justas, o si solo algunas son ventajosas, y otras, no. Una democracia es un orden din¨¢mico porque aplica procedimientos que nos permiten aprender como individuos, pero tambi¨¦n como sociedad. Es nuestra obligaci¨®n no solo defender esta concepci¨®n del comienzo, sino ampliarla y profundizarla.
Carolin Emcke es periodista, escritora y fil¨®sofa, autora de Contra el odio (Taurus).
Traducci¨®n de News Clips.
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