Democracia de mayor¨ªas, sin mayor¨ªas
Nunca antes el poder ejecutivo hab¨ªa sido desautorizado con esa rotundidad en Westminster
Confirmando los pron¨®sticos, la C¨¢mara de los Comunes ha rechazado por un margen abultado el acuerdo de Brexit que el Gobierno de Theresa May hab¨ªa negociado ¡ªaunque ser¨ªa m¨¢s preciso decir ¡®hab¨ªa asumido¡¯¡ª con la Comisi¨®n. Visto desde la ¨®ptica de los Veintisiete, que en estos dos a?os y medio han hecho suyos el pragmatismo y la flema que en teor¨ªa caracterizaban al estereotipo ingl¨¦s, ma?ana se sabr¨¢ ¡°mantener la calma y seguir adelante¡±. El momento se vive en la UE con preocupaci¨®n, pero sin v¨¦rtigos. Claro que se prefiere un proceso ordenado y con plazos ciertos, pero todos los escenarios son en ¨²ltima instancia digeribles. Un retraso de la salida hasta el verano podr¨ªa producir un efecto limbo temporal y contaminar las elecciones de mayo, pero no deja de ser un ajuste t¨¦cnico ya que nada sustancial ser¨¢ renegociado.
Por su parte, las dos alternativas explosivas que hasta hace poco resultaban altamente improbables ¡ªen forma de estrepitoso arrepentimiento o, por el contrario, de abandono ca¨®tico¡ª tienen sus partidarios en el continente. La primera es, por supuesto, la ¨²nica confesable, pero la segunda, pese a sus costes (que, por cierto, afectar¨ªan mucho a Espa?a), tendr¨ªa un impacto tan asim¨¦trico en perjuicio del Reino Unido que si se produce no har¨¢ derramar demasiadas l¨¢grimas en Bruselas. Desde junio de 2016 se encendieron las alarmas en las capitales y las instituciones europeas, temerosas de un efecto contagio que hoy parece bastante conjurado. La Uni¨®n ha demostrado resiliencia y resoluci¨®n a la hora de defender su aut¨¦ntica esencia; contenida en las libertades fundamentales del Mercado Interior.
Muy distinto es el panorama del lado brit¨¢nico y all¨ª deben centrarse ahora los an¨¢lisis. Los de corto plazo se escriben en forma de incertidumbre total. Todos los escenarios est¨¢n abiertos e incluyen un posible relevo en el 10 de Downing Street (por dimisi¨®n, por moci¨®n de censura o por anticipo electoral) o un enroque de la primera ministra que, ocurra lo que ocurra, pasar¨¢ a la Historia con m¨¢s dignidad que David Cameron. A medio plazo, como ya se ha dicho, tambi¨¦n se abren diversas posibilidades sobre la retirada, incluyendo un segundo refer¨¦ndum que, en contra de lo que a menudo se quiere pensar, ser¨ªa tan divisivo como el primero y fracturar¨ªa a¨²n m¨¢s la que, con algo de imprecisi¨®n, hasta ahora pasaba por ser la democracia m¨¢s antigua del mundo. Lo cierto es que es en esos t¨¦rminos temporales tan largos como hay que contemplar lo sucedido pues esta vez no exageraban los titulares que hablaban de votaci¨®n hist¨®rica. Si intentamos una mirada de largo plazo, no es exagerado concluir que este resultado es el desenlace pol¨ªtico y simb¨®lico de un proceso de desfiguraci¨®n de la forma de gobierno que tan magistralmente codific¨® Walter Bagehot hace ahora siglo y medio. Nunca antes el poder ejecutivo hab¨ªa sido desautorizado con esa rotundidad (?230 votos de diferencia!) en Westminster y tampoco hasta hoy se hab¨ªan visto tan claras las disfuncionalidades que padece The English Constitution.
Es inquietante porque la democracia brit¨¢nica, por debajo de oropeles neog¨®ticos y protocolos formales enrevesados, hab¨ªa funcionado hasta ahora con sorprendente simplicidad y enorme eficacia. Un sistema fundamentalmente bipartidista (alejado de la compleja fragmentaci¨®n que es propia del resto de Europa), con gobiernos de partido ¨²nico, sin un molesto Tribunal Constitucional que anule decisiones legislativas, sin un banco central independiente que condicione la pol¨ªtica econ¨®mica, sin una segunda c¨¢mara que merezca ese nombre, donde ni siquiera ser¨ªan imaginables las extra?as cohabitaciones del semipresidencialismo franc¨¦s ni, mucho menos, la endiablada separaci¨®n de poderes con la que los padres fundadores complicaron el devenir de los EE UU. Un sistema basado en tres elementos: los ciudadanos eligen a sus representantes en el parlamento por mayor¨ªa simple, tambi¨¦n por mayor¨ªa simple ese parlamento da su confianza a un gabinete y aprueba las leyes que este le remite, y no hay otro contrapeso real que no sea una mayor¨ªa simple alternativa que triunfe en las siguientes elecciones. Pero un sistema magistralmente sencillo requer¨ªa algunas premisas que en este momento ya no existen: confianza de la ciudadan¨ªa hacia sus diputados y de estos hacia sus l¨ªderes, alineamientos ideol¨®gicos m¨¢s o menos n¨ªtidos (izquierda-derecha) y aceptaci¨®n por todos de las escasas reglas del juego existentes. El populismo euroesc¨¦ptico se ha llevado por delante todo eso. En primer lugar, la introducci¨®n de un instrumento tan extra?o a los usos brit¨¢nicos como el refer¨¦ndum ha desplazado el modo tradicional de delegar las decisiones en unas ¨¦lites que hasta ahora no ten¨ªan m¨¢s restricci¨®n que rendir cuentas en las siguientes elecciones. Adem¨¢s, la fractura de la sociedad es ahora m¨¢s compleja y los dos grandes partidos est¨¢n a su vez divididos en eur¨®filos y esc¨¦pticos. Y, por ¨²ltimo, no se ha sabido ver que la pertenencia a la UE era un asunto constitucional, una de esas poqu¨ªsimas cuestiones que no se puede gestionar con mayor¨ªas simple sino con amplios consensos. La iron¨ªa es que en estos momentos no hay en el horizonte mayor¨ªa simple alguna que pueda desbloquear la crisis: ni la permanencia, ni el acuerdo reci¨¦n rechazado, ni la salida a las bravas.
Ignacio Molina es profesor de la UAM e investigador del Real Instituto Elcano.
Este art¨ªculo ha sido elaborado por Agenda P¨²blica, para EL PA?S.
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