Los malos l¨ªderes
En todas las democracias, la Constituci¨®n no solo es un freno ante los malos pol¨ªticos, sino una buena vara de medir las aut¨¦nticas lealtades. Es un buen m¨¦todo para los tiempos que corren
En una escena de la pel¨ªcula Vice, un biopic sobre Dick Cheney, el que fuera vicepresidente con George W. Bush, el protagonista, todav¨ªa con pocas horas de vuelo en Washington, pregunta a un m¨¢s fogueado Donald Rumsfeld, junto a quien trabajaba en la Administraci¨®n de Nixon: "?Donald, en qu¨¦ creemos?". Rumsfeld suelta una carcajada condescendiente y se mete en su despacho dejando claro ante el espectador que no creen m¨¢s que en aquello que les permita conservar el poder.
La pel¨ªcula ofrece a continuaci¨®n las consecuencias dram¨¢ticas que las decisiones de aquellos pol¨ªticos que no cre¨ªan en nada m¨¢s que en su ¨¦xito personal llegaron a tener. A mayor o menor escala, las medidas de los l¨ªderes pol¨ªticos siguen influyendo considerablemente en la vida de los ciudadanos, incluso en esta era en la que el poder se ha desprestigiado y se ha diluido, tanto que algunos se conforman con mantener el Gobierno, que si no se utiliza para mejorar la vida de las personas, es solo la carcasa del poder, mero exhibicionismo.
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La influencia de un l¨ªder excede, adem¨¢s, el valor de sus decisiones. Todav¨ªa hoy, cuando la tecnolog¨ªa ha democratizado y complicado la relaci¨®n entre los gobernantes y los gobernados, la personalidad de los l¨ªderes, su car¨¢cter y su estilo siguen marcando de alguna forma el car¨¢cter de una naci¨®n. Obligados por la simplificaci¨®n y la velocidad de los mensajes, es inevitable que identifiquemos el momento hist¨®rico de cualquier pa¨ªs por el rostro y los modos de quien ostenta el liderazgo. Y es igualmente inevitable que eso determine en alg¨²n grado nuestro propio estado de ¨¢nimo. Probablemente, se ha valorado poco este factor a la hora de analizar la crisis que hoy atraviesa el sistema democr¨¢tico en casi todos los pa¨ªses occidentales, as¨ª como la desconfianza generada entre las clases medias hacia sus instituciones de Gobierno. Los l¨ªderes cuentan m¨¢s de lo que a veces creemos. Para bien o para mal, un l¨ªder pol¨ªtico puede convertirse en s¨ªmbolo de una ¨¦poca. Sus atributos profesionales y personales acaban teniendo un impacto en la vida de todos, en la convivencia de una sociedad. Cualquiera lo puede certificar echando una mirada al pasado. Ha sido as¨ª en democracias incipientes como la espa?ola. Pero tambi¨¦n en otras m¨¢s avanzadas como la alemana o la francesa.
Existe una opini¨®n muy extendida de que, por lo general, los pol¨ªticos contempor¨¢neos no alcanza la altura de sus antecesores de 30, 40 o 50 a?os atr¨¢s. Puede que esta impresi¨®n sea producto de una nostalgia basada en el principio de que cualquier tiempo en el que fuimos m¨¢s j¨®venes fue mejor. No existe un medidor de la bondad de un pol¨ªtico, as¨ª es que cada cual tendr¨¢ que juzgar por su cuenta. Pero s¨ª existe la historia, que nos ense?a c¨®mo determinados pol¨ªticos reaccionaron ante determinadas circunstancias, qui¨¦n sacrific¨® sus ambiciones personales por el bien de su pa¨ªs y qui¨¦n no lo hizo, qui¨¦n puso por delante los intereses de su partido (o su grupo de fieles) y qui¨¦n puso los de su naci¨®n.
Existe una opini¨®n muy extendida de que los pol¨ªticos contempor¨¢neos no alcanzan la altura de sus antecesores
Ninguna democracia puede sostenerse exclusivamente sobre el ejemplo personal y el valor de estadista de sus l¨ªderes. Pero es mucho m¨¢s dif¨ªcil que una democracia salga adelante con l¨ªderes corruptos, abyectos o incompetentes. Los fundadores de la democracia norteamericana escribieron la primera Constituci¨®n de la historia principalmente porque creyeron que era necesario proteger al sistema frente a los malos dirigentes. Pero hizo falta que George Washington sentara ejemplos como el de una sola reelecci¨®n presidencial para que esa democracia sobreviviera y se perfeccionase. Es f¨¢cil imaginar lo que habr¨ªa sido de ella si hubiera ca¨ªdo en manos en sus inicios de pol¨ªticos como los citados al principio cuya ¨²nica creencia era la de conservar el poder. Igualmente, da miedo pensar el da?o que puede acabar causando a este sistema un presidente como Donald Trump.
La historia es algo que maneja gente menor como Trump, un nacionalista confeso que como casi todos lo suyos tiene pocas ideas sobre el futuro, pero una interpretaci¨®n tan prolija como distorsionada del pasado. Ha demostrado que eso puede ser suficiente para alcanzar el poder, y podr¨ªa tambi¨¦n servirle para retenerlo. Pero, a la larga, el liderazgo de Trump est¨¢ debilitando enormemente la democracia norteamericana porque est¨¢ denigrando el ejercicio de la pol¨ªtica hasta unos l¨ªmites dif¨ªcilmente recuperables.
El da?o que un pol¨ªtico puede causar a un pa¨ªs no tiene fundamentalmente que ver con su ideolog¨ªa, sino con su catadura moral, con su decencia personal, con su propia exigencia ¨¦tica. El problema principal de Trump no es, desde luego, ideol¨®gico. El problema de Trump es su falta de escr¨²pulos, su bajeza moral, que acaba arrastrando ¡ªcomo en efecto ocurre¡ª a muchos de sus compa?eros y desmoralizando a toda la naci¨®n.
Incluso en una democracia con tantos contrapesos como la norteamericana, un l¨ªder sienta precedentes, marca un est¨¢ndar de conducta para su partido y sus compatriotas. Si dirigentes como Cheney o Rumsfeld no creen en nada m¨¢s que en conservar al poder, todos los patrones morales se rebajan, un pa¨ªs entero se hace c¨ªnico respecto a su destino y sus obligaciones.
El da?o que un pol¨ªtico puede causar a un pa¨ªs no tiene que ver con su ideolog¨ªa, sino con su catadura moral
La dimensi¨®n moral de un dirigente pol¨ªtico es crucial para conseguir el afecto de sus gobernados y exigirles los sacrificios que, en el mundo real, son imprescindibles para progresar. Doris Kearns Goodwin, la c¨¦lebre autora del best seller sobre Lincoln que traslad¨® al cine Steven Spielberg, ha escrito ahora un magn¨ªfico libro en el que compara las cualidades de liderazgo de cuatro presidentes norteamericanos a cuyo estudio ha dedicado toda su vida: el propio Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin D. Roosevelt y Lyndon Johnson, con quien trabaj¨® en la Casa Blanca y a quien ayud¨® a escribir sus memorias. La autora de Leadership in Turbulent Times llega a la conclusi¨®n de que ning¨²n liderazgo es posible sin un objetivo mucho mayor que el de una ambici¨®n personal. Lo ¨²ltimo vale ¨²nicamente para obtener un cargo, un t¨ªtulo, pero liderazgos como los de los cuatro presidentes que compara solo son posibles cuando existe "un prop¨®sito moral", cuando se tiene un talento excepcional y la grandeza de sacrificarlo todo para mejorar la vida de las personas.
Sobre todas las teor¨ªas de si un l¨ªder pol¨ªtico nace o se hace en el desempe?o del poder, Kearns Goodwin, sin tomar claramente partido por ninguna de las dos opciones, recuerda que los cuatro l¨ªderes que ella ha estudiado ¡ªincluido el controvertido Johnson a quien le reserva un lugar en la historia por su liderazgo sobre los derechos civiles y por su elegante final¡ª eran reconocidos como l¨ªderes antes de ser presidentes. Todos hab¨ªan trabajado tambi¨¦n duramente y se hab¨ªan formado extensamente para llegar a donde llegaron. Los cuatro comparten otra caracter¨ªstica: su capacidad de simpatizar con los rivales pol¨ªticos ¡ªa veces m¨¢s que con los propios¡ª para conseguir una gesti¨®n mayoritaria e imparcial.
?Existen l¨ªderes as¨ª para este nuevo tiempo turbulento? Tal vez los hay. O los habr¨¢. ?C¨®mo podemos distinguirlos? En el caso de EE?UU, en tiempos de Trump, algunos est¨¢n proponiendo un m¨¦todo sencillo para comprobar la talla de sus pol¨ªticos: unos y otros, cuando llegue el momento, ?ser¨¢n leales a su partido o a la Constituci¨®n? En todas las democracias, la Constituci¨®n no solo es un freno ante los malos pol¨ªticos, sino una buena vara de medir las aut¨¦nticas lealtades. La mejor que existe.
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