La Reconquista
A casi nadie le interesa explicar la complejidad del pasado porque lo importante son los mitos. La derecha espa?ola esgrime un concepto elaborado durante el siglo XIX como historia real
Los historiadores deber¨ªamos estar hartos de que nos utilicen. Deber¨ªamos protestar, sindicarnos, demandar judicialmente a quienes abusen de nuestro trabajo, salir a cortar una avenida c¨¦ntrica¡ Somos pocos, me dir¨¢n. Pues movilicemos a nuestros estudiantes, que seguro que estar¨¢n encantados. Y es que ya est¨¢ bien. La funci¨®n de la historia es conocer el pasado. Investigar, recoger pruebas, organizarlas seg¨²n un esquema racional y explicar lo que pas¨® de manera convincente. Y punto.
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Pero a poca gente le interesa de verdad conocer lo ocurrido, que en general fue complejo y hasta aburrido. Lo que nos piden es algo mucho m¨¢s excitante: un relato ¨¦pico, ¨²til para construir identidad; que demostremos que nuestra naci¨®n existe, que la colectividad en la que vivimos inmersos hoy es antiqu¨ªsima, casi eterna, y que a lo largo de los siglos o milenios ha actuado de manera noble, generosa, sufriendo conflictos siempre debidos a la maldad de los otros; que asignemos en nuestro relato claras identidades de buenos y malos, v¨ªctimas y verdugos, vinculando a nuestro grupo actual con los buenos, las v¨ªctimas. No, no nos pide eso un ni?o necesitado de cuentos para dormir. Nos lo piden adultos, muchos adultos. Entre ellos, los m¨¢s poderosos, los dirigentes pol¨ªticos. Y es que la naci¨®n justifica el Estado, legitima la estructura pol¨ªtico-administrativa que controla el territorio que vivimos. Por lo cual es elevada a los altares, venerada como objeto sagrado. Sobre ella no se puede escribir historia (compleja, matizada, para adultos), sino mitos o leyendas, con escasa o nula base emp¨ªrica, que nos hablen de nuestros padres fundadores, de sus haza?as, de los valores ¨¦ticos que encarnaron, fundamento perenne de nuestro ser colectivo. Eso es lo que se nos pide. Mito. Algo que puede alcanzar alta calidad literaria y profundidad psicol¨®gica. Pero que no es historia.
Todo mito se inicia con una situaci¨®n id¨ªlica, de independencia, gloria y felicidad. Es lo l¨®gico, pues nuestro territorio es incomparablemente m¨¢s hermoso y feraz que ning¨²n otro (por si acaso, no viajemos demasiado para comprobarlo) y nuestras costumbres y cualidades morales igualmente superiores a las dem¨¢s. De ah¨ª que nuestros ancestros vivieran, en el origen de los tiempos, libres y felices, hasta que asomaron su nariz los perversos vecinos, envidiosos de nuestros tesoros. Y se produjo as¨ª la Ca¨ªda, de la salida del para¨ªso, que inici¨® la segunda fase, de decadencia, opresi¨®n, desigualdad, injusticia y sufrimiento; o sea, el mundo que conocemos. Pero no os angusti¨¦is, peque?os m¨ªos, porque ese mundo terminar¨¢ el d¨ªa en que, convencidos de lo intolerable de la situaci¨®n, actuemos todos unidos y recuperemos el para¨ªso perdido.
Nadie habl¨® de reconquistar, sino de tomar, ganar o conquistar, una ciudad a los musulmanes
En el caso de Catalu?a, ya se sabe, hay que escribir una historia que parta de las glorias medievales, el esplendor alcanzado con Jaume I y Pere el Gran, cuando se construy¨® ¡°el primer Estado-naci¨®n moderno de Europa¡± (Fontana), que adem¨¢s era independiente (falso). La decadencia lleg¨® con los Trast¨¢mara y la uni¨®n con Castilla. Empez¨® entonces el sojuzgamiento, acompa?ado siempre por la resistencia soterrada del pueblo catal¨¢n, o explosiones que terminaron en dolorosa derrota, como en 1640; que hubo escasas represalias contra la lengua o contra las instituciones de autogobierno tras aquella derrota, mejor no mencionarlo. Regode¨¦monos, en cambio, en la Guerra de Sucesi¨®n de 1700-1714, descrita no como guerra civil sino como enfrentamiento de ¡°Espa?a contra Catalu?a¡±, y magnifiquemos el papel de ¡°m¨¢rtires¡± como Rafael de Casanova (olvidando tambi¨¦n la larga vida en libertad de este personaje tras 1714). As¨ª se explican las cosas en el Museo d¡¯Hist¨°ria de Catalunya, por ejemplo, joya de orfebrer¨ªa mitol¨®gica, visitado diariamente por los escolares catalanes. ?Para aprender historia? No. Para formar su conciencia nacionalista.
Pero el espa?olismo no se queda atr¨¢s, en cuanto puede asomar la oreja. Cuando yo era ni?o, d¨¢bamos una asignatura llamada Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional, pr¨¢cticamente un duplicado de la de Historia de Espa?a. ?Para qu¨¦ ense?aban lo mismo dos veces? Porque era crucial dejar bien sentadas la existencia milenaria de la naci¨®n y sus heroicas y repetidas luchas por defender su identidad e independencia, que se remontaban a Viriato, don Pelayo o el Cid Campeador y culminaban con los Reyes Cat¨®licos, iniciadores de una edad dorada prolongada por Carlos I y Felipe II. Tras ellos empezaba la decadencia, debida a la p¨¦rdida de valores cat¨®licos e imitaci¨®n de modas for¨¢neas. Todo conduc¨ªa a la gloriosa recuperaci¨®n de las esencias iniciada por Franco el 18 de julio de 1936. Perfecto ejemplo de una historia al servicio del poder.
Todo eso est¨¢ hoy superado, me dir¨¢n, s¨®lo quedan restos en los nacionalismos perif¨¦ricos. A nosotros respondemos con madurez y racionalidad, ofreciendo f¨®rmulas identitarias complejas. Pero ahora resulta que no. Que vuelven a alzarse los pendones espa?olistas. Sin complejos. Vuelve, sobre todo, la Reconquista, la gran gesta nacional. Lo han dicho los l¨ªderes de Vox, se aprestan a imitarlos los del PP, y hasta puede que Ciudadanos se sienta tentado, convencidos todos de que las elecciones pr¨®ximas las va a ganar quien haga ondear con m¨¢s energ¨ªa la bandera rojigualda.
Todo mito se inicia con una situaci¨®n id¨ªlica, de independencia, gloria y felicidad
Pero permitan que intervenga el historiador. El concepto de Reconquista, y el t¨¦rmino mismo, son modernos. Los cronistas de Alfonso III presentaron, s¨ª, la guerra contra los musulmanes como un intento de restablecer la monarqu¨ªa visigoda. Pero los historiadores (Ocampo, Morales, Mariana) usaron, como mucho, la palabra ¡°restauraci¨®n¡±. Nadie habl¨® de reconquistar, sino de tomar, ganar o conquistar, una ciudad a los musulmanes. S¨®lo a principios del XIX apareci¨® ese t¨¦rmino, de la mano de Modesto Lafuente, quien lo refiri¨® a un conjunto de guerras, o a una guerra intermitente, de ocho siglos. Y s¨®lo en la segunda mitad del XIX se consagr¨® el nombre de ¡°Reconquista¡± para todo aquel periodo hist¨®rico.
Pero presentar la ¡°Reconquista¡± como historia real es crucial para la derecha espa?ola, porque expresa la construcci¨®n de la naci¨®n, en t¨¦rminos de unidad pol¨ªtica y monolitismo cultural. En 1492, recuerden, no s¨®lo se rindi¨® el ¨²ltimo rey musulm¨¢n, sino que fueron expulsados los jud¨ªos ¡ªunidad religiosa, adem¨¢s de la pol¨ªtica¡ª, y el descubrimiento colombino inici¨® la era imperial. Es fecha a celebrar.
Si abandonamos el terreno m¨ªtico, sin embargo, todo fue m¨¢s complejo. Para empezar, nunca hubo una ¡°conquista¡±, ni mucho menos ¡°reconquista¡±, de Granada. Fue una entrega pactada, con unas capitulaciones firmadas solemnemente por Fernando e Isabel (en las que se comprometieron, por cierto, a respetar la lengua, religi¨®n, vestimenta, costumbres y jueces naturales de los s¨²bditos de Boabdil, algo que incumplieron de manera flagrante poco despu¨¦s). En segundo lugar, ning¨²n historiador serio defender¨ªa hoy que la uni¨®n territorial lograda por los Reyes Cat¨®licos hizo nacer a una ¡°naci¨®n¡± moderna, sino a una ¡°monarqu¨ªa compleja¡±, imperial, que acumulaba muchos reinos y se?or¨ªos con distintos grados de autogobierno.
Pero no nos esforcemos tanto para explicar la complejidad del pasado. A casi nadie le importa. Lo rentable pol¨ªticamente son los mitos. Los mitos hacen votar. Y enfrentan tambi¨¦n a la gente, la llevan a matarse entre s¨ª.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.?
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