?Una enemiga del pueblo?
Los efectos desastrosos del cambio clim¨¢tico no son una conjetura, sino una realidad. Pero existe el riesgo de que, como en ¡®Un enemigo del pueblo¡¯, vacilemos entre los intereses de muchos y la verdad cient¨ªfica
La mediocridad de la deliberaci¨®n pol¨ªtica en Espa?a se ve de tarde en tarde redimida por escasos destellos ef¨ªmeros y algunos mensajes serios que nos devuelven una peque?a y endeble esperanza. La ministra para la Transici¨®n Ecol¨®gica, Teresa Ribera, se ha presentado tranquilamente ante nosotros y, sin alzar la voz ni sobreactuar en modo alguno, nos ha contado algunas de las nuevas verdades del barquero, es decir, nos ha recordado lo que ya debiera ser obvio para todos: que los efectos desastrosos del cambio clim¨¢tico no son una conjetura, sino una realidad que nos espera a la vuelta de unas decenas de a?os. Lo ha hecho con tal seriedad y conocimiento de causa que nadie en el teatrillo pol¨ªtico parece haber sentido siquiera la tentaci¨®n de arrastrarla al barrizal de insultos y desplantes en que ha acabado por transformarse la discusi¨®n p¨²blica en Espa?a. Ha dicho que la cosa es muy seria y tiene fecha de caducidad.
Otros art¨ªculos del autor
No estamos ante una m¨¢s de las ofertas de ocasi¨®n para esta o aquella campa?ita electoral, o ante una ocurrencia nueva para el deterioro del adversario. Tampoco la mayor¨ªa de los medios, tan esclavos siempre de la an¨¦cdota trivial, se han prestado a ninguna complicidad de esa naturaleza. Se trata de algo grave y distinto, que vuela por encima de los periodos electorales, la legislatura y la ch¨¢chara de todos los d¨ªas. Algo que tendr¨ªa que haber estado encima de la mesa al menos desde el Protocolo de Kioto, pero que hemos ignorado irresponsablemente por la pasividad culpable del Partido Popular, m¨¢s nociva en esto que en tantas otras cosas, dadas las consecuencias a medio plazo que puede implicar.
Ribera no ha tenido que aparentar nada, ni adoptar posturas dif¨ªciles, ni presentarse como adalid de un programa de partido. Ni siquiera ha tenido que disfrazarse como uno de esos pol¨ªticos que tratan de vendernos algo. Le ha bastado con poner los hechos sobre la mesa tal como son. No ha necesitado ning¨²n esfuerzo de persuasi¨®n, ni ha pretendido protagonizar nada. Ha sido suficiente que se haga a un lado y deje ver, que se muestre transparente para que la verdad de lo que transmite llegue con toda su contundencia al espacio del discurso p¨²blico. Y la fuerza de lo que se proyecta a trav¨¦s de su mensaje ha bastado para establecer un plano de discusi¨®n por encima de las peque?eces cotidianas.
Solo cabe una actitud: establecer la obligaci¨®n para?todos de limitar las tasas de emisi¨®n m¨¢xima
La verosimilitud del mensaje que hace tiempo difunde la inmensa mayor¨ªa de la comunidad cient¨ªfica sobre los efectos casi ya presentes de la emisi¨®n de gases de efecto invernadero y la necesidad de su presencia como problema en el debate pol¨ªtico trae a la memoria inevitablemente la situaci¨®n del doctor Stockman en la pieza de Ibsen Un enemigo del pueblo. Las aguas del balneario est¨¢n altamente contaminadas, pero aquel que se atreve a hacerlo p¨²blico se gana la enemiga de aquellas fuerzas vivas que se lucran con los recursos del turismo y sus derivas pol¨ªticas. Al principio, Stockman cree contar con la ¡°mayor¨ªa compacta¡± de los ciudadanos, pero poco a poco le van abandonando. Y se le va percibiendo m¨¢s y m¨¢s como alguien que se aleja deliberadamente de la voz de la gente. Ibsen mismo no supo c¨®mo salir con bien del dilema que hab¨ªa planteado y acab¨® siendo motejado de antidem¨®crata. Al fin y al cabo, si el doctor se opon¨ªa a la voluntad mayoritaria, no dejaba de ir contra lo que el pueblo quer¨ªa, no dejaba de ser un enemigo del pueblo. Pero si ced¨ªa a esto, estaba traicionando los fundamentos mismos de la cultura cient¨ªfica que le sustentaba y de las exigencias ¨¦ticas que esa cultura comporta.
Temo que con el problema del cambio clim¨¢tico, tan real y probado como aquella contaminaci¨®n de las aguas, pueda suceder lo mismo. A medida que se vayan dando pasos firmes hacia la evitaci¨®n de la cat¨¢strofe, muchos de quienes hoy no pueden negar lo innegable se ir¨¢n retirando de esa supuesta mayor¨ªa verbal y acusar¨¢n a quien sigue adelante de haber olvidado los deseos del pueblo. Temo, para decirlo de otra manera, que comencemos a vacilar entre la voluntad de muchos, con sus intereses bastardos o su ignorancia inducida, y la conclusi¨®n cient¨ªfica incontestable. Se alegar¨¢n complicaciones sin cuento y presuntas confianzas en la inventiva de los seres humanos. Pero aceptarlas ser¨ªa suicida. Ceder a los intereses de unos u otros, por graves que sean, plegarse a conjeturas sin fundamento o, peor a¨²n, caer en la m¨ªsera tentaci¨®n, tan habitual en nuestros modos pol¨ªticos, de abrir mediante el enga?o o la informaci¨®n tendenciosa peque?os caladeros de votos, llevar¨ªa a todos ineluctablemente al precipicio.
Con los datos de que disponemos no se puede tener m¨¢s que una actitud: ignorar los procesos democr¨¢ticos, los juegos y los manejos de partidos, de mayor¨ªas y minor¨ªas, de verdades y medias verdades, para establecer directamente como objetivo, vinculante para todos, la obligaci¨®n fuerte de alcanzar las tasas de emisi¨®n m¨¢xima establecidas por los protocolos cient¨ªficos. Esto escandalizar¨¢ a muchos. Ya estoy viendo al ej¨¦rcito de dem¨®cratas de sal¨®n rasg¨¢ndose las vestiduras. Pero en cuestiones como esta el postureo pol¨ªtico est¨¢ de m¨¢s. Tiene que ser as¨ª. Y no es tan incivilizado ni tan antidem¨®crata como pueda parecer al lego. Se hace con frecuencia en los sistemas constitucionales para proteger de los vaivenes de la pol¨ªtica valores decisivos.
Se alegar¨¢n complicaciones sin cuento y confianzas en la inventiva humana, pero aceptarlas ser¨ªa suicida
Y si fuera asumido sinceramente como un objetivo com¨²n por todas las persuasiones pol¨ªticas, como una cuesti¨®n de Estado, ser¨ªa posible entonces plantearse con seriedad la justicia del periodo de transici¨®n, es decir, la distribuci¨®n de las cargas y los sacrificios que esa traves¨ªa comporta. Porque no ser¨¢ f¨¢cil, y podemos presumir que en ese itinerario no solo habr¨¢ costes econ¨®micos, que los habr¨¢ sin duda, sino tambi¨¦n calamidades humanas. No pocos, seguramente los m¨¢s vulnerables, se ir¨¢n quedando en la cuneta de esa transici¨®n ecol¨®gica hist¨®rica. Las m¨¢s elementales exigencias de la justicia demandan sin embargo que los rescatemos de ese destino. Aquella resoluci¨®n colectiva y esta demanda de justicia constituyen un ejemplo de lo que debiera ser la grandeza de la pol¨ªtica, de la que tanto se habla y tan poco se practica.
Estamos ante una ocasi¨®n alta, decisiva. Espero que estemos nosotros tambi¨¦n a su altura. Pero no quiero enga?ar ni enga?arme. Tiemblo.
Francisco J. Laporta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.