Miquel Barcel¨® y la lengua del glaciar
El pintor mallorqu¨ªn mantiene una conversaci¨®n constante con la naturaleza desde hace d¨¦cadas. Prueba de ello son sus cuadros dedicados al hielo y la nieve
A principios del a?o 1990, el pintor Miquel Barcel¨® se larg¨® una temporada a los Alpes. Lo hizo dispuesto a interpretar el hielo, percibiendo en los glaciares alpinos el inevitable paso del tiempo. Contaba con poco m¨¢s de 30 a?os, cuando, a sus ojos, los glaciares se convirtieron en dep¨®sitos de memoria; met¨¢foras que se completaban en el cristal helado de su superficie, aparentemente inm¨®vil, dando lugar a una figura ret¨®rica donde el t¨¦rmino real del hielo se identifica con el t¨¦rmino imaginario de la muerte, o lo que es lo mismo, con el final de un camino contenido en un punto lejano, ah¨ª donde la vista no alcanza.
Porque bien mirado, los glaciares son reliquias de la ¨²ltima edad de la naturaleza virgen, de cuando los seres humanos viv¨ªamos sumergidos en su incertidumbre. Con esta percepci¨®n, el pintor mallorqu¨ªn se sumerge en el lienzo para representar las formas del hielo y con ello invitarnos a un viaje a trav¨¦s del tiempo que alcanza ¨¦pocas remotas, cuando las bajas temperaturas obligaron a los seres humanos a dirigirse hacia otras latitudes, buscando climas m¨¢s c¨¢lidos.
Observar la naturaleza no es otra cosa que conversar con ella y Miquel Barcel¨® mantiene una conversaci¨®n constante con la naturaleza desde hace d¨¦cadas. Cualquiera que se asome a su obra se dar¨¢ cuenta de la necesidad del pintor por provocar el di¨¢logo. En cada uno de sus cuadros, Barcel¨® refleja el encuentro salvaje con el espacio y lo trae hasta una tela que coloca en el suelo, antes de empezar a mancharla sin tregua entre una pregunta y la siguiente. Porque preguntar es rebelarse y los glaciares forman parte de la naturaleza rebelde del hielo; una cuesti¨®n atmosf¨¦rica que origina estructuras de cristal y genera formas asombrosas, capaces de hacernos ver que la ciencia no es otra cosa que realidad pensada. Cuando la nieve aumenta su densidad y con ello su peso, entonces, comienza a deslizarse. De esta manera va formando un r¨ªo de hielo con grietas en los sitios por donde m¨¢s fluye y con morrenas de sedimentos en sus bordes; un fen¨®meno aparentemente simple pero que representa gran complejidad a la hora de transmitirlo con toda su carga de hielo, que es como poner con toda su carga de realidad vigente.
Su desplazamiento es muy lento, dejando evidencias del tiempo recorrido a su paso. Al movimiento del glaciar se le denomina flujo y, debido a su solidez, dicho t¨¦rmino resulta contradictorio, pero nada m¨¢s lejos, pues, el hielo se comporta como un s¨®lido fr¨¢gil que fluye debido a su peso, logrando una lenta movilidad que se conoce como deslizamiento basal. Es aqu¨ª donde entra en juego el agua l¨ªquida que todo glacial contiene en sus capas m¨¢s profundas, actuando como un lubricante que hace que el glaciar serpentee entre los valles, dando origen a un vasto camino helado que, de tan n¨ªtido, parece inventado por un bromista c¨®smico que quisiese llevar hasta los ojos del pintor la realidad concentrada en el hielo y con ello estimular su conversaci¨®n con la naturaleza.
Cuando Miquel Barcel¨® lleg¨® hasta los Alpes decidido a pintar glaciares, se dio cuenta de algo muy curioso, pues, en la lengua de uno de ellos alguien hab¨ªa se?alado el movimiento imperceptible del hielo en los ¨²ltimos cien a?os. Entonces Barcel¨® se puso a buscar el a?o de su nacimiento, 1957. Una vez situado, avanz¨® hasta hasta 1990 y, de esta forma, caminando sobre el hielo, recorri¨® el espacio de su vida hasta entonces, sabiendo que en aquel camino de hielo no s¨®lo estaba contenida toda su vida, pasada y presente, sino tambi¨¦n su futuro y c¨®mo no, tambi¨¦n su muerte, detr¨¢s de las monta?as.
Con tales ideas en su cabeza, Barcel¨® se puso a pintar grandes masas de movimientos que resultan imperceptibles de tan lentos y que dan lugar a la met¨¢fora que subyace en toda su obra, es decir, el inevitable paso del tiempo.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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