Leo ¡°El Cig¨¹e?a¡±: m¨²sica para la supervivencia
Descansaba inerte sobre una mecedora de madera que de tanto usarla ya no se balanceaba. Las arrugas se amontonaban sobre las ojeras. All¨ª no se mov¨ªa nada, ni una pesta?a, tampoco parec¨ªa respirar aquel individuo pero no estaba muerto si no m¨¢s vivo que nunca. ¡°Prueba a imaginar que nada ha cambiado¡±, dijo la canci¨®n. Hab¨ªa iniciado un viaje que no necesitaba billete.
Todo comenz¨® cuando, despu¨¦s de varios d¨ªas de primavera artificial, regres¨® con violencia el invierno. Oscureci¨® las calles con todos sus recursos. Comenz¨® a llover y la gente se puso a salvo.
Las gotas golpeaban con crueldad la cristalera de la casa reclamando entrar dentro. Al principio, se asust¨®. Jam¨¢s se acostumbrar¨ªa a la fortaleza de esos cristales que le resguardaban. Luego se tranquiliz¨® y cerr¨® de nuevo la mirada.
Para ¨¦l, el sonido de la lluvia era similar al traqueteo de un tren. Con sus notas reconstru¨ªa, en blanco y negro, las fotos del pasado. De ni?o, la lluvia pod¨ªa ser la mejor noticia despu¨¦s de meses de sequ¨ªa, tambi¨¦n un verdugo si ca¨ªa en exceso y arrasaba sin piedad su sustento. Pero lo que siempre significaba, a pesar de todo, era libertad. Sol¨ªa salir al exterior desnudo para dejarla correr sobre su cuerpo. Abr¨ªa de par en par su ¡°verde boca¡±, recog¨ªa algunas gotas y el resto las dejaba caer por la barbilla con la confianza de la propia saliva.
?A?os atr¨¢s y precisamente viendo el agua caer, sinti¨® algo de la inspiraci¨®n que debi¨® sentir Mary Shelley al visualizar por primera vez a su c¨¦lebre Frankenstein en 1816, el a?o sin verano. Quiso, desde la nada, serlo todo, revivir en cada gota de agua. En un d¨ªa de lluvia decidi¨® volar lejos con su alma de gorri¨®n. ¡°Marchaste buscando tesoros del mar¡±.
Las nubes lloraban la noche que inici¨® el viaje. Casi se ahoga en el mar cruzando al otro lado, muere de sed al final del camino. Solloz¨® oc¨¦anos sin nadie a su lado que convirtiera l¨¢grimas en besos.
Ojal¨¢ esta canci¨®n, Ni?o de ?bano, de Leo ¡°El Cig¨¹e?a¡± ¡ªLeopoldo Urrutia¡ª, hubiera sonado durante la traves¨ªa porque consuela. La quieres beber aunque termine por empaparte o exponga a la fiebre.
Es atardecer y tormenta a la vez, una bestia salvaje, supervivencia, un bosque por descubrir, un faro en el mar. Es tradici¨®n, modernidad, Europa, ?frica, Am¨¦rica, un conocido y un forastero en la misma visita.
Dentro de este v¨ªdeo de Malditos Domingos, la personal voz del artista nos lleva a ver la vida desde arriba donde brillan del mismo modo, guerras ganadas o perdidas. Echamos de menos contemplando la canci¨®n, al igual que nos sucede cuando admiramos la lluvia: ¡°No quiero m¨¢s palabras si no llevan tu genio. Entre ra¨ªces y hojas, aqu¨ª te espero¡±.
En el final del sue?o, el anciano observ¨® un recuerdo dentro de la ¨²ltima gota que sacudi¨® el lugar: el ni?o golpeaba la tierra con la azada y secaba a ratos el sudor de su frente. La tormenta escap¨® por la alcantarilla. Un avi¨®n despeg¨®.
Entonces abri¨® los soles y mir¨® al infinito. Mastic¨® un rato largo la satisfacci¨®n de haber llegado con ¨¦xito a su destino pero sobre todo se felicit¨® por volver con la mochila llena a casa. Fuera, a lo lejos, corr¨ªan libres otros ni?os de ¨¦bano con la alegr¨ªa a cuestas, una alegr¨ªa de lluvia.
Leo ¡°El Cig¨¹e?a¡± y Los Pajarracos, presentan, el pr¨®ximo 3 de abril, su primer trabajo, "La Queja Aleja", en la Sala Galileo Galilei de Madrid.
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