Los lugares de la memoria
No necesitamos lugares que cultiven el nacionalismo. Hasta ahora hemos vivido muy bien sin ¨¦l
Una guerra diplom¨¢tica entre Turqu¨ªa y Australia flota en el aire. Las palabras del presidente turco afirmando que todos los que fueran a Gallipoli ¡°con intenciones antimusulmanas volver¨ªan a casa en un f¨¦retro, como lo hicieron sus abuelos¡± no han sentado nada bien al primer ministro australiano. Con raz¨®n. Hac¨ªa tiempo que no se o¨ªan t¨¦rminos tan hostiles hacia pa¨ªses amigos.
Recep Tayyip Erdogan, en campa?a electoral, con el nacionalismo subido, con la impresi¨®n de los atentados de Christchurch en la retina, usando la islamofobia como excusa para la palabra dura, alud¨ªa al escenario de una de las batallas m¨¢s mort¨ªferas de la Primera Guerra Mundial y al peregrinaje que, cada a?o, hacen miles de australianos y neozelandeses para recordar a sus 26.000 ca¨ªdos en combate. All¨ª las fuerzas turcas infligieron una gran derrota a los aliados. Fue el canto del cisne. Poco despu¨¦s desaparecer¨ªa el Imperio otomano. Gallipoli fue el lugar que lanz¨® al poder a Mustaf¨¢ Kemal, Atat¨¹rk, el origen de la Turqu¨ªa moderna. Un lugar para la memoria colectiva, para la creaci¨®n de un mito nacional. Tambi¨¦n lo es para Australia, pues lo consideran la cuna de su unidad como naci¨®n.
El mundo est¨¢ lleno de lugares que encarnan esa memoria colectiva. La ciudad de Washington, por ejemplo, es uno de ellos, un homenaje a la democracia, a sus padres fundadores, con su gigantesco Mall jalonado de monumentos y el cementerio de Arlington, al otro lado del r¨ªo, donde reposan los que cayeron por defenderla.
Entre finales de los a?os ochenta y principios de los noventa en Francia se public¨® Los lugares de memoria, un ingente ¡ªy controvertido¡ª trabajo de recopilaci¨®n de todos aquellos espacios, f¨ªsicos y mentales, que han contribuido a lo largo de la historia a perfilar el ser franc¨¦s. ?Ser¨ªa algo as¨ª posible en Espa?a? Parece dif¨ªcil.
Lo supuestamente m¨¢s glorioso de nuestra historia, y sus lugares, queda demasiado lejos por mucho que algunos tengan ahora la tentaci¨®n de evocarlo. Incluso la guerra de la Independencia ¡ªuno de los momentos que suele dejar m¨¢s huella en la creaci¨®n de mitos nacionales¡ª est¨¢ dispersa en nuestra memoria. ?Cu¨¢nta gente podr¨ªa colocar hoy en el mapa los Arapiles, por ejemplo?
Sumida en guerras civiles durante m¨¢s de un siglo y en una larga dictadura despu¨¦s, a nuestro relato nacional le cuesta identificar esos lugares comunes, aunque s¨ª lo han hecho las comunidades aut¨®nomas: Villalar en Castilla y Le¨®n; Guernica en el Pa¨ªs Vasco, o la estatua de Rafael Casanova en Catalu?a, entre otros muchos.
?Y qu¨¦? Como describe Mart¨ªn Ortega en Ser espa?ol en el siglo XXI, lo que nos define como colectividad es una cultura h¨ªbrida y nuestra identificaci¨®n en torno a los valores democr¨¢ticos. No necesitamos lugares que cultiven el nacionalismo. Hasta ahora hemos vivido muy bien sin ¨¦l.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.