Hincar los codos
Cuando present¨¦ mi primera novela comprend¨ª que, si quer¨ªa desarrollar una carrera profesional, tendr¨ªa que aprender a hablar en p¨²blico
TENGO LA TEOR?A de que los escritores nos dedicamos a escribir, entre otras cosas, porque no nos gusta hablar p¨²blicamente. He encontrado en muchos colegas ese pudor y esa incomodidad comunicativa, y yo desde luego soy as¨ª. De ni?a tartamudeaba y me pon¨ªa tan nerviosa ante el escrutinio p¨²blico que era incapaz de afrontar un examen oral. De joven, ya en la alborotada Universidad de los ¨²ltimos a?os del franquismo, no pude ponerme en pie en las asambleas para decir nada porque me temblaban las rodillas y las manos, enrojec¨ªa de manera violenta y farfullaba. Cuando present¨¦ mi primera novela, a los 28 a?os, sucedi¨® lo mismo. Hice un penoso papel¨®n con mis balbuceos. Pero ya entonces comprend¨ª que, si quer¨ªa desarrollar una carrera profesional, tendr¨ªa que aprender a hablar en p¨²blico. Fue premonitorio, porque las promociones literarias se han intensificado de tal modo que hoy los novelistas nos hemos convertido en bustos parlantes. Ya no basta con escribir un libro, sino que adem¨¢s hay que vocearlo por las esquinas. Un parad¨®jico sino parlanch¨ªn para unas personas que, seg¨²n creo, detestamos perorar.
El caso es que me puse a ello, a intentar dominar el terror parlante, echando mano de mi arma secreta: una tenacidad de estalactita. Claro que por entonces ni siquiera sab¨ªa que la perseverancia laboriosa era un arma tan buena. Por entonces a¨²n cre¨ªa en el valor supremo de la brillantez, de la genialidad que percib¨ªa en los otros, en algunos otros. Me llev¨® bastante tiempo darme cuenta de que la mayor¨ªa de los grandes talentos que hab¨ªa visto fulgurar a mi alrededor se hab¨ªan ido perdiendo en el transcurso de la vida. Y as¨ª aprend¨ª que, en la carrera de la obra (de cualquier obra, de cualquier vocaci¨®n), son m¨¢s importantes el tes¨®n, el trabajo y el aprendizaje que el talento sin m¨¢s.
Mi m¨¦todo fue ponerme en riesgo mil veces participando en actos p¨²blicos. O, lo que es lo mismo, hice el rid¨ªculo durante muchos a?os farfullando frases precipitadas y temblorosas. Y llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que el quid de la buena oratoria es repetirte una y otra vez esta frase hasta cre¨¦rtela: lo que voy a contar les va a interesar. Parece una perogrullada, pero es muy dif¨ªcil llegar a sostener por completo esa convicci¨®n: lo que voy a contar les va a interesar. A¨²n hoy sigo repiti¨¦ndomelo como un mantra cada vez que doy una charla.
D¨¦cadas despu¨¦s de la horrible presentaci¨®n de mi primer libro puedo decir con asombro que he aprendido a hablar en p¨²blico. Incluso parece que soy buena. Nunca leo, aunque siempre llevo mis notas: son la red de seguridad por si me bloqueo. El otro d¨ªa, en la entrega de los Premios Nacionales de Cultura, se nos pidi¨® a Blanca Berasategui y a m¨ª que dij¨¦ramos algo en representaci¨®n de los premiados. Yo deb¨ªa soltar un peque?o discurso de cinco minutos, y tanto la brevedad (es dif¨ªcil decir algo sensato en tan poco tiempo) como la envergadura del evento me ten¨ªan de los nervios. Lleg¨® el momento, habl¨¦ y sali¨® bien. Despu¨¦s del acto se acerc¨® el estupendo Mat¨ªas Prats, uno de los premiados, y alab¨® mi capacidad de improvisaci¨®n. No supe qu¨¦ responderle.
Porque lo cierto es que hab¨ªa estado pensado en mis palabras durante una semana; luego, el d¨ªa del premio, escrib¨ª el discursito, lo med¨ª de tiempo, lo ajust¨¦, lo ensay¨¦ mil veces para hacerlo carne y no tener que leerlo, para poder contarlo con emoci¨®n y genuina verdad, no repitiendo las palabras como un loro. En total tal vez emple¨¦ seis horas de trabajo para esos cinco minutos. Luego hice ejercicios de respiraci¨®n para tranquilizarme. Y me tom¨¦ un sumial, un betabloqueante, para que no me temblaran la voz ni las ideas. Todo lo contrario, en suma, a improvisar: sigo teniendo que vencerme en algo que no me gusta. Y ?saben qu¨¦? No s¨®lo me enor?gullezco de que sea as¨ª, sino que adem¨¢s me parece profundamente alentador. Se lo digo a los estudiantes cuando voy a los institutos: ?ten¨¦is alg¨²n sue?o, quer¨¦is ser dibujantes de c¨®mic o astronautas? Pues emplead toda vuestra voluntad y una infinidad de horas de trabajo. Hincad los codos. Si yo he conseguido aprender a hablar partiendo de la cat¨¢strofe que era, cualquiera puede aprender a hacer cualquier cosa.?
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