Prisioneros de la historia
Hoy abundan los discursos pol¨ªticos retr¨®grados, no progresistas, y ese es nuestro drama
"No soy un prisionero de la historia. All¨ª no deber¨ªa buscar el significado de mi destino¡±, escrib¨ªa el fil¨®sofo nacido en Martinica, Frantz Fanon. Las ¨²ltimas p¨¢ginas de Piel negra, m¨¢scaras blancas,obra magistral sobre los abusos del colonialismo, son esperanzadoras. En ellas, el revolucionario Fanon reclama que salgamos de la c¨¢rcel del pasado, y nos llama a liberarnos del resentimiento para alcanzar ¡°una existencia absoluta¡±.
Son palabras ex¨®ticas ahora que ya no buscamos nuestra realizaci¨®n personal en la muy humana libertad para reinventarnos, y s¨®lo queremos (como grupo o como individuos, tanto da) existir dentro de identidades reconocidas. Esta promoci¨®n identitaria la evocamos a trav¨¦s del agravio, apegados a nuestras heridas. Lo hemos visto con los chalecos amarillos, una forma de activismo que practica la violencia nihilista. Su rencor existencial procede de la sensaci¨®n de no contar, para nada y para nadie, y de un intenso sentimiento de humillaci¨®n que es el combustible de su incendiaria movilizaci¨®n pol¨ªtica.
Lo peor de utilizar el agravio como semilla de un proyecto pol¨ªtico es lo f¨¢cil que queda expuesto a la instrumentalizaci¨®n demag¨®gica, incluso como impulso para el ascenso o la perpetuaci¨®n en el poder. Estas formas t¨®xicas de liderazgo de personalidades como Putin, Trump, Torra o Farage vienen de ah¨ª, de su funesta utilizaci¨®n, y se regocijan en nuestra incapacidad para armar proyectos pol¨ªticos que miren hacia el futuro y nos ocupen en construir algo mejor. El resentimiento elevado a categor¨ªa pol¨ªtica es siempre un arma partidista.
Es en ese registro, y no en la leg¨ªtima revisi¨®n historiogr¨¢fica, donde habita la llamada de AMLO a disculparnos por los atropellos de la conquista. No hay vocaci¨®n de perd¨®n, pues no ofrece forma viable de reparaci¨®n alguna. Sigue, en cambio, la estela de los nuevos demagogos, quienes prefieren el conflicto al compromiso compartido de afrontar el pasado con el af¨¢n de mejorar el presente. Porque no se trata de designar culpables sino de articular un proyecto pol¨ªtico basado en la responsabilidad. El pasado es hoy una estructura patol¨®gica de opresores y oprimidos, y para pensar en una relaci¨®n igualitaria debemos mirar hacia el futuro.
Pero igualdad, justicia, futuro... no son palabras que interesen al electoralismo cortoplacista. Hoy abundan los discursos pol¨ªticos retr¨®grados, no progresistas, y ese es nuestro drama. No llaman al trabajo conjunto sino a se?alar culpables para el oprobio, narrando una y otra vez el pasado interesadamente, en lugar de imaginar un futuro mejor. Ese, y no otro, es nuestro triste espacio electoral. No hace falta mirar al otro lado del Atl¨¢ntico.
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