?Debe un se?or dejar pasar primero a una se?ora?
?Educaci¨®n? ?Machismo? La confusi¨®n es el signo de estos tiempos.
HAB?A NORMAS. As¨ª como cualquier conductor aprende que debe dejar pasar al coche que viene por su derecha, las personas de a pie aprend¨ªamos qui¨¦n deb¨ªa pasar primero. Quiz¨¢ se respetaba un poco menos ¡ªno es lo mismo un choque de coches que un choque de cuerpos¡ª, pero se respetaba. Imperaban ciertos criterios b¨¢sicos. El m¨¢s asqueroso era de clase: un camarero, por ejemplo, dejaba pasar al parroquiano. Otro, indiscutible, era de edad: los mayores primero. Y otro se llevaba como una cocarda: los hombres ced¨ªan el paso a las mujeres.
Las normas son c¨®modas: c¨®digos, convenciones que facilitan el intercambio. Si un hombre quer¨ªa mostrar su consideraci¨®n ¡ªrespeto, amabilidad, aprecio incluso¡ª usaba esos gestos: se retrasaba un paso y dejaba pasar a la mujer o le abr¨ªa la puerta o la ayudaba a ponerse el abrigo. Era un recurso f¨¢cil, casi autom¨¢tico, pero serv¨ªa para varios prop¨®sitos. Para empezar expresaba esa deferencia, aprecio incluso. Pero adem¨¢s el se?or, en esa sencilla pero emotiva ceremonia, se inscrib¨ªa en el campo de los hombres educados, los ¡°caballeros¡±. Los llamaban caballeros y es una prueba irrefutable: el caballero era ¡ªobviamente¡ª el que andaba a caballo, el rico, por oposici¨®n a los pobres peatones. Actuar seg¨²n las normas te acercaba a ellos, te convert¨ªa ¡ªprovisoriamente¡ª en uno de ellos.
Y convert¨ªa tambi¨¦n a la mujer en ¡°una dama¡±: un ser distinto, con derechos y deberes propios. Un ser inferior, fr¨¢gil, que hab¨ªa que cuidar, que no pod¨ªa hacer cosas raras como estudiar o votar o tener cuenta en banco, un ser de regalarle flores y criar a los ni?os y callarse la boca. O, dicho de otro modo: hoy aquellos gestos pueden ser le¨ªdos como pura nostalgia heteropatriarcal, pelotudez machista. Ser amable te puede hacer, de pronto, muy odioso.
As¨ª que no sabemos. Las normas son c¨®modas porque te evitan pensar qu¨¦ hacer en cada circunstancia: alcanza con seguirlas para tener la seguridad de que est¨¢s haciendo lo que corresponde, que no habr¨¢ reproches, que no habr¨¢ conflicto. Hasta que dejan de funcionar y te dejan al aire.
El proceso suele repetirse: aparece una situaci¨®n nueva, frente a la cual no se sabe qu¨¦ hacer, y esa incertidumbre confunde y complica hasta que se establecen las normas a seguir. Es lo que se llama un protocolo; hace 10 a?os no exist¨ªa el WhatsApp; ahora sabemos que, en general, antes de llamar a alguien por ese medio corresponde preguntarle por escrito ¡ªy cumplirlo evita problemas. Alguna vez se estableci¨® que era de buen tono que los hombres dejaran pasar a las mujeres y, durante siglos, la norma evit¨® el l¨ªo de decidir qu¨¦ hacer. Pero ya no. Estamos de vuelta en la situaci¨®n nueva, en plena incertidumbre. ?La dejo, no la dejo?
Me da pena porque ¡ªconfieso¡ª, m¨¢s all¨¢ de normas y facilidades y caballeros falsos, me gustaba ese ritual viejito de dejar pasar a una mujer o ayudarla a ponerse el abrigo; me gusta todav¨ªa, me da gusto hacerlo. Pero ahora me da miedo: no s¨¦ c¨®mo puede ser interpretado, ni s¨¦ si yo mismo estoy de acuerdo con lo que significa. Lo he pensado durante meses, a?os, y cre¨ª que hab¨ªa llegado a una conclusi¨®n: seguir haciendo ante una mujer lo mismo que har¨ªa ante un amigo. Dejarlo entrar primero, ayudarlo a llevar una carga, gestos de me importas. Pero ahora tengo un argumento en contra: con un amigo lo hago porque claramente quiero, el gesto es reversible y voluntario; con una mujer estar¨ªa reproduciendo ¡ªrecreando¡ª un orden fijo, unidireccional. Y otra vez me l¨ªo. Entonces digo bu¨¦, no dejo pasar a nadie, entro primero como si nunca lo hubiera pensado ¡ªy no me gusta.
Y no llego a ninguna conclusi¨®n y a veces, incluso, a?oro el confort de las normas. Entonces me preocupo en serio. Solo hay una cosa peor que cumplir normas: extra?arlas. La confusi¨®n es el signo ¡ªafortunado a veces, intolerable otras¡ª de estos tiempos. Y, aunque algunos traten de evitarlo, ser de tu tiempo no se elige.
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