Debates, Dios, dados
Entre las muchas cosas que podemos pedir a los pol¨ªticos, ¡°entrar al fondo de la cuesti¨®n¡± no est¨¢ en la lista. Pobres
Esto es un metaan¨¢lisis de los debates: vamos a analizar a quienes analizan los debates. Una queja com¨²n entre ellos es que los candidatos se han enredado en el fuego cruzado y no han penetrado en el fondo de las cuestiones. Es un punto de vista imposible de rechazar ¡ª?qui¨¦n puede oponerse a entender las cosas?¡ª, pero tambi¨¦n una cr¨ªtica injusta. Si los dos debates hubieran seguido el formato de un seminario TED, como ser¨ªa necesario para empezar a penetrar en el ¡°fondo de las cuestiones¡±, los nueve millones de audiencia se habr¨ªan encogido como un jersey de conejo de angora lavado en agua hirviendo.
Esto no es culpa de los candidatos, ni de sus equipos ni de las televisiones que los han acogido en su prime time. La culpa es nuestra, de los ciudadanos, que antes nos ir¨ªamos a un caf¨¦ teatro que aguantar una discusi¨®n sosegada entre pol¨ªticos. El primer debate nos pareci¨® a todos demasiado tieso de almid¨®n protocolario, y nos ganamos as¨ª una segunda vuelta te?ida de un a?il m¨¢s tabernario y candidatos hablando de tres en tres como si no hubiera un ma?ana. Los deseos del p¨²blico son ¨®rdenes para el aspirante. Eso es un debate en nuestros d¨ªas. La clave de Balb¨ªn se extingui¨® hace mucho y no da signos de resucitar. Y los seminarios tipo TED no se meten en campa?as pol¨ªticas, al menos de momento.
Veamos el mejor ejemplo de debate que nos ofrece la ciencia. Comenz¨® hace un siglo con uno de los relatos m¨¢s seductores de la historia del conocimiento. Pese a toda su fama de revolucionario, Einstein cre¨ªa en un universo ordenado y predecible. Su teor¨ªa de la relatividad general era ¡ªy sigue siendo¡ª el paradigma de la elegancia y la parsimonia, con las estrellas curvando suavemente el espacio y las curvas del espacio determinando el movimiento de los planetas y las galaxias en una eterna armon¨ªa c¨®smica. Mientras tanto, Niels Bohr y su prodigiosa escuela de Copenhague estaban revelando un mundo cu¨¢ntico donde la probabilidad sustitu¨ªa a la certeza. Un mundo inaceptable para Einstein.
?Podemos imaginar un debate entre Einstein y Bohr al estilo de los que nuestros pol¨ªticos han mantenido estos d¨ªas? S¨ª, podemos, porque los dos f¨ªsicos ya nos dieron en la ¨¦poca los tuits necesarios para ello. ¡°No creo que Dios juegue a los dados¡±, dijo Einstein, y Bohr le respondi¨®: ¡°Deja de decirle a Dios lo que debe hacer¡±. Breve, brillante y directo al punto: el sue?o de cualquier asesor electoral.
Pero hoy sabemos que los dos contendientes ten¨ªan raz¨®n. La relatividad de Einstein es el fundamento de la cosmolog¨ªa moderna, la ciencia de lo muy grande, y la mec¨¢nica cu¨¢ntica de Bohr reina en el mundo microsc¨®pico. Ambas predicen la realidad con un mont¨®n de decimales. Pero son tan incompatibles entre s¨ª como ya lo eran los puntos de vista de Einstein y Bohr hace un siglo. Uno de los f¨ªsicos te¨®ricos m¨¢s provocadores de nuestro tiempo, Lee Smolin, acaba de publicar Einstein¡¯s Unfinished Revolution (La revoluci¨®n inacabada de Einstein), donde sostiene que, pese a todo el inmenso ¨¦xito que puede exhibir la mec¨¢nica cu¨¢ntica, que es el alma de los ordenadores y las comunicaciones modernas, la teor¨ªa es incorrecta. Cien a?os despu¨¦s del gran debate, Smolin sigue creyendo que Dios no juega a los dados.
Entre las muchas cosas que podemos pedir a los pol¨ªticos, ¡°entrar al fondo de la cuesti¨®n¡± no est¨¢ en la lista. Pobres.
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