Democracias narcisistas
El apogeo del liderazgo personalista en distintos pa¨ªses del mundo, que ha adquirido tintes y proporciones desconocidas hasta ahora, sit¨²a a las sociedades actuales ante riesgos nuevos y graves
Los partidos pol¨ªticos son frecuentemente el blanco preferido de las iras de los ciudadanos. En ocasiones con toda raz¨®n, los partidos son ferozmente criticados por su ineficacia, su mediocridad, su corrupci¨®n y su sectarismo. Se alude a la partitocracia como la degeneraci¨®n de la democracia por el excesivo poder de los partidos, y muchos pa¨ªses, entre ellos Espa?a, han celebrado el debilitamiento o la desaparici¨®n de los partidos tradicionales y el fin del bipartidismo. Las consecuencias, sin embargo, no son siempre las deseadas.
En democracias muy consolidadas, como Francia o Italia, los partidos cl¨¢sicos han sido barridos y sustituidos por personalidades pol¨ªticas. Otras democracias fuertemente marcadas por el prolongado dominio de determinados partidos, como M¨¦xico o Brasil, est¨¢n hoy gobernadas por dos figuras que no obedecen a la disciplina de ning¨²n partido y que han acumulado poder para hacer cualquier cosa. Argentina tiene al ¨²nico presidente de su historia que no pertenece a ninguno de los partidos tradicionales, aunque all¨ª el peronismo mantiene su peso y puede regresar.
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Ucrania ha elegido recientemente como presidente a un famoso actor de la televisi¨®n sin militancia pol¨ªtica. Rodrigo Duterte en Filipinas tiene tal control sobre su partido que ahora piensa en que su hija sea nombrada su sucesora. Lo mismo hace Daniel Ortega en Nicaragua, donde se ha apoderado del Frente Sandinista y ahora lo controla todo de la mano de su mujer. El nuevo presidente de El Salvador fue expulsado del FMLN y fund¨® su propio partido solo seis meses antes de su victoria electoral.
Gobiernos personalistas casi en r¨¦gimen de partido ¨²nico se extienden por Hungr¨ªa y Turqu¨ªa. Polonia est¨¢ gobernada por un partido hecho a la medida y a las ¨®rdenes de su l¨ªder indiscutible, Jaroslaw Kaczynski, que act¨²a hoy como un poder en la sombra. El partido de Putin es eso, el partido de Putin.
Incluso en los pa¨ªses en los que los partidos tradicionales resisten, lo hacen malamente, con escasas excepciones, como Alemania, Canad¨¢ o Australia. En el Reino Unido, la divisi¨®n que el Brexit ha provocado en el Partido Conservador puede acabar teniendo consecuencias desastrosas para su futuro. Las expectativas de una victoria han aplacado por ahora las tensiones en el Partido Laborista, pero va a ser muy dif¨ªcil que salga inc¨®lume del ex¨®tico liderazgo de Jeremy Corbyn.
EE UU vive la apoteosis del presidencialismo personalista, lo que Charles M. Blow llama ¡°la presidencia imperial¡±. ¡°Trump puede perfectamente convertirse en el primer rey americano, sin ley ni control, por defecto, por una total par¨¢lisis pol¨ªtica¡±, advierte.
De todos los da?os que Trump ha causado ya a la sociedad norteamericana el mayor por ahora es la anulaci¨®n del Partido Republicano, que se ha convertido en una maquinaria sectaria que act¨²a en cada momento a las ¨®rdenes del presidente, respaldando las decisiones m¨¢s injustificables, como su negativa a hacer p¨²blica su declaraci¨®n de impuestos o el veto a la investigaci¨®n del informe Mueller.
Daniel Ortega, en Nicaragua, se ha apoderado del Frente Sandinista y ahora lo controla todo de la mano de su mujer
Michael Gerson es uno de los muchos que ha denunciado esta situaci¨®n y ha descrito a Trump en The Washington Post como un narcisista patol¨®gico: ¡°Con su cabeza vac¨ªa de cualquier credo o convicci¨®n, la lealtad a su persona es su principal, tal vez la ¨²nica, prueba de apoyo¡±.
El celebrado fin del bipartidismo en Espa?a ha conducido a m¨¢s partidos, pero no necesariamente m¨¢s representativos ni m¨¢s democr¨¢ticos. Los dos nuevos partidos con m¨¢s peso sufren un personalismo mucho mayor del que nunca hab¨ªan padecido ninguno de los partidos tradicionales. Uno de ellos, Podemos, tiene incluso como n¨²mero dos a la pareja sentimental del n¨²mero uno.
Pero lo m¨¢s grave es que tambi¨¦n los dos partidos tradicionales se han diluido tras sus nuevos liderazgos y han perdido capacidad de hacer pol¨ªtica. La situaci¨®n es m¨¢s confusa en el PP, donde Pablo Casado no se ha consolidado todav¨ªa al frente. Pero es m¨¢s evidente en el Partido Socialista, donde Pedro S¨¢nchez goza de mayor y m¨¢s indiscutido poder que ninguno de sus antecesores, incluido Felipe Gonz¨¢lez, quien durante toda su gesti¨®n tuvo que convivir con otros dirigentes de mucho peso y fuertes debates internos.
No es algo que ning¨²n socialista vaya a reconocer en p¨²blico, pero lo cierto es que la vida interna en ese partido pr¨¢cticamente ha desaparecido y que el ¨²nico movimiento que trasciende al exterior es el que afecta a la lealtad al secretario general y al destino de sus antiguos oponentes. No sabremos si el PSOE ser¨¢ m¨¢s socialdem¨®crata o m¨¢s socialista, m¨¢s o menos nacionalista, hasta que su actual l¨ªder lo decida y lo comunique.
No es que los partidos fueran nunca las instituciones m¨¢s democr¨¢ticas. Los pol¨ªticos siempre han aspirado por naturaleza a acaparar el poder y todo el poder posible. Pero aun as¨ª, siempre hab¨ªa espacio en los partidos para un debate de ideas que, de alguna u otra forma, se trasladaba a la gesti¨®n pol¨ªtica. Este apogeo del liderazgo personalista, con tintes y proporciones desconocidas hasta ahora, nos sit¨²a ante riesgos nuevos y graves.
Utilizando el ejemplo de Trump, Gerson hace la siguiente reflexi¨®n: ¡°Hace a?os plante¨¦ esta pregunta: ?qu¨¦ pasa si un narcisista que se cree el centro del universo llega precisamente al centro del universo? Ya estamos viendo lo que pasa. Todo el aparato de un partido pol¨ªtico, incluyendo su rama legislativa, est¨¢ ahora dedicado a la defensa de los salvajes deseos de un hombre¡±.
El mayor da?o que ha causado Trump a la sociedad norteamericana es anular al Partido Republicano
Por supuesto, el narcisismo ha estado asociado a la profesi¨®n pol¨ªtica desde mucho antes que Trump. En 2015, un destacado psiquiatra, Jerrold M. Post, public¨® un libro titulado Narcissism and Politics en el que analiza meticulosamente ese fen¨®meno. ¡°Creo que rasgos narcisistas est¨¢n asociados con muchos de los comportamientos de l¨ªderes pol¨ªticos, especialmente aquellos de conductas contradictorias que manifiestan un contraste entre las palabras y los hechos¡±, afirma en su pr¨®logo.
El autor explica la necesidad de este libro en que, aunque el narcisismo fue muy obvio en el pasado en los casos de dictadores y caudillos relevantes, hoy est¨¢ m¨¢s extendido y es m¨¢s peligroso porque encuentra una mejor acogida y una mayor justificaci¨®n en una sociedad tambi¨¦n m¨¢s individualista y m¨¢s narcisista. ¡°Existe una creciente preocupaci¨®n de que, en la generaci¨®n de Facebook, el aprecio al ego y el narcisismo se est¨¢ extendiendo en la sociedad: el ¨ªndice Narcissistic Personality Iventory entre estudiantes universitarios ha crecido m¨¢s del doble entre 2002 y 2007 que en todas las d¨¦cadas entre 1982 y 2006¡±.
La autoestima y la autocomplacencia han sustituido a la discreci¨®n y el esfuerzo. Cualquier trivialidad personal ¡ª?llevo un mes sin faltar al gimnasio!¡ª se publica y se celebra como una proeza en un determinado entorno, lo que est¨¢ generando una sociedad con una m¨ªnima capacidad de exigencia y rigor. Todo se perdona, se tolera o se olvida r¨¢pidamente, porque enseguida estamos pendientes de otra gesta pr¨®xima, anunciada en una foto que acabamos de ver en Instagram o en la ¨²ltima serie de televisi¨®n.
Terreno este abonado para el crecimiento de los mediocres, cuyo ¨²nico peligro consiste en que ahora, con bastante frecuencia, tienen grandes aspiraciones.
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