Cuando Jim Morrison visit¨® el ¡®infierno¡¯ de El Bosco en el Prado
HACE ALG?N tiempo estuve hablando a la sombra de un cedro del jard¨ªn del Ritz con mi amigo Hubert Sinclair sobre uno de los cuadros m¨¢s definitivos del Museo del Prado, que lleg¨® a nosotros por el amor que sent¨ªa hacia la pintura de El Bosco un rey obsesionado con el infierno, y que acab¨® su vida recluido en un pante¨®n inmenso donde ve¨ªa por las noches un perro negro y feroz.
La ma?ana era una invocaci¨®n a los placeres de la luz y acab¨¢bamos de pedir vino blanco cuando Hubert me confes¨® que, un d¨ªa de primavera de 1971, hab¨ªa guiado a Jim Morrison y a su novia por los lugares m¨¢s emblem¨¢ticos de Madrid. Hubert hab¨ªa conocido al cantante de The Doors en San Francisco, en una fiesta tumultuosa patrocinada por ?Ferlinghetti, y desde entonces procuraban verse de vez en cuando. Tras apurar su copa, Hubert desvi¨® la mirada hacia el Museo del Prado y dijo:
Al parecer, poco antes de su fallecimiento por sobredosis, Jim Morrison estuvo viendo fotograf¨ªas y filmaciones de ¡®el jard¨ªn de las delicias¡¯
¡ª Llegamos al museo tras una noche de fiesta. Jim estaba ebrio, pero no perdido, y hablaba con la sabidur¨ªa con la que a veces se expresan los borrachos y los ni?os. Jim quer¨ªa ver sobre todo El ?jard¨ªn de las delicias y permanecimos m¨¢s de dos horas ante el tr¨ªptico. Yo no habl¨¦ demasiado, pues prefer¨ªa que fuese Jim el que lo hiciera y me comunicara sus impresiones. Recuerdo que murmur¨®: ¡°Cuando miro un cuadro, me limito a pensar en lo que veo, sin el filtro de los expertos¡¡±. ¡°Yo hago lo mismo¡±, coment¨¦. ¡°En ese caso nos vamos a entender muy bien¡±, a?adi¨® ¨¦l, para continuar diciendo: ¡°En el tr¨ªptico cerrado vemos una imagen esf¨¦rica del mundo. Se nos est¨¢ diciendo que, si abrimos sus puertas, nos encontramos con el despliegue del mundo en todas sus dimensiones. Las hemos abierto, ?y qu¨¦ vemos? Un mundo compuesto por un cielo (el jard¨ªn del ed¨¦n) y dos dimensiones infernales: una colorista y festiva, la otra tenebrosa y contrastada. Lo m¨¢s curioso es que en ninguno de esos dos espacios vemos verdadero sufrimiento¡±. ¡°Tienes raz¨®n, ni siquiera vemos dolor en la tercera tabla del tr¨ªptico, presidida por la oscuridad¡±, coment¨¦. ¡°Por la oscuridad s¨ª, pero no por la angustia o la desesperaci¨®n¡±, dijo ¨¦l.
Mientras convers¨¢bamos, los gorriones saltaban a nuestra mesa, picaban los restos de las croquetas y beb¨ªan agua de una jarra de vidrio, tras subir airosamente a ella y posarse en la parte superior del asa. Para ellos aquel c¨ªrculo de m¨¢rmol se hab¨ªa convertido en una imagen del para¨ªso.
¡ª?Y qu¨¦ conclusi¨®n sacasteis de lo que acabas de referir? ¡ªpregunt¨¦.
¡ªEvocar¨¦ sobre todo lo que pensaba Jim. Con otras palabras, Jim me vino a decir que la Gracia solo presid¨ªa la primera tabla: la del jard¨ªn primordial donde mora la primera pareja humana. Tiendo a creer que Morrison ve¨ªa la Gracia como un saber elemental muy parecido a la inocencia. Ad¨¢n y Eva sab¨ªan d¨®nde estaban, viv¨ªan felices, practicaban el sexo, gozaban de las delicias del ed¨¦n, sin que hubiese en ellos una doble intenci¨®n en nada. Permanec¨ªan sumidos en la inmanencia de la dicha, en su inmediatez, aunque a veces alzaran la mirada hacia las estrellas y temblaran ante aquel abismo al rev¨¦s¡ Pero no hac¨ªan preguntas y disfrutaban de la Gracia, de ese don gratuito que les hab¨ªa concedido Dios y que les libraba del infierno, aunque quiz¨¢ tambi¨¦n del para¨ªso de la lujuria extrema y la extrema disipaci¨®n, que es en realidad una forma de desaparecer, de convertirse en aire, como dir¨ªa Fitzgerald. Y bien, seg¨²n Morrison, ese es el ¨²nico cielo presente en el tr¨ªptico: las otras dos tablas describen infiernos habitados por seres que no parecen desdichados: como si hubiesen elegido el sitio donde est¨¢n. Y aqu¨ª nos alejamos de Dante y nos acercamos mucho a Emanuel Swedenborg, que en su tratado Del cielo y el infierno asegura que Dios no condena a los infiernos a nadie. Para Swedenborg el infierno es una elecci¨®n de ciertos esp¨ªritus, al sentirse ¡°motivados por lo que les atrae y les deleita¡±, seg¨²n su propia expresi¨®n. Me contaba Jim que le hab¨ªa interesado mucho uno de los viajes espirituales de Swedenborg. En ese viaje el te¨®logo n¨®rdico aseguraba haber estado en el infierno y haberse detenido ante una cueva l¨®brega y pringosa donde los presuntos condenados se entregaban a los placeres m¨¢s turbios. Swedenborg les preguntaba: ¡°?Est¨¢is a gusto aqu¨ª?¡±. Y ellos respond¨ªan: ¡°Muy a gusto: esta gruta es el lugar que hemos elegido para disfrutar durante toda la eternidad de lo que m¨¢s placer nos procura¡±.
Hubert volvi¨® a callarse antes de concluir:
¡ªS¨ª, Swedenborg cruzaba con inaudita facilidad la ¨²ltima frontera para darse largos paseos por un vasto jard¨ªn de las delicias. ?Y Morrison? Tras todo lo dicho, queda claro que para ¨¦l la pintura de El Bosco a la que nos estamos refiriendo representaba un infierno muy especial, semejante al de Swedenborg y parecido al de su generaci¨®n. Ya est¨¢bamos saliendo del Prado cuando Jim murmur¨®: ¡°Me ves borracho y pensar¨¢s que estoy desesperado. No exactamente: estoy bien donde estoy, y puede que hasta lo haya elegido. Hace tiempo que vivo en el infierno de El Bosco y de Swedenborg¡±. Curiosamente, no mucho despu¨¦s muri¨®, pero eso es otra historia, ?o no?
Prefer¨ª no responder. Al parecer, poco antes de su fallecimiento por sobredosis, Jim Morrison estuvo viendo fotograf¨ªas y filmaciones de El jard¨ªn de las delicias. ?Fue una casualidad despedirse de su propio ser de la misma manera que el rey antes mentado, que tambi¨¦n quiso contemplar las fantas¨ªas de El Bosco cuando ya estaba diciendo adi¨®s a la vida? A saber¡ Un poeta ruso dec¨ªa que las im¨¢genes que vemos antes de morir son las ¨²ltimas luces que iluminan el camino de la oscuridad.?
Jes¨²s Ferrero es escritor. Su ¨²ltimo libro publicado es Las abismales (Ediciones Siruela), premio de Novela Caf¨¦ Gij¨®n 2018.