Practicar la escasez
Conforme aumente el n¨²mero de personas que rechazan el consumo en masa, los productos de usar y tirar ir¨¢n desapareciendo. ?Suceder¨¢ esto con la rapidez necesaria para mitigar el cambio clim¨¢tico?
Son cada vez m¨¢s los consumidores que se rebelan contra la l¨®gica dominante de consumo orientada a comprar m¨¢s y con mayor frecuencia. No es s¨®lo que no haya planeta B para soportar los actuales niveles de producci¨®n y consumo, sino que muchas personas descubren que consumir y acumular no les hace m¨¢s felices. Si bien la preocupaci¨®n por nuestro modo de vida no es nueva, y en la ¨²ltima d¨¦cada han proliferado los libros y documentales sobre c¨®mo ser feliz con menos, se percibe un inter¨¦s creciente de los medios y la opini¨®n p¨²blica por pr¨¢cticas de consumo responsable, sostenible u orientado al decrecimiento. Al mismo tiempo, surgen algunas preguntas que convendr¨ªa incorporar al debate sobre este incipiente cambio en nuestros patrones de consumo.
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Hasta ahora, la l¨®gica de consumo imperante se resume en que, si te lo puedes permitir, si hay una oferta o, sencillamente, por si acaso, compra. Reflexionaba sobre este texto mientras esperaba mi turno para pagar en las cajas de un hipermercado cuando se acerc¨® una mujer a la cola, cargando en su regazo tres enormes latas de conserva en oferta y otros tantos paquetes en un precario equilibrio. Varias personas tuvimos la misma reacci¨®n: acercarle una cesta para liberarla del peso y evitar un potencial accidente. La mujer, entre agradecida y avergonzada, se explic¨®: ¡°Es que no pensaba comprar tanto cuando entr¨¦. Si no, hubiera cogido una cesta¡±. Hemos naturalizado la premisa de que no debemos desaprovechar una buena oferta; ?c¨®mo no obtener m¨¢s por nuestro dinero? Entre conseguir un descuento en el precio de un producto y obtener m¨¢s cantidad del producto por el precio habitual, la mayor¨ªa prefiere lo segundo. Prima la cantidad sobre al ahorro. En t¨¦rminos evolutivos, la habilidad para acumular recursos que desarrollamos como recolectores y, seguidamente, agricultores, explicar¨ªa, en parte, la primac¨ªa de la especie humana sobre otras y su supervivencia en territorios inh¨®spitos. ?En qu¨¦ momento nuestra capacidad para acopiar se vuelve excesiva?
Los pa¨ªses desarrollados deben apoyar a los pa¨ªses en desarrollo en sus transiciones ecol¨®gicas
Seg¨²n el antrop¨®logo Jason Hickel, ¡°la extracci¨®n y el consumo material global creci¨® un 94% entre 1980 y 2010, aceler¨¢ndose en la ¨²ltima d¨¦cada y alcanzando los 70.000 millones de toneladas anuales¡±. Sigue creciendo y ¡°para 2030 se prev¨¦ que rompamos la barrera de los 100.000 millones de toneladas anuales¡±, lo que implica que ¡°para 2100 generaremos tres veces m¨¢s basura de lo que generamos en la actualidad¡±. Esta acumulaci¨®n material se traduce, por ejemplo, en que el hogar medio en Estados Unidos contenga nada menos que 300.000 objetos.
Si bien se debate la correlaci¨®n exacta entre bienestar material y felicidad ¡ªo satisfacci¨®n con la vida¡ª, parece existir consenso en torno a que, una vez alcanzado cierto nivel material, un aumento en este no incrementa significativamente la felicidad. De acuerdo con Hickel, Europa posee ¨ªndices de desarrollo humano superiores a Estados Unidos pese a tener un 40% menos de PIB per capita y generar un 60% menos de emisiones per capita. No es casualidad quiz¨¢ que entre los defensores m¨¢s incisivos del consumo minimalista se encuentren colectivos estadounidenses como The Minimalists, que desde hace una d¨¦cada promueven una vida ¡°con sentido teniendo menos¡±, haciendo suya la vieja m¨¢xima modernista de ¡°menos es m¨¢s¡±. Love people, use things (ama a las personas, usa las cosas) ¡ªy no a la inversa¡ª claman.
Deshacerse del impulso consumista en una sociedad construida en torno al acto de comprar no es, necesariamente, f¨¢cil. Las razones de la adicci¨®n consumista son tanto neuropsicol¨®gicas como sociales. Comprar nos proporciona una gratificaci¨®n inmediata. Y, en realidad, como apuntaba ya el soci¨®logo estadounidense Thorstein Veblen hace un siglo, no consumimos objetos, sino el valor simb¨®lico asociado a esos objetos. En nuestra sociedad, somos lo que compramos. Incluso los consumidores responsables y minimalistas acaban distingui¨¦ndose, en t¨¦rminos de Pierre Bourdieu, formando categor¨ªas propias a las que el mercado busca atender. Es esta atenci¨®n permanente que nos presta el mercado la que brinda ahora mismo la oportunidad a los consumidores de reorientar la oferta y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, alterar nuestro modelo productivo. Conforme aumente el n¨²mero de consumidores que rechazan el consumo en masa y los productos de usar y tirar, ¨¦stos ir¨¢n desapareciendo del mercado. ?Suceder¨¢ esto con la rapidez necesaria para mitigar el impacto sobre nuestro ecosistema del cambio clim¨¢tico y la acumulaci¨®n de vertidos? ?Suceder¨¢ en todo el mundo por igual?
Hay que evitar que las nuevas exigencias de una esfera dom¨¦stica sostenible recaigan s¨®lo sobre las mujeres
Una de las cuestiones inc¨®modas que surge en cualquier discusi¨®n sobre consumo decreciente es si los pa¨ªses desarrollados tenemos derecho a impedir que los pa¨ªses en desarrollo alcancen niveles de producci¨®n y consumo equivalentes a los que nosotros hemos disfrutado. Una situaci¨®n paralela a la que se plantea en el mundo desarrollado entre los que se pueden ¡°permitir¡± un consumo m¨¢s responsable y aquellos que se ven forzados a contaminar porque su bolsillo no les da para m¨¢s. Las consecuencias de los desajustes del ecosistema provocados por la acci¨®n del ser humano las pagan todas las sociedades por igual, pero no todas han contribuido lo mismo. Los pa¨ªses desarrollados ¡ªy, dentro de ¨¦stos, las industrias contaminantes¡ª tienen una parte de responsabilidad considerablemente mayor. Deben no s¨®lo dar ejemplo, sino apoyar decidida y concretamente a los pa¨ªses en desarrollo en sus transiciones ecol¨®gicas.
Otra cuesti¨®n en el debate sobre el consumo responsable tiene que ver con el protagonismo de las mujeres. Keynes ya identific¨® el papel esencial de las amas de casa, en tanto tomadoras de decisiones de consumo, para salir de la Gran Depresi¨®n en los a?os 1930. Hoy, ellas siguen siendo las mayores consumidoras. Dado que subyace un reparto tradicional de responsabilidades dom¨¦sticas en nuestras sociedades, es f¨¢cil concluir que, en la pr¨¢ctica, el consumo sostenible supone una carga superior para ellas. Planificar nuestras compras, reciclar, arreglar, producir en casa, etc¨¦tera, exigen tiempo y dedicaci¨®n. Los electrodom¨¦sticos, los envases y utensilios de usar y tirar, los platos precocinados ¡ªelementos todos que contribuyen a la insostenibilidad¡ª fueron la respuesta del mercado al hueco que dejaron las mujeres en el hogar al incorporarse a la vida p¨²blica y laboral. Es importante asegurarnos que la responsabilidad de un consumo reducido y comprometido sea por igual de mujeres y hombres. Hay que evitar que las nuevas exigencias de una esfera dom¨¦stica sostenible recaigan s¨®lo sobre ellas.
Frente a la magnitud de los retos medioambientales que nos acechan, habr¨¢ quien diga que resulta f¨²til teorizar sobre qui¨¦n debe practicar m¨¢s o menos la escasez. Pero si no queremos convertir la transici¨®n ecol¨®gica en fuente de conflicto ¡ªcomo ya est¨¢ pasando¡ª es imprescindible intentar, al menos, un reparto justo de la acci¨®n y los costes de consumir menos y mejor.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente. www.oliviamunozrojasblog.com
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