La historia de Espa?a
La sociedad espa?ola tiene que encontrar su idea de naci¨®n, la ¨²nica actualmente que nos garantiza la libertad bajo un Estado de derecho. Deber¨ªamos tener una historia consensuada y mayoritaria que contar
Cuando era un ni?o me ense?aron una historia sobre Am¨¦rica. Esta era la tierra de las oportunidades. Los inmigrantes ven¨ªan y encontraban tierras y medios para conseguir sus sue?os. En esa historia, Benjamin Franklin era la quintaesencia del americano: el joven luchador que con su ingenuidad y su esfuerzo constante levantaba empresas y comunidades, un nuevo modelo de persona en un nuevo modelo de sociedad¡±.
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Leyendo este p¨¢rrafo de David Brooks en The New York Times, pens¨¦ qu¨¦ historia me ense?aron a m¨ª de ni?o sobre Espa?a y qui¨¦n fue nuestro Benjamin Franklin. Me ense?aron la historia de un heroico general que apoyado por los buenos espa?oles consigui¨® derrotar en 1939 a los malos espa?oles a las ¨®rdenes del comunismo y la masoner¨ªa liberal. Me ense?aron que ese general proced¨ªa de una dinast¨ªa de bravos espa?oles como Viriato, el Cid Campeador o los Reyes Cat¨®licos, pero que siempre hab¨ªamos tenido entre nosotros a malos espa?oles que, peri¨®dicamente, hab¨ªan puesto la patria en manos de Inglaterra, Francia o Rusia.
Al crecer, form¨¦ parte de una generaci¨®n que empez¨® a contar otra historia. Una historia en la que los espa?oles se hab¨ªan reconciliado. Juntos, hab¨ªamos conseguido un gran progreso econ¨®mico y una r¨¢pida modernizaci¨®n de nuestra sociedad. Ya ¨¦ramos parte de Europa y ¨¦ramos tambi¨¦n un pa¨ªs respetado en todo el mundo. Dentro, los dos principales partidos ten¨ªan diferencias entre s¨ª, pero se alternaban en el poder pac¨ªficamente y los espa?oles ten¨ªamos, por fin, confianza en nosotros mismos y en nuestro futuro.
Me pregunto cu¨¢l es la historia sobre Espa?a que ahora contamos a los ni?os. La historia de Brooks ha sido aceptada durante m¨¢s de dos siglos por varias generaciones de norteamericanos y ha servido, con m¨¢s o menos tensiones en distintas ¨¦pocas, para mantenerlos unidos en un prop¨®sito com¨²n. ?Qu¨¦ historia podr¨ªa unir a los espa?oles en un prop¨®sito com¨²n?
Lo mejor que se puede hacer con los hechos del pasado es relatarlos de la forma m¨¢s rigurosa y cient¨ªfica posible
En primer lugar, es justo preguntarse si es necesaria esa historia. El declive de los Estados naci¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas permite vislumbrar un horizonte de disoluci¨®n de las fronteras y de creaci¨®n de nuevas formas de convivencia que superen el marco de las naciones. El mundo no ha vivido siempre bajo el modelo de naciones y no tiene por qu¨¦ seguir viviendo en el futuro. En ese contexto potencial no habr¨ªa por qu¨¦ contar una historia sobre Espa?a muy distinta a la que podr¨ªamos contar sobre Italia o Noruega.
Pero admitamos que ese horizonte es a¨²n muy lejano, que las naciones no solo sobreviven, sino que en los ¨²ltimos a?os se ha robustecido el nacionalismo en detrimento del multilateralismo y el multiculturalismo. Es por eso por lo que otros est¨¢n contando una determinada historia de Espa?a a los ni?os, que alguien siempre va a contar una historia de su naci¨®n de acuerdo a su propia ideolog¨ªa y sus propios intereses. Es por eso tambi¨¦n que deber¨ªamos tener una historia consensuada y mayoritaria que contar sobre Espa?a.
Dice la historiadora Jill Lapore en el comienzo de su libro This America, The Case for the Nation que ¡°las naciones est¨¢n constituidas por personas, pero se mantienen unidas por la historia¡±. Sin una historia com¨²n, sostiene, no hay posibilidad de supervivencia de una naci¨®n, y si esa historia no la pone en pie la sociedad democr¨¢tica a trav¨¦s de los canales adecuados, lo har¨¢n los demagogos.
Gran parte de la izquierda espa?ola se ha resistido durante a?os a reconocer al conjunto de los ciudadanos espa?oles como una naci¨®n. Ha preferido conceptos m¨¢s abstractos como Estado o pueblo. Se entiende muy bien desde el recuerdo de la monopolizaci¨®n que la derecha hizo de la palabra hasta el punto de considerar a las fuerzas que apoyaban su causa como los ¨²nicos ¡°nacionales¡±. Con la excepci¨®n de un breve periodo en la Transici¨®n en el que la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n legitim¨® la nacionalidad espa?ola, siempre fue m¨¢s sencillo para la izquierda admitir la dimensi¨®n nacional de otros territorios de nuestro pa¨ªs ¡ªque quiz¨¢ puedan serlo tambi¨¦n¡ª que la del propio conjunto de la naci¨®n espa?ola, la ¨²nica reconocida y reconocible por el resto del mundo.
Lo ocurrido en Europa y en la propia Espa?a en los ¨²ltimos a?os despierta, adem¨¢s, l¨®gicos recelos entre progresistas y liberales hacia todo lo que tenga que ver con la naci¨®n. El populismo derechista en la Uni¨®n Europea, el populismo izquierdista y el nacionalismo dentro de nuestras fronteras nos han devuelto a un tiempo de desconcierto y miedo. Miles de personas respondieron a ese desconcierto y a ese miedo colgando banderas de Espa?a en sus balcones, en una b¨²squeda desesperada de identidad y protecci¨®n colectiva. La extrema derecha se aprovech¨® de esos sentimientos para crear una historia de caos, p¨¦rdida de libertades y de valores en Espa?a, la misma que los independentistas contaron en Catalu?a. La misma que el nacionalismo est¨¢ contando hoy en muchos rincones del planeta.
Una mayor¨ªa de espa?oles quieren ser parte de una naci¨®n en la que se sienten libres, iguales y orgullosos
Pero el p¨¢nico justificado al nacionalismo no puede dejarnos sin naci¨®n y sin una historia nacional. ¡°Las naciones¡±, afirma Lapore, ¡°para que tengan sentido, necesitan un pasado en el que ponerse de acuerdo. La persistencia del nacionalismo prueba que nunca faltan demonios y falsas esperanzas para insuflar a los pueblos un sentido de s¨ª mismos y de su destino con una mezcla de mitos y profec¨ªas, prejuicios y odios, o para derramar la basura de las provocaciones, el resentimiento y la violencia. Cuando los historiadores serios abandonan el estudio de la naci¨®n, cuando los acad¨¦micos dejan de escribir una historia com¨²n para un pueblo, no muere el nacionalismo, lo que muere es el liberalismo. Ahora, el liberalismo est¨¢ todav¨ªa ah¨ª. Lo que hay que hacer es sacarlo. Eso requiere aferrarse a una muy buena idea: que todas las personas son iguales y dotadas desde el nacimiento con derechos inalienables, por lo que merecen un trato igualitario bajo la garant¨ªa de una naci¨®n con leyes. Esto exige defender la idea de la naci¨®n¡±.
Espa?a tiene que encontrar tambi¨¦n su idea de naci¨®n, la ¨²nica actualmente que nos garantiza la libertad bajo un Estado de derecho. Parece imposible hoy cuando los demagogos se han apropiado del relato hasta niveles irritantes. Existe en nuestro pa¨ªs, como en Estados Unidos y en muchas otras partes, una fatiga de la raz¨®n: los conciliadores y los liberales est¨¢n desmoralizados y en repliegue; mandan los oportunistas. Pero la sociedad emite de vez en cuando mensajes sobre su verdadera naturaleza y su verdadera voluntad. No son f¨¢ciles de distinguir porque est¨¢n aplastados por el poder de la propaganda. Pero se puede adivinar que una mayor¨ªa de espa?oles quieren ser parte de una naci¨®n en la que pueden sentirse libres, iguales y orgullosos.
No es f¨¢cil construir una historia com¨²n. Es especialmente dif¨ªcil en Espa?a, sometida durante siglos a tan dram¨¢ticos y controvertidos episodios, muchos de ellos de una enorme violencia. Los expertos deben pronunciarse al respecto, pero entiendo que lo mejor que se puede hacer con los hechos del pasado es relatarlos de la forma m¨¢s rigurosa y cient¨ªfica posible, para encajarlos en nuestra memoria sin manipulaciones, resentimiento ni voluntad revisionista. Conviene ser prudente con el pasado y audaz con el futuro, no a la inversa. Pero nuestra historia tiene tambi¨¦n cap¨ªtulos suficientes para iluminar una naci¨®n liberal europea, progresista y unida en la voluntad de un futuro com¨²n.
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