¡®Formateur passif¡¯
Los acuerdos se alcanzan ofreciendo un reparto de pol¨ªticas y cargos en el ejecutivo, normalmente siguiendo una estricta regla de proporcionalidad
El pacto es algo inherente en las democracias parlamentarias. Las mayor¨ªas absolutas son poco frecuentes y, en ausencia de estas, los partidos est¨¢n obligados a ponerse de acuerdo para formar Gobierno. Es por este motivo que las democracias parlamentarias suelen tener previsto un mecanismo para designar a un responsable que lidere las negociaciones. A esta figura se la conoce, en la ciencia pol¨ªtica, como el ¡°formateur¡± y, en el caso de Espa?a, es designado por el Rey tras una ronda de consultas con las distintas fuerzas parlamentarias.
Al formateur se le presupone una actitud proactiva. Su papel es el de sondear, explorar y convencer a una o varias formaciones pol¨ªticas, normalmente las ideol¨®gicamente m¨¢s afines, de que se conviertan en socias de gobierno. Para ganarse su apoyo, el formateur cuenta con un valioso recurso como moneda de cambio: el poder. En efecto, los acuerdos se alcanzan ofreciendo un reparto de pol¨ªticas y cargos en el ejecutivo, normalmente siguiendo una estricta regla de proporcionalidad: tanto aportas en la coalici¨®n, tantas sillas recibes en el Consejo de Ministros.
Sin embargo, en la pol¨ªtica espa?ola se est¨¢ propagando el curioso y problem¨¢tico ox¨ªmoron del formateur passif (o formador de Gobierno pasivo). ?ltimamente es frecuente ver en nuestro pa¨ªs como los candidatos designados a formar Gobierno, en lugar de tomar la iniciativa, exigen que sea la oposici¨®n la responsable de mover ficha. La carga de la prueba la tienen los partidos de la oposici¨®n, pues son estos quienes deben facilitar la investidura, incluso si es necesario de forma desinteresada, a cambio de nada, con el fin de favorecer la gobernabilidad del pa¨ªs.
La estrategia del formateur passif es convertir las negociaciones en una guerra de desgaste. Ante una situaci¨®n de bloqueo, se propaga relato de que el culpable de un eventual fracaso de las negociaciones no es del candidato designado a recabar apoyos sino de la oposici¨®n. Algo tan com¨²n como exigir sillas en el ejecutivo es interpretado como una demanda ego¨ªsta e irresponsable. Y, en ¨²ltima instancia, se amenaza con la repetici¨®n de elecciones, en las que se asegura que la ciudadan¨ªa castigar¨¢ a la oposici¨®n, en lugar del formateur, por la falta de acuerdos.
Unidas Podemos y Vox son piezas imprescindibles para alcanzar mayor¨ªas de Gobierno de izquierdas y de derechas, respectivamente. Ambos partidos han expresado en numerosas ocasiones que est¨¢n dispuestos a entrar en las mesas negociadoras con demandas habituales en las democracias parlamentarias de nuestro entorno. Su exigencia es que su apoyo se traduzca en cuotas de poder en los ejecutivos. No se trata unas peticiones extravagantes e inasumibles. De hecho, en t¨¦rminos comparados, lo m¨¢s frecuente es que impere la proporcionalidad y que, por lo tanto, los partidos acaben logrando una porci¨®n del Gobierno similar al porcentaje de esca?os que aportan.
La aritm¨¦tica parlamentaria es tozuda y es de imprudentes actuar al margen de ella. Hoy por hoy, los Gobiernos de izquierdas requieren de la participaci¨®n de Unidas Podemos y los Gobiernos de derechas del benepl¨¢cito de Vox. Si el PSOE percibe a Podemos como un socio inc¨®modo y Ciudadanos no considera a Vox como un interlocutor v¨¢lido, entonces deber¨ªan ser realistas, asumir que los n¨²meros no dan y, en consecuencia, explorar otras mayor¨ªas alternativas. Haberlas, las hay.
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