La obsolescencia del bien com¨²n
Hoy predomina la pol¨ªtica de vuelo raso, pacata, pero, sobre todo, facciosa. Cada actor pol¨ªtico solo es capaz de ver su propio inter¨¦s, no el del conjunto
Cuanto mayor es la urgencia por sintonizar nuestras sociedades a los nuevos desaf¨ªos, tanto menor parece la capacidad de la pol¨ªtica para ponerse a la tarea. El milagro es que hayamos conseguido gestionar los asuntos corrientes desde el 2015, que es cuando de verdad comenz¨® nuestra ingobernabilidad. La pol¨ªtica inercial permite ir tirando, desde luego, pero no sirve para resolver cuestiones de peso, como el conflicto catal¨¢n, o emprender las reformas necesarias para afrontar lo que se nos viene encima con el cambio clim¨¢tico o el desarrollo tecnol¨®gico.
Hoy predomina la pol¨ªtica de vuelo raso, pacata, pero, sobre todo, facciosa. Cada actor pol¨ªtico solo es capaz de ver su propio inter¨¦s, no el del conjunto. Y act¨²a en consecuencia. Lo vimos en los pactos municipales, m¨¢s sintonizados a acceder a las poltronas que a buscar consensos en torno a pol¨ªticas. Y lo mismo cabe decir de la distribuci¨®n del poder en las autonom¨ªas y, ya m¨¢s recientemente, en la disputa en torno a un posible pacto para conseguir la gobernabilidad del Estado. Cada cual atiende exclusivamente a su inter¨¦s particular. El bien com¨²n se mide por el rasero del qu¨¦-obtengo-yo-a-cambio.
La pol¨ªtica en su acepci¨®n m¨¢s noble es la adici¨®n de voluntades para conseguir fines colectivos. Hoy parece predominar lo contrario, la sustracci¨®n de voluntades hasta no conseguir la realizaci¨®n de fines particulares. Cuando se pacta no se busca el entendimiento, sino el tratar de maximizar el inter¨¦s de cada parte. Cada cual saca sus esca?os a subasta para ver cu¨¢nto pueden conseguir a cambio de ponerlos al servicio de lo presuntamente com¨²n. O, lo que es lo mismo, cada esca?o tiene un precio, si no lo pagas no puedes contar con ¨¦l.
Lo interesante del caso es que lo hacen con total impunidad; es decir, presumen estar avalados por sus propios votantes. Es m¨¢s, se ven casi impelidos a actuar en esta l¨ªnea porque ha acabado por extenderse una visi¨®n del adversario pol¨ªtico como puro enemigo. ?Y quien pacta con el enemigo? Este es el residuo que ha dejado tras de s¨ª la nueva ola populista, que ha contagiado a los dem¨¢s partidos su visi¨®n schmittiana de la pol¨ªtica y la glorificaci¨®n del enfrentamiento existencial. La polarizaci¨®n sataniza a los adversarios e inmuniza, en consecuencia, frente al entendimiento. Las palabras, los relatos, importan. Son actos performativos. No es f¨¢cil pactar con alguien al que previamente has calificado de fel¨®n. Y esto hace que se cree una burbuja en el precio de los esca?os si se busca la transversalidad.
Menos mal que nos queda Dinamarca, cuyo ¨²ltimo pacto de gobierno es envidiable y muestra que otra pol¨ªtica es posible. No por casualidad Fukuyama usaba el ¡°llegar a Dinamarca¡± como met¨¢fora de la persecuci¨®n del buen gobierno. Hoy por hoy nos separa de ella casi lo mismo que la distancia geogr¨¢fica. Pero, una nota final de optimismo: al pueblo espa?ol ya se le est¨¢ acabando la paciencia. Se extiende esa idea tan nuestra de que los pol¨ªticos no se est¨¢n ganando el sueldo. Y, sobre todo, que es preferible la gobernabilidad a torcer el brazo al enemigo. Aviso a navegantes.
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